Casa Orellana Chamartín

Tras el éxito de la taberna que con el mismo nombre tienen en el barrio de las Salesas, el grupo El Escondite, y su cocinero Guillermo Salazar, se han lanzado a abrir un segundo local de Casa Orellana, mucho más amplio y elegante que el primero pero manteniendo una oferta de cocina muy similar. Cocina de especial interés, muy por encima de la media de lo que se estila en restaurantes que pertenecen a esos grupos de moda que proliferan en Madrid. El sevillano Guillermo Salazar es un cocinero muy sólido que tiene en su currículo estancias en Akelarre y Arzak antes de pasar nueve años en Nueva York trabajando en sitios de tanto nivel como Gramercy Tavern o Eleven Madison Park. Una larga experiencia que pone al servicio de una cocina tradicional de platos sencillos y perfectamente ejecutados, sin innecesarias complicaciones y sin más aspiraciones que dar bien de comer. Que no es poco. Todo en torno a una carta que satisface a un amplio abanico de públicos, con platos como ensaladillas, croquetas o molletes que pueden parecer concesiones a las modas porque se repiten en muchas cartas. Pero Salazar les aporta un toque personal y, sobre todo, las elabora con una calidad poco habitual. A lo que hay que añadir unos precios muy suaves en estos momentos en los que la tendencia a subirlos parece imparable.

Bastante tiene que ver en ello la posibilidad de pedir medias raciones o incluso, en algunas ocasiones, en formato tapa. El nuevo Casa Orellana no pierde su espíritu original de casa de comidas pero lo hace en un espacio mucho más elegante, con las mesas bien vestidas (se agradece la presencia de buenos manteles y servilletas) y detalles muy cuidados, incluida una más que notable carta de vinos, perfectamente seleccionada. Para empezar, buenas gildas tradicionales (3,50 €) y estupendas croquetas de rabo de toro (2,50). Muy logradas las ensaladillas, tanto la de centollo (16) como la de atún en escabeche (11), y ricos los molletes, sobre todo el de ‘pringá’ (5,50), por encima del de calamares fritos con mayonesa de ajos asados (7,50), complicado de comer. Siempre hay algún fuera de carta, como la magnífica de perdiz y setas que se ofrecía el día de nuestra última visita. Pero donde más se luce Guillermo Salazar es en el capítulo de guisos, para los que tiene una gran mano. Desde los callos (10,50) hasta las carrilleras de ibérico al palo cortado (18), pasando por la cazuela de atún con tomate picante y pesto (18,50), todos están a gran nivel. Baja el listón la torrija con helado de turrón (7,50), que ha mejorado desde las primeras versiones en la casa madre pero sigue resultando muy floja. Uno de los pocos bajones en una comida muy satisfactoria.

No cierra. Barra.