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Ana María Bueno: «Me visto de mantilla todos los Jueves Santo desde los 18 años»

Nieves Sanz

SEVILLA. Esta mujer sevillana del barrio de la Macarena, devota de la Hiniesta, y con debilidad por la Virgen de la Victoria y el Cristo de las Penas, no ha perdido ni una sola cita con la mantilla en su vida.

Ana María Bueno es una de las bailaoras más genuinas de la escuela sevillana del flamenco. Maestra de baile es actualmente coordinadora de la Compañía Andaluza de Danza, es una devota fiel de la mantilla. «Me la puse por primera vez a los dieciocho años. Recuerdo que mi acompañante fue un compañero mío, bailaor, que se llama Juan Manuel. Desde entonces hasta ahora, no he faltado ni un sólo jueves de mi vida».

Ana María Bueno es una clásica en el vestuario: traje de satén, sin apenas adornos, aunque tiene otro que le ha hecho el modista Justo Salao que es más adornado, pero siempre sin color. Mantilla de chantilly y peina (casi de teja, porque es alta). Zapatos de tela forrados, y medias negras. «No concibo esas mantillas con minifalda, me parecen de un mal gusto impresionante, y casi te diría que antiestéticas. Hay que tener gusto para vestirse en todos los momentos».

Joyas antiguas

A lo largo de su vida ha ido recopilando una serie de piezas para su mantilla. «Esta cruz antigua la compré a una señora que, como no tenía herederos, quería que la tuviera alguien que la fuera a lucir vestida de mantilla». Después, en un pueblo de Sevilla adquirió unos pendientes, también antiguos, y finalmente los guantes, «siempre de rejilla, me gustan y además son elegantes».

Ana María lleva siempre la manga larga o por debajo del codo, «igual que la falda por debajo de la rodilla».

Su rito a la hora de vestirse es como en otras muchas casas: «me viste mi madre pero es mi vecina Mari Carmen la que me coloca la peina. Ella usa lo que todas las mujeres: alfileres de cabeza negra y por supuesto las horquillas. Siempre me fijo la mantilla a los hombros, hay quien la lleva suelta, pero me parece mas airosa llevarla sujeta. Y para las bullas, me la cojo a modo de cola porque las mantillas se destrozan con cualquier enganchón. He visto algunas mantillas hechas polvo en un momento, sobre todo las antiguas de chantilly».

Nunca se pone claveles, «si hablamos de luto, es que no van ni con cola», y otra cosa curiosa es que tampoco usa corales, «hay a quien le gustan, y la verdad es que se ven algunos corales de mujeres sobre todo mayores que son excepcionales. Pero a mí me gustan más los corales para la Feria».

El sagrario del Calvario

No tiene especiales manías, pero sí devociones muy sagradas, «voy siempre al Sagrario del Calvario, es algo que no puedo evitar, y luego a los que pasemos».

Su madre también se vestía de joven, «aunque con traje largo, esos que ya no se llevan, y con misal», un elemento que también se ha perdido en la mantilla como en la liturgia habitual católica.

«Creo que la mantilla ahora se conserva casi como una reliquia. Hace unos diez años hubo una crisis fuerte, pero me parece que ahora se ha revalorizado en cuanto a la tradición. Lo que no me gustan son las niñas demasiado jóvenes vestidas de mantilla. Me parece que la mantilla la tiene que lucir una mujer, pero no una niña. Los dieciocho es una buena edad, e incluso después».

Admira a las mujeres que con más edad la usan, «son las que lucen mejor y las que llevan la mantilla más elegantemente, y también las que tienen mejores mantillas», y dice que quiere llegar también a la edad en que la tolerancia es habitual, vestida de mantilla y visitando Sagrarios.

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