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Alatriste asalta las pantallas

«Vente a ver la película conmigo y con el equipo técnico», me invita a golpe de móvil Arturo Pérez-Reverte. Quedamos a las once menos cinco de la mañana en los cines Conde Duque de Santa Engracia. Un

Arturo Pérez-Reverte, Viggo Mortensen y Agustín Díaz Yanes, el martes durante la presentación de la película en Madrid

«Vente a ver la película conmigo y con el equipo técnico», me invita a golpe de móvil Arturo Pérez-Reverte. Quedamos a las once menos cinco de la mañana en los cines Conde Duque de Santa Engracia. Un poco antes de la hora ya se han congregado varios grupos de asistentes. En ellos, entre otros, ahora conversan Charlie Lázaro, el primer asistente de dirección, el hombre que coordina y sujeta la imponente maquinaria de un rodaje en el que se han empleado diez mil extras; el montador de la película, José Salcedo, que ha sabido conjuntar con precisión las escenas más íntimas y los despliegues de masas, las peleas de callejón y las grandes batallas; o Jordi Casares, el coordinador de acción. Imposible citar a todos. Suena el móvil. Es Pérez-Reverte quien, desde la otra acera, levanta la mano para hacerse ver. Cruza, se acerca y enseguida saluda al productor, Antonio Cardenal, quien ya ha llevado al cine varias de sus novelas. «Ésta es la película de mayor presupuesto de la historia del cine español -afirma con orgullo-. Veintitrés millones de euros. Claro que yo no los he puesto todos, la gran inversora ha sido Telecinco y luego también ha participado Universal».

Entramos en la sala junto con el director, Agustín Díaz Yanes, a quien todos llaman afectuosamente «Tano». Enseguida las luces se apagan y comienza la proyección. «El principio es imponente», adelanta Pérez-Reverte en voz baja, pues ya ha visto la película y ha hablado de su primera impresión en el «XL Semanal». En efecto, Alatriste y sus hombres mantienen un brutal encuentro con el enemigo entre las aguas de un río gélido. «Todos tiemblan, él sólo por dentro», añade el autor, quien vuelve a sentir cierta incomodidad cuando termina la trepidante acción inicial y comienza propiamente la narración de la película. «Claro -se calma- hay que presentar a los personajes y no son pocos... Quevedo (Juan Echanove), la actriz María de Castro (Ariadna Gil), el Conde Duque de Olivares (Javier Cámara), Iñigo Balboa (Unax Ugalde), el conde de Guadalmedina (Eduardo Noriega), Angélica de Alquézar (Elena Anaya)... Verás como todos están muy bien y son perfectamente reconocibles, saltan de las páginas a la pantalla con toda propiedad».

Dos horas y cuarto después concluye la proyección con la imponente batalla de Rocroi. Mientras discurren los títulos de crédito, se suceden aplausos que van subrayando el espléndido trabajo del director de fotografía, Paco Femenía, que ha recreado los claroscuros climas pictóricos de Velázquez y Caravaggio; del director de arte, Benjamín Fernández, que planta al espectador en las calles del Madrid del siglo XVII y en sus palacios con brillante sordidez; de la diseñadora de vestuario, la premiadísma Francesca Sartori, capaz de mostrar la arrogante riqueza de la Corte de Felipe IV y la miseria del pueblo y de los soldados; del maestro de armas, Bob Anderson, uno de los mejores del mundo, el que puso en acción a Darth Vader en «La guerra de las galaxias», y que en «Alatriste» nos muestra una violencia próxima y real, porque en aquellas batallas se mataba de cerca, con el golpe bronco de la espada y el cuchillo.

En fin, Pérez-Reverte está encantado: «Es una película feroz, despiadada, pero a la vez heroica y épica, muy humana. Que nadie espere un ballet de bailarines con espadas ni coreografías orientales. Esta película es mucho más que eso. Aunque siempre me dio miedo que Alatriste fuera amaestrado por el cine, Díaz Yanes ha sabido recrear estas aventuras de un héroe políticamente incorrecto; y Viggo Mortensen le ha dado vida de verdad. Porque Alatriste es un asesino, un mercenario que tiene sus reglas y sus normas, un tipo poco recomendable, pero también el mejor de los amigos, un amante vulnerable y hasta un buen padre adoptivo. Todos han sabido mantener ese carácter oscuro del personaje, no me lo han amariconado».

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