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SALVADOR DALÍ, EL ÚLTIMO SURREALISTA

HA tenido que llegar la fecha de la celebración del Primer Centenario del nacimiento de Salvador Dalí para que al Dalí escritor le demos la importancia que tiene. Siempre habíamos sabido que la obra literaria del pintor era amplia y diversa y contenía desde sus primeros y tímidos ensayos teóricos sobre arte, los poemas temblorosos contemporáneos de sus primeros trabajos como pintor, hasta sus numerosos libros de memorias «Diario de un genio», «Diarios», «Mi vida secreta» y un largo etcétera que va desde libretos para ópera y ballet a dramas y ensayos en los que llega a tocar temas científicos. Dalí en realidad fue en muchos aspectos un hombre del Renacimiento.

Pero hay que recordar que para una buena parte de españoles de mi generación, la figura de Salvador Dalí fue durante muchos años, la figura odiosa de un traidor a sus ideas artísticas revolucionarias, la figura de un payaso que se prestaba al nauseabundo juego de ser utilizado por la dictadura franquista como coartada perfecta de una inexistente libertad, de una permisividad que sólo existía en su excepcional manera de tratar y mimar al artista universal que sin duda era ya aquel hombre que a muchos nos parecía un despreciable ser humano. No sólo había profanado el nombre sagrado del poeta mártir, su amigo Federico García Lorca, sino que con su actitud - por muy histriónica que ésta fuera- estaba apoyando un régimen no menos despreciable. No veíamos o queríamos ver lo que en ello había de transgresión, que fue siempre su más clara manera de expresarse. Con los años no sólo se atempera el ánimo y se matizan las opiniones, sino que si quieres salvarte del más inmenso de los naufragios, que es la vida, tienes que adquirir y poner en práctica un saludable sentido del humor, que es la única manera de distanciarse de las ideologías y de los fanatismos de todo signo, que nos acosan siempre. Sólo así pudimos acercarnos a Salvador Dalí sin obstaculizantes opiniones cargadas de prejuicios negativos y de sectarismos ideológicos. Sólo así pudimos averiguar que detrás de todas sus máscaras y de todos su delirios, había un enorme artista que se defendía del mundo y de la angustia de aquella heterodoxa forma que empezaba por un atosigante narcisismo y acababa en la frontera de la paranoia y era el origen de su continuada y a veces exasperante provocación.

Han tenido que pasar muchos años para que podamos además creer en la autenticidad del arte de Salvador Dalí. Ya hemos logrado al menos, quitarnos esos muchos prejuicios que nos impedían considerar el enorme artista que había detrás de su despreciable máscara humana, de su intolerable personaje y ver que esa forma de utilizar el arte y la creación era su manera de ser fiel, o su interpretación personalísima, a esa revolución de las conciencias que fue el movimiento surrealista, al que él perteneció de forma entusiasta primero y de una manera heterodoxa siempre. Fue Octavio Paz, al hablar de Luis Cernuda, el que dijo que el surrealismo fue «algo más que una lección de estilo, más que una poética o una escuela de asociación de imágenes verbales: fue una tentativa de encarnación de la poesía en la vida, una subversión que abarca tanto al lenguaje como a las instituciones. Una moral y una pasión... el último sacudimiento espiritual de Occidente». Dalí era en este sentido un surrealista convencido. Sólo que a veces en su delirio llega a confundirnos y a hacernos creer que detrás de su impostura, detrás de sus máscaras en las que a veces sólo veíamos al «ávida dolars» que sentenció André Breton y no al artista que está llevando hasta sus últimas consecuencias una concepción del mundo que sitúa siempre, «el inquietante fulgor de lo siniestro» junto a la belleza y a la raíz de su propia destrucción.

El propio artista lo dijo en una frase que me gusta recordar ahora: «La pintura es el rastro visible del iceberg de mi pensamiento» No hay forma de decirlo de forma más clara. Dalí fue un artista total. Y ha sido con el comienzo de la publicación de su obra literaria completa, cuando el Dalí escritor empieza a cobrar una importancia, que no sólo amplia su figura artística sino que le da una dimensión mayor y más compleja. Y no porque su literatura nos ofrezca una visión distinta del artista, sino que la enriquece de tal manera, que aunque sólo fuera por su obra literaria estaríamos siempre hablando de un artista de primera magnitud del siglo XX. El erotismo, la muerte, los sueños, la podredumbre, los objetos y otra vez el erotismo, son sus obsesiones literarias, aparte de su propia persona y ese mundo que él creó en torno a su figura y que no hay otra forma capaz de calificarlo que «daliniano», al igual que fueron las obsesiones en torno a las que giró su universo pictórico. Lo que desde luego la posteridad nos dirá de Salvador Dalí es que fue un artista total, extravagante y narcisista que nunca dejaba de sacudir las conciencias de sus contemporáneos. ¿No era eso, precisamente eso lo que perseguía el surrealismo? Cuando esto se cuente ya de forma natural, nadie recordará toda esa hojarasca que rodeó al personaje en el que se alojaba aquel genio que se llamó Salvador Dalí. Es muy posible que nunca una obra de Salvador Dalí nos emocione hasta herirnos el corazón, pero siempre ninguna de ellas nos dejará indiferentes.

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