historia de superación
Raül Balam: «Voy a ser adicto toda mi vida, si bajo la guardia acabaré durmiendo en un cajero»
El hijo de la cocinera Carme Ruscalleda publica el libro 'Enganchado', en el que relata su infierno en el mundo de las drogas, del que salió hace 10 años
![Raül Balam Ruscalleda es chef y esta al frente de cuatro restaurantes](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/gente/2023/01/14/RAULBALLAM(1)-REczT1SM8iOZxqxXE1Oro1M-1200x840@abc.jpg)
Raül Balam Ruscalleda es hijo de la multiestrellada chef Carme Ruscalleda y del hostelero Toni Balam. A sus 46 años, dirige el restaurante Moments del Hotel Mandarin Oriental de Barcelona, con dos estrellas Michelin, además de hacerse cargo de la cocina del restaurante El Drac de Calella y del Sant Pau en Tokio. Y, desde este pasado verano, esta al mando del Sant Pau, en San Pol, que ha reabierto bajo el nombre de Cuina Sant Pau. La próxima semana sale al mercado su libro 'Enganchado' (Libros Cúpula) un relato desgarrador en el que narra como su adicción al alcohol y a las drogas le llevaron al ocaso.
En dos meses podrá tatuar de nuevo en su tórax el palo número 10 que simboliza los años que lleva curado de la enfermedad, aunque esta como él dice es crónica pero con mucho esfuerzo ha aprendido a controlarla. «La droga esta en todas partes, estos días me preguntan mucho si el ser cocinero ha influido en que yo fuese adicto, como si en el mundo de la política, las finanzas, hasta incluso en un supermercado puede haber adictos trabajando«, revindica Raül en conversación con ABC.
«Las 24 horas de mi día eran horrorosas, en unos momentos estaba bajo los efectos y en otros bajo la ausencia y a veces es mucho peor porque tu cuerpo necesita la droga y lo manifiestas con mala leche, con gritos. Yo era un monstruo, he hablado con gente que trabajaba conmigo entonces y me dicen que me temían. A mis padres no llegué nunca a pegarles, pero con una mirada los podía hundir o con una contestación. A veces es mucho peor esto que el daño físico«, recuerda con tristeza.
Aquel 5 de marzo de 2013, volvió a nacer, de hecho confiesa que ahora celebra dos cumpleaños. En julio que es cuando vino al mundo y el de su ingreso en el Instituto Hipócrates de Barcelona. «Era mi momento había tocado fondo, llevaba meses solo en casa desesperado sin poder parar de consumir, mirando por la mirilla y viendo que eran las 7 de la mañana y que en dos horas tenía que coger un coche e irme a trabajar y nunca llegaba a tiempo porque no podía ni entrar en la ducha. La actuación de mi hermana, Mercè, fue mi salvación. En mi familia era sabido pero en ese momento yo ya necesitaba ayuda pero no sabía como pedirla«.
El tándem perfecto
La familia tiene un papel importante en la recuperación pero sus progenitores no lo encajaron igual. «Para mí son un referente los dos. La visible es mi madre, pero el Sant Pau no hubiese sido lo que es sin la gestