Un Rolls-Royce al ralentí
DANZA«Push»Coreografías: Russell Maliphant. Música: Carlos Montoya, Shirley Thompson y Andy Cowton. Luces: Michael Hulls. Intérpretes: Sylvie Guillem y Russell Maliphant. Lugar: Teatro Real, Madrid

«Push»
Coreografías: Russell Maliphant. Música: Carlos Montoya, Shirley Thompson y Andy Cowton. Luces: Michael Hulls. Intérpretes: Sylvie Guillem y Russell Maliphant. Lugar: Teatro Real, Madrid. Fecha: 31-III
Quienes vieran por primera vez a Sylvie Guillem en esta tercera visita suya al teatro Real (la primera vez que pisó su escenario fue en una inolvidable producción de «La bella durmiente) pudieron disfrutar de la exquisitez de su baile, de su asombrosa elasticidad, de la sutileza de sus dibujos, de la musicalidad de su cuerpo. Quienes ya habían gozado antes del arte de esta excepcional y singularísima bailarina francesa pudieron disfrutar de la exquisitez de su baile, de su asombrosa elasticidad, de la sutileza de sus dibujos, de la musicalidad de su cuerpo... Pero echaron de menos a Sylvie Guillem, porque sólo vieron una mínima parte de ella. Extraordinaria, magnética, acariciadora, pero apenas la punta del iceberg de su deslumbrante baile.
En «Push» -el espectáculo con el que Sylvie Guillem estará en el Real hasta el miércoles-, la bailarina se ha arrojado en brazos de Russell Maliphant, un coreógrafo más que interesante, un verdadero escultor del movimiento, que juega ingeniosa y sutilmente con la luz y la música para ofrecer al espectador piezas hermosas -demasiado similares, eso sí, en línea y estructura-, en las que tanto él y Sylvie Guillem, nadan con comodidad; los dos bailarines se entienden, se sienten bien el uno con el otro, y eso se transmite al espectador, que asiste complacido a un espectáculo apacible -sólo la primera coreografía, un brioso solo sobre la guitarra flamenca Carlos Montoya-. Son piezas que podrían considerarse meros ejercicios que, en manos de Sylvie Guillem, se transforman en obras de arte. Pocas artistas tienen la capacidad de moldearse a sí misma con tanta preciosidad, pocas (pocos) tienen su poder de seducción, su magnetismo, su clase.
Pero en las coreografías de Maliphant, Sylvie Guillem es como un Rolls-Royce al ralentí. Mantiene intacta su imponente presencia, su aire majestuoso, su prestancia, pero es un desperdicio... Los que han podido disfrutar antes de Sylvie Guillem salen así del teatro con el sabor agridulce de haber podido disfrutar de una de las más grandes artistas de la historia reciente de la danza -que a sus cuarenta y dos años mantiene intactas sus facultades físicas, o así parece-, pero con la frustración de haber dejado pasar la oportunidad de verla en plenitud.
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