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«La consigna es: hay que atacar a Aznar»

Cinco años después de mudarse de La Moncloa, Ana Botella rememora para ABC sus ochos años en ese palacete del oeste de Madrid. Entiende la discreción de Sonsoles Espinosa y Carmen Romero y defiende, y no tiene dos almas, a su jefe Gallardón y a su amiga Esperanza

Una tarde con Ana Botella /ÁNGEL DE ANTONIO

«Atentado en Madrid... No hija, creo que no. Además estoy con una periodista de ABC que lo sabría». Al teléfono Ana Aznar, que llama alarmada a su madre para preguntarle, desde el aeropuerto de Londres, si ha habido un ataque terrorista en España, tal y como asegura una turista española en la terminal británica. Ana Botella (Madrid, 1953) se asusta, sentada en su coche oficial, por una noticia que, afortunadamente, no ha sido tal. Más delgada que años atrás, la segunda teniente de alcalde y concejala de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid ha aceptado pasar una tarde con este periódico. Por el Retiro, por las calles más típicas del centro... hasta recalar en la Chocolatería de San Ginés, donde no pone pegas a un chocolate con churros de los que resucitan a un muerto. La excusa para el encuentro es su nuevo libro «Cuentos de Navidad» (Editorial Planeta) , pero la esposa de José María Aznar sabe que la salsa donde mojar pan está en Zapatero, en sus años de Moncloa, en la falda que perdió delante de una nube de fotógrafos cuando todavía gobernaba el PP, en la conciliación de su vida de colaboradora del alcalde Gallardón con su condición de mujer de un viajante empedernido y abuela de tres nietos que viven en Londres... Y tanto que lo sabe. Quizá por eso invita a la periodista a trasladarse con ella en su coche oficial (del Retiro a San Ginés) para no perder ripia. Y la ripia se llama Zapatero. ¿Es el peor presidente que ha tenido España? «Rotundamente sí» , contesta. Y lo argumenta en la falta de respuesta a la crisis, en la aniquilación del espíritu de la transición, en la pérdida de estatura internacional de España... Aunque Ana Botella es muy respetuosa cuando toca enjuiciar el celo del presidente por ocultar la imagen de sus hijas: «Como yo he vivido en carne propia ese tipo de ataques, considero que cada uno debe preservar su vida como quiera».

Correa y la boda de su hija

Inevitable hablar de una boda, la de su hija, la más retratada de la historia. «Fíjese —apunta—, siempre que hablan de Correa aparece en la boda de mi hija. ¿Qué pasa que no fue a otros acontecimientos? Es lo mismo que cuando sacan a Millet, el del Palau, en la prensa. También han localizado una imagen de este señor con mi marido y conmigo y la reproducen continuamente. Es curioso, cuando a lo mejor sólo le vimos una vez o dos en ocho años. ¿Qué pasa que no hay ninguna con los políticos catalanes con los que se codeaba diariamente? Curioso ¿eh?».

Es la tarde del martes 1 de diciembre y la interlocutora de ABC se ha levantado pronto en su casa de Pozuelo —entre siete y siete y media—, ha hecho un poco de gimnasia y ha venido a Madrid. Los atascos, cuenta, le sirven para ir leyendo hojas arrancadas de periódicos y para hablar por teléfono. No es mujer de colgarse al móvil, al menos mientras compartimos charla. Tan sólo responde a la llamada de su hija y a la de alguien a quien llama «Jose», que no puede ser otro que el cuarto presidente de la democracia española. Es el mismo que echó más de una risa cuando se enteró de que su esposa se había quedado en paños menores delante de un batallón de fotógrafos. ¿Pero eso no es leyenda?, le pregunta ABC. «Qué va —relata—, fue tal cual. Yo fuí a un desfile de Antonio Pernas y ¡zas! al entrar se me cayó la falda». ¿Pero hasta el suelo? (carcajadas) «Y tanto. Lo que pasa es que los guardaespaldas me taparon. Yo cuando salí de casa noté que me estaba holgada y es que no llevaba la cremallera abrochada».

Se le cayó la falda

Lo curioso es que cuando la concejala experimentó mayor zozobra es en el momento en que tuvo que explicarlo a ciertos oídos: «Claro, tuve que avisar a Prensa de Presidencia. Ellos me preguntaron que si se me había caido del todo. Dije que sí. Y que si había prensa. Dije que sí». Y luego llegó la prueba de fuego: «Era jueves, y al día siguiente había Consejo de Ministros. Como nadie se atrevía a decírselo a Jose, decidí hacerlo yo. Ese viernes, antes de que saliera para el Consejo, le dije que se me había caído la falda. ¿Dónde?, me preguntó. En la calle, le respondí. ¿Había Prensa? me repreguntó. Uhhhhh! Muchísima». Este periódico evita indagar por la reacción del presidente. Pero Ana despeja dudas a carcajadas: «Desde entonces en casa ha quedado la broma cada vez que salgo de interrogarme por si llevo abrochada o no la falda».

