La hora de la verdad
Zapatero ha consolidado la «percepción» social de que es una alternativa seria para presidir el Gobierno de España en 2004, pero antes deberá pasar la prueba de «los resultados» en las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Su mayor enemigo es que «todo va demasiado rápido», según admiten algunos cualificados dirigentes socialistas
MADRID. José Luis Rodríguez Zapatero tiene asumido el principio de que -con justicia o sin ella- la obra humana se mide por sus resultados, aunque los éxitos políticos están estrechamente vinculados a las «percepciones» -como tales, subjetivas-. Si nos atenemos a esta pauta, 2002 fue el año de la «percepción» social de su consolidación como líder del PSOE y alternativa de Gobierno, pero 2003 será el año de «los resultados».
El balance que puede presentar dos años y medio después de haber sido elegido secretario general del PSOE contra los pronósticos generales no es menor, sobre todo si se conserva la memoria para recordar cuántos y quiénes -fuera y dentro de su partido- apostaban que ni siquiera lograría superar el «ecuador» de su mandato y sucumbiría devorado por los «saturnos» socialistas -Felipe González, los «barones» y la vieja guardia-. Sin embargo, Zapatero -devoto de la filosofía griega- ha terminado siendo el «Zeus» que primero se salvó creciendo «de incógnito» y después ocupó el lugar del «padre», con la inteligencia de saber que los tiempos aconsejaban que el método era no expulsar a nadie del Olimpo. Aunque no todo el mérito le es atribuible, porque le han acompañado las «circunstancias» -especialmente los errores de un Gobierno y de un partido que, atenazados por la incertidumbre sucesoria, han ofrecido alarmantes síntomas de ensimismamiento y dejado al líder socialista como el único referente político claro de futuro-.
Desde que se alzó con el liderazgo del PSOE, Zapatero tenía diseñado un «programa» de actuación y sus tiempos de ejecución, que ha mantenido con temple soslayando los accidentes del recorrido: primero, el asentamiento de la nueva dirección; después, cohesionar el partido; y, más tarde, promover un debate ideológico que renovara los fundamentos teóricos del socialismo para plantear a la sociedad una nueva alternativa de Gobierno.
«Coser» el partido
La consecución de los dos primeros objetivos es hoy prácticamente indiscutida y su consecución ha sido, en gran medida, un logro personal. La consolidación del grupo de «aventureros» que tomó las riendas del PSOE en 2000 ha sido en buena parte una deriva de la consolidación de su propio liderazgo, que buscó primero en la sociedad para, con su aceptación a un estilo alejado de los modales «pendencieros», obtener el refrendo del partido. La cohesión que hoy muestra el PSOE, sin restar méritos al secretario de Organización, José Blanco, es también en gran medida obra personal de Zapatero, que ha sabido «coser» el partido desde arriba, aunque también en esto el viento soplaba a su favor porque la militancia estaba hastiada de largos años de luchas fratricidas pagadas en votos. Más discutible, aunque el tiempo fijado para ello no se haya consumido, resulta la ejecución de la tercera columna de su plan de actuación, ya que el debate ideológico se ha plasmado más en propuestas renovadas que en una proyección pública de tal debate.
Conseguir los dos primeros objetivos era condición «sine qua non» para aspirar a convertirse en alternativa de Gobierno y, aunque la situación actual es fruto de la siembra realizada desde julio de 2000, fue en 2002 cuando se asentó «la percepción», con cuatro grandes momentos que fueron, en su orden cronológico: la huelga del 20-J, el debate sobre el estado de la Nación, el debate presupuestario y el mitin de Vista Alegre en el que fue proclamado candidato a la presidencia del Gobierno.
La decisión de respaldar la huelga general y asistir a la manifestación convocada por los sindicatos marcó un punto de inflexión en la desconfianza que albergaban hacia él la izquierda refugiada en la abstención y los temerosos de que acabara entregado al «centrismo» rampante, que venían exigiéndole más «contundencia». A partir de aquel momento se produjo en los «aledaños» del PSOE más nostálgicos un giro de opinión -suave, pero continuado- favorable a Zapatero, que se asentó tras sus actuaciones en los debates sobre el estado de la Nación y de Presupuestos, en los que, según opinión generalizada, derrotó a José María Aznar. Habiendo ganado el liderazgo del centro-izquierda sociológico en la calle y reafirmado esa posición en el Parlamento, su proclamación como candidato era sólo cuestión de «tempo» político. Aquí Blanco tuvo el acierto de proponer que lo hiciera coincidir con la conmemoración del triunfo electoral de 1982. Con este recorrido, resultaba lógico que el mitin de Vista Alegre fuera la escenificación definitiva del relevo cuyo testigo González se había mostrado renuente a entregarle sólo unos meses antes, cuando cuestionó en su presencia que tuviera «proyecto».
El «Prestige»
Pero todo lo que Zapatero había conseguido hasta octubre era consolidarse como líder de la oposición, una oposición a la que no cabía razonablemente exigirle un triunfo en su primera comparecencia ante las urnas -sólo existe un precedente histórico, el de Tony Blair, que en tres años condujo a los laboristas británicos a la victoria, pero tras 18 años de gobiernos conservadores y sin mayoría absoluta ya-. Y en esto se hundió el «Prestige». A partir de ese momento, el PSOE empezó a ser examinado como una alternativa seria de Gobierno para 2004.
El recuerdo de 1979
El gran problema para Zapatero y su equipo es que «todo está yendo demasiado deprisa», según admiten algunos cualificados dirigentes. A esa prisa se atribuye la absurda torpeza de amputar un documento oficial que puso en entredicho a Jesús Caldera, ariete y escudo del líder socialista, a quien desbrozó el camino para sus éxitos en el teatro parlamentario.
Antes de obtener la confirmación como alternativa, Zapatero habrá de ganar «confiabilidad» y, en ese camino, el primer examen final serán las elecciones municipales y autonómicas del 25 de mayo. Ganar o perder estos comicios no determina ganar o perder los generales, según acredita un repaso de los resultados electorales en España, pero sí genera la «percepción» imprescindible.
La pesadilla es el recuerdo de 1979, cuando el PSOE creyó que tenía la victoria en sus manos y tuvo que superar una profunda depresión para alcanzar el éxito tres años más tarde.
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