Perro fracaso

En el equipaje de vuelta que la selección española de fútbol trajo de Corea venían las típicas compras electrónicas, seda y abalorios para las chicas, un montón de desilusiones, mucha frustración, un puñado de fueras de juego inventados, dos goles anulados injustamente y un sabor agriculce de fracaso inmerecido. Pero no venía «Camachín». «Camachín» es -quizá era- el perrito que Olga Viza y sus chicos le regalaron al seleccionador, José Antonio Camacho, tras comprarlo en un mercado callejero de Ulsan. En Corea, los perros no se compran en los mercados para regalárselos a los niños, sino para echarlos en la olla y estofarlos con muchas especias y verduritas autóctonas. La gente de Antena 3 se apiadó de la mirada tierna y los ladridos tristes del cachorrillo y decidieron salvarlo como si fuera el último justo de Sodoma o el último animal del arca de Noé. «Camachín» era, como Platero, pequeño, peludo y suave, y durante la alegre trayectoria de la selección se convirtió en la mascota oficiosa del combinado nacional.
Pero la traumática eliminación, atraco arbitral incluido, ante Corea, ha borrado de la expedición española todo atisbo de espuma sensible en un oleaje de irritación, decepción colectiva y cabreo. Y en algún lugar del paralelo 38 se han dejado olvidado a «Camachín», cuyo sórdido destino de filete se pierde en la bruma de Oriente al otro lado del desengaño deportivo. La derrota vuelve a la gente hosca, resentida, hermética y ceñuda. Y el perrito indultado de los fogones ha acabado pagando las culpas de tantas esperanzas rotas.
La opinión pública española se pregunta ahora por el destino profesional de Camacho, que en ningún caso pasará por el desempleo a la intemperie del decretazo, pero nadie parece interesado por el perruno futuro de «Camachín». Quizá ya no tenga futuro, sino sólo el efímero pasado de unas fotos tiernas para amenizar con humanidad la espera entre partido y partido. Los periodistas que, haciendo de tripas corazón, comieron perro en Corea como parte del «safari» antropológico paralelo al Mundial, relataron que era carne correosa, vomitiva experiencia gastronómica literalmente irrepetible. Nadie se atreve a decir que los cachorros cotizan más caros por la misma razón que los corderitos lechales tienen más demanda que los carneros.
De la memoria española del Mundial quedan las alforjas de sudor sobaquero de Camacho, el pie vendado de Cañizares, la mirada asesina de Raúl, la sonrisa serena de Casillas ante los penaltis, los ojos llorosos de Joaquín tras fallar el lanzamiento decisivo, la verborrea de los comentaristas y los guiños del árbitro egipcio Ghandour con el entrenador holandés de Corea. No queda, en cambio, ni rastro de «Camachín», cuyo simpático hociquillo destinado a mascota de campeones se ha perdido en el vértigo desconsolado de la derrota, quizá camino de un triste estofado con verduras.
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