Hoy lleva falda (abrochada), sueter oscuro y una rebeca azulada que sólo luce cuando se quita un trench tornasolado para sentarse en San Ginés delante de un chocolate con churros, que romperá la barrera de la dieta. ¿Hace dieta? «Me cuido, pero me llama la atención que en una sociedad como esta en la que cada vez se valora más nuestra independencia y nuestra dimensión intelectual a la vez se nos esclavice más, exigiéndonos a las mujeres una imagen impoluta, sin arrugas, delgadas... es todo una contradicción», Y es que esta licenciada en Derecho y técnico de la administración del Estado está segura de que España está preparada para tener a una mujer de presidenta del Gobierno . No revela nombres. Parecen asustarle. Como cuando se le pregunta por el español que más le impresionó durante su etapa en Moncloa. «Eso no se lo digo», confiesa enigmática. Menos problema (o ninguno) tiene para contar que el personaje internacional que más le conmovió fue Juan Pablo II, el que más encanto derrochó Tony Blair... ¿Y el momento más duro? No lo duda: el 11-M y el asesinato de Miguel Ángel Blanco.

La salida de Aznar

El atentado de Atocha despierta la duda sobre la salida de Aznar del Gobierno y si fue o no justa su despedida: «Creo que le ha compensado el cariño de la gente —afirma—. Pero, desde luego, la consigna parece ser: hay que atacar a Aznar». Para ella, el Gobierno del PP es un punto de referencia en los treinta años de democracia ya que «se trata de uno de los periodos de mayor progreso en España».

Del caso Gürtel no quiere oír hablar «hasta que los jueces sentencien, pues se ha hecho un juicio paralelo».

Desde que está sentada en la cafetería, una docena de personas se ha acercado a saludarla, a mandarle recuerdos para su marido... No hay mesas libres para que un matrimonio se siente a tomar un chocolate. Ana pide a los dos redactores de ABC que achiquen espacio para que se pueda acomodar una pareja de madrileños a los que besa y promete mandarles una foto. La insistencia de estos simpatizantes por animar a Aznar, desata la pregunta: ¿cree que Rajoy es el mejor candidato para el PP? La entrevistada no da pábulo al morbo y asegura que «si Rajoy fuera presidente otro gallo nos cantaría y seguro que no tendríamos esta crisis tan galopante que sufrimos».

Aznar y Rajoy. Y ahora Gallardón y Aguirre. El primero es su jefe y la segunda su amiga. ¿Cómo se compatibilizan ambas condiciones? «Pues es fácil —contesta—. Ambos son dos grandes valores del PP y los dos tienen que mirar al futuro». Esa condición de mediadora también la tuvo que ejercitar a fondo entre su marido y su jefe. La periodista le recuerda los años duros en los que el alcalde intentó quitarle la silla al presidente. Pero la concejala tira de memoria y de diplomacia para recordar que las relaciones entre los dos son muy buenas puesto que «Mar (la mujer del regidor) y yo fuimos al mismo colegio y Alberto, que llevó con su padre en pantalón corto los estatutos de AP, y Jose, también». Pero no puede evitar una sonrisa burlona cuando concluye que «esa relación, desde luego, ha mejorado desde que yo trabajo en el Ayuntamiento». Es una buena parada ésta, en el momento en el que Ana Botella entra en política de la mano de uno de los enemigos políticos de su esposo. Corría el año 2003 y ABC le pregunta si fue un canje de cromos su desembarco municipal. La edil de Medio Ambiente, aunque no pierde la sonrisa, contesta con un airado «lo que la gente diga», molesta seguro por el ejercicio de desconfianza en sus méritos que encierra el bulo que corrió de redacción en redacción. Hoy aquella especie ha quedado enterrada en una ya larga gestión, primero en el área de Servicios Sociales y ahora en la de Medio Ambiente.

La tarde acaba y todavía hay que hablar de sus antecesora y sucesora en La Moncloa. Ninguna —ni Carmen Romero ni Sonsoles Espinosa— ha sido tan participativa en la actividad oficial de su marido. «No hay obligaciones escritas porque la mujer del presidente no tiene un papel institucional por lo que cada una lo adapta a su manera», aclara. ABC le refresca aquel día primaveral de 1996 en el que ella, vestida de pistacho, entró en La Moncloa de la mano de su marido sin que ningún anfitrión les esperara. Pero también para esa anomalía tiene palabras de comprensión puesto que «nuestra democracia es muy reciente y todo eso habrá que articularlo para que los ex presidentes sepan qué hacer y tengan un puesto en España».

Pero el tiempo se echa encima y Ana tiene que ir a felicitar a su madre en su cumpleaños junto a sus doce hermanos. Además, sus tres hijos van a dormir hoy en casa —«fíjese, los cinco de nuevo solos»— y los cuentos de Navidad siguen sobre la mesa. «Le recuerdo que yo había venido a hablar de mi libro». Y se despide.

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