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MOVIMIENTO CONSTITUCIONAL SIN RUMBO

HACE unos días Gregorio Peces-Barba (El País, 19 de diciembre, 2003) nos calificaba de «conservadores inmovilistas» a todos los que criticamos el renovado entusiasmo por la reforma constitucional que ha invadido últimamente, no ya a los nacionalistas, sino al Partido Socialista. Pues bien, yo acepto el calificativo en cuanto a Constitución se refiere, y muy especialmente en el asunto sobre el que se debate, la organización territorial del Estado. Los conservadores inmovilistas sabemos al menos lo que queremos conservar, el Estado de las Autonomías, y sabemos por qué.

Mucho me temo, sin embargo, que los progresistas movedizos que se nos oponen, ni saben por qué lo hacen, ni, sobre todo, saben hacia dónde van. Hasta el mismo Peces-Barba, que dedicaba medio artículo a descalificar a los críticos de la ola reformista, ocupaba, sin embargo, el otro medio en advertir a los socialistas catalanes que toda reforma del Estatuto que propugnen debe hacerse dentro de la Constitución, como si en el fondo no se fiara demasiado de todos esos compañeros de viaje del progresista club de reforma de los Estatutos y de la Constitución.

Lo novedoso de este debate constitucional no es la posición nacionalista que ya es bien sabida, sobre todo en sus intereses, exclusivos de los sectores nacionalistas de sus respectivas comunidades autónomas. Lo relevante ahora es que la izquierda, primero desde Cataluña, luego desde Ferraz, y más tarde desde Andalucía, se ha hecho fervorosa partidaria de las reformas de los Estatutos y de la Constitución. Porque esa izquierda es alternativa de Gobierno y, por lo tanto, su posición, fundamental para el futuro de nuestro sistema político.

La izquierda ha decidido que la defensa del Estado de las Autonomías tal como se pactó en la Transición es conservadora, inmovilista, poco dialogante y rechazable. Y en la medida en que ha adoptado esta posición tan radical, no sólo ha colocado a España ante un horizonte de una nueva redefinición de su articulación territorial, sino que está obligada a argumentar con solidez sus razones y los objetivos beneficiosos para nuestro país que espera conseguir con esas reformas.

Y el problema es que ni hay solidez de razones ni hay ningún objetivo beneficioso claro para España. La mayor evidencia de la debilidad de esas razones se asoma en el origen geográfico de los argumentos. Porque todo este renovado entusiasmo por la reforma de la Constitución se produce sobre todo bajo la influencia de Maragall y se redobla precisamente a partir del momento en que el líder catalán está en posición de formar Gobierno. El inspirador principal es el Partido Socialista de Cataluña y no el Partido Socialista Obrero Español lo que nos habla inevitablemente de la inconsistencia del liderazgo socialista desde el que se están propugnando cambios tan relevantes para nuestro país.

Al factor Maragall se le suman, desde luego, otros dos menos coyunturales. Por un lado, el elemento federal que está desde hace mucho tiempo en los programas socialistas y, por otro lado, el factor electoral de construcción de una alternativa a las propuestas populares. En cuanto al federalismo, su problema es que el PSOE nunca ha acabado de explicar qué significa exactamente eso de la alternativa federal. Y es que la explicación es harto difícil si tenemos en cuenta que el Estado de las Autonomías es un sistema federal. No existe una alternativa federal porque ésa ya es una realidad en nuestro país. Pero lo curioso es que esa falsa idea de su existencia ha alimentado la ficción de que hay un modelo alternativo al Estado de las Autonomías y que quienes lo proponen son los modernos frente a los antiguos que se empeñan en seguir llamando Estado de las Autonomías a nuestro sistema federal.

Pero, además de ficción, el entusiasmo por la reforma tiene unos elementos bastante más sólidos que son los electorales. La izquierda ha decidido que el Estado de las Autonomías puede ser un útil eje de diferenciación respecto al PP. Por tres razones: porque frente al empeño de mantenimiento de este modelo, la izquierda se presenta como adalid de la apertura, el cambio y el diálogo, porque hay un sector significativo de españoles que apoya en las encuestas las reformas constitucionales, y porque esta posición permite y permitirá los pactos con los nacionalistas cuando sea necesario.

La primera y tercera razón se han mostrado eficaces hasta ahora. Cataluña es un ejemplo de la utilidad de este discurso para los pactos con los nacionalistas, y en cuanto a la confrontación con el PP, la izquierda ha tenido un éxito notable en convencer a una buena parte de los españoles de que la defensa del Estado autonómico de la Constitución es centralista y significa poco menos que la reinvención de un nacionalismo español importado directamente del franquismo. El absurdo de la creencia es impresionante, pero lo importante es que bastantes españoles la han hecho suya.

Otra cosa es que la izquierda haya interpretado correctamente los deseos de los españoles que se muestran abiertos a las reformas constitucionales. ¿Quieren realmente reformas constitucionales que revisen en profundidad el modelo autonómico? ¿Esos españoles pueden coincidir con los planteamientos nacionalistas como los de Ezquerra de la misma forma en que lo hace el Partido Socialista? ¿O se trata más bien de una muy genérica apertura a la idea de la reforma que no necesariamente se va a plasmar en un apoyo a la revisión profunda del modelo actual?

Creo que la respuesta incluso de esos españoles abiertos a la reforma constitucional será negativa cuando hayamos logrado hacer un análisis bastante más riguroso de lo que se ha hecho hasta ahora de los beneficios que se esperan lograr con este inquieto movimiento de reforma constitucional. Porque ahí el rumbo desaparece completamente. Lo único que queda es la reforma por la reforma, la diferenciación respecto del PP. Pero, ¿para ir a dónde? El mensaje de la izquierda es que para ir a un consenso mayor que el logrado por la Constitución alrededor de nuestro modelo de organización territorial. Pero ellos saben, o deberían saber, que eso es falso, y que los principales insatisfechos con el actual modelo, es decir, los nacionalistas vascos y catalanes, seguirán igualmente insatisfechos con cualquier otro basado en la preeminencia de los intereses del conjunto de España. ¿A quién y a dónde se dirige, por lo tanto, este proceso de reformas que la izquierda quiere abrir? Ése es el problema, que no lo sabemos. Hay muchas autoafirmaciones de talante dialogante y progresismo, pero confusión de ideas, indefinición de objetivos y debilidad de liderazgo. Lo suficiente, quizá no para profetizar catástrofes, como denunciaba Gregorio Peces Barba, pero sí para estar justificadamente preocupados.

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