«Rezad. Nunca saldréis vivos de aquí»

BESLÁN. Primero había rabia, impotencia, furia, desesperación. Pero el dolor también tiene sus fases. Y ayer era la resignación la que imperaba. Era un dolor insoportable el de Beslán. «He perdido a mi hija de 12 años y mi hijo está ingresado en Vladikavkaz con quemaduras por todo el cuerpo», afirma Aneta Jadzhieva mientras salía de la Casa de la Cultura de Beslán. Aneta no podía articular palabra cada vez que intentaba decir que había encontrado el nombre de su hija en la primera lista de víctimas mortales que se hizo pública ayer.
«No lo podía creer, se me nubló la vista cuando en esa maldita hoja de papel vi....», dijo Jadzhieva con palabras entrecortadas por el llanto. «Tuve que releer los nombres varias veces hasta que...parece mentira, parece mentira. Esto cambiará para siempre nuestras vidas», añadió la desconsolada madre rompiendo a llorar otra vez.
A su lado, un hombre comenta: «Viviremos toda la vida con el recuerdo de esta enorme desgracia, pero tenemos que sobreponernos y tomar medidas para que algo así no nos vuelva a suceder nunca más. Ni a nosotros ni a nadie».
Algunos de los niños que lograron salir ilesos, presentes también con sus padres en la Casa de la Cultura a la espera de noticias, comentaban cómo se desencadenaron los acontecimientos. Arsán, de doce años, comenta que, tras la primera explosión, «todo se llenó de humo y de polvo, cundió la confusión y algunos de los chavales empezaron a correr tratando de escapar». «Al principio no supe qué hacer. Después corrí también hacia la salida. Entonces hubo una segunda explosión que derrumbó el techo del gimnasio».
Disparos por la espalda
Ya en el patio de la escuela, «los guerrilleros empezaron a dispararnos, y vi caer a chicos a mi alrededor, pero seguí corriendo hasta que me cogió un policía y me sacó de allí». Él tuvo suerte. Pero el destino fue fatal para muchos de sus compañeros, muertos durante la dramática huida.
«Era una carnicería. Los terroristas nos gritaban: «Nunca saldréis vivos de este lugar. Rezad a Dios. Hemos venido aquí a morir r Dios con todos vosotros», relata Azamat. Los médicos forenses aseguraron que la mayor parte de las heridas de bala en los menores fueron debidas a disparos efectuados por la espalda.
Fatima Alíkova, una madre que acompañó a su hija a la fiesta de apertura del curso, sostiene que la primera explosión -desencadenante de la carnicería- fue causada por una de las bombas que los terroristas fijaron a la pared del gimnasio, donde se encontraban la mayoría de los rehenes. El artefacto explosivo, según Fatima, «se desprendió de la pared y cayó».
Valeri Andréyev, responsable del Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) en Osetia del Norte, explicó que el pánico no sólo lo causó la explosión de la bomba, sino también «la gran tensión psicológica reinante, consecuencia de las insoportables condiciones de cautiverio que padecían».
Viera Murátova, una de las primeras mujeres liberadas junto a su bebé sostiene que «la atmósfera estaba tan viciada en el gimnasio que no se podía respirar». «El calor era también sofocante». Y pronto les amenazaba la extenuación: «Los terroristas dijeron que no beberíamos más agua hasta que los presidentes de Osetia e Ingushetia no aceptaran hablar con ellos». «Para los más pequeños la sed se convirtió en un terrible martirio», afirma Viera.
«Muchos de los niños se bebieron su orina. También se despojaron de parte de sus ropas para aguantar mejor el calor». Tal circunstancia, parece ser, enervó a alguno de los terroristas. Ayer en Beslán se hablaba de por lo menos un caso de una adolescente que fue violada por los secuestradores.
Mientras los artificieros desminaban la escuela y se retiraban los cadáveres de las víctimas, un enorme cordón policial montaba guardia en todo el perímetro, impidiendo el paso a la Prensa. Un suboficial se acercó a los informadores allí agolpados y dijo: «No les voy a dar mi nombre, no me citen ni siquiera anónimamente, pero les diré que el balance final de víctimas va a ser elevadísimo».
Ciudad paralizada
Toda la ciudad estaba congregada en la Casa de la Cultura a la espera de que llegasen las listas de muertos y heridos. En Beslán no había ayer abierto ni un sólo comercio; era imposible tomar un taxi. La localidad, que parecía un pueblo abandonado, se paralizó por para aguardar las noticias del comité de crisis. Todos querían salir de dudas sobre el paradero de sus familiares o amigos. La información empezó a llegar a mediodía, pero todavía de forma parcial. Un médico dijo que los cadáveres recogidos ayer de la escuela, muchos de ellos calcinados, han sido enviados al Instituto Forense de Vladikavkaz, la capital de la república, para su identificación: «Un trabajo que será muy largo y complicado».
Muchos de los familiares se han acercado al depósito de cadáveres con fotografías e información que ayude en la labor de identificación. Los que hasta ahora desconocen si sus seres queridos están muertos o heridos temen ya lo peor. «Aquellos que estuvieron hasta el final en poder de esas alimañas fueron, seguramente, los que más sufrieron», asegura Aslán, uno de los voluntarios que se ofrecieron el viernes a trasladar los heridos al hospital. El conductor abrió la puerta trasera de su todoterreno para mostrarnos las manchas de sangre en el interior. Hay demasiada sangre en Beslán.
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