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No todo es la guerra

Wall Street, en la imagen varios operadores, marca la pauta al resto de las BolsasAP

La guerra de Irak está sirviendo para tapar, tanto a escala política como económica, otros asuntos de índole internacional y nacional que, por mor de la fuerza de la actualidad, han pasado a un segundo plano. Ejemplos hay para aburrir. Sin ir más allá, en Cuba, el dictador Fidel Castro ha aprovechado el río revuelto de la escena internacional para neutralizar a la oposición al régimen con la detención masiva de disidentes. Más de setenta detenidos es el resultado de la ola represiva desatada por Castro, cuya guerra particular y eterna vuelve a salir a la superficie. En el el territorio peninsular, los nacionalistas catalanes y vascos, junto a sus hermanos del BNG, han resucitado la moribunda Declaración de Barcelona, después de que unos (leáse EA) hayan desafíado todo lo desafiable al ofrecer al batasuno Arnaldo Otegi figurar en las listas electorales de la coalición nacionalista integrada por el PNV y Eusko Alkartasuna, y otros, unas veces por boca del candidato de CiU, Artur Mas, y otras por la del socialista Pascual Maragall, hayan planteado reformas que se sitúan a años luz del espíritu constitucional de 1978.

También en la economía los árboles del conflicto bélico de Irak están impidiendo ver el bosque de los datos. Y a poco que se profundice es evidente que estos no son buenos, y terminarán más pronto que tarde por retomar el protagonismo. La larga etapa de incertidumbre económica no sólo no acabará con el fin de la contienda, sino que lo más probable es que a medio plazo aparezca con mayor crudeza. O dicho de una manera más suave, la resolución de la guerra mejorará a corto plazo la situación, pero no elimina la necesidad de un ajuste pendiente. Ni Estados Unidos ni las dos locomotoras económicas de la Unión Europea, Francia y Alemania, están para echar las campanas al vuelo. La economía internacional combina el peso de los efectos de la crisis de Oriente Próximo y la acumulación de importantes desequilibrios.

Y es que los números no invitan al optimismo. Los desquilibrios fundamentales americanos son anteriores a la guerra; el contexto europeo no es especialmente halagüeño, y la inversión, basta con echar un vistazo a los mercados bursátiles, necesita estabilidad. La economía USA, que a la postre es la que tira del resto del mundo, presenta algunos síntomas de honda preocupación, como, por ejemplo, el déficit acumulado, que según las últimas estimaciones podría alcanzar el 3% del PIB este año, 300.000 millones de dólares. Además, el plan de recortes impositivos de Bush de 700.000 millones en diez años amenaza, según los analistas más ponderados, con agravar la posición fiscal de Estados Unidos, lo que como todos sabemos supondría mayores tipos de interés, menor inversión y productividad y menor crecimiento económico y empleo para las generaciones futuras. Por lo que respecta al Viejo Continente, la situación es todavía más preocupante. La división puesta de manifiesto con motivo de la crisis iraquí se mezcla en este caso con una situación preocupante que afecta a algunos principios fundamentales como el Pacto de Estabilidad, con el que algunos han empezado a jugar peligrosamente. Las oportunidades que presumiblemente abría la Ampliación se encuentran en estos momentos en una encrucijada que no puede ser desaprovechada. La Europa de los 25 constituía una magnífica oportunidad para reequilibrar el pacto social del Estado de Bienestar, abordar reformas del mercado de trabajo o meter la quinta marcha en la renqueante política agraria común.

¿Y en España? Hasta ahora hemos resistido mucho mejor que nuestros socios. Pero la pregunta que todo el mundo se hace es si podremos seguir manteniendo el diferencial. Nadie puede negar que la economía española ha entrado en un proceso de desaceleración: el crecimiento del empleo ya no absorbe el aumento de la población activa, el consumo privado y la actividad industrial se están resistiendo, la balanza de pagos ha puesto de relieve el significativo descenso de los ingresos por turismo y, en definitiva, los últimos datos plantean dudas en cuanto a que se haya tocado fondo. Pero es del género tonto no reconocer que, junto a ello, conviven algunos datos positivos, como que se siga creando empleo y la afiliación a la Seguridad Social siga superando máximos, que se mantiene un impecable saneamiento de las cuentas públicas o que la Bolsa de Madrid es una de las que menos mal se han comportado, cuestión que invita a tomar aliento.

España está bien preparada para aprovechar los efectos positivos del fin de la guerra de Irak, pero para seguir creciendo más que nuestros competidores es necesario mantener los tres pilares sobre los que se ha edificado desde 1996: la estabilidad macroeconómica, responsabilidad fundamental del Gobierno; incidir en la promoción de una economía abierta y competitiva, responsabilidad compartida de empresas y Gobierno; y una mayor flexibilidad laboral, responsabilidad de los agentes sociales. No todo es la guerra. Su influencia en la economía es innegable, pero no debe servir de excusa para no abordar los ajustes pendientes. Disculpas para no hacer los deberes las hay siempre. En 1992 algunos se ampararon en los escándalos contables. Sería una pena que en 2003 todo quedara tapado con la crisis del Golfo.

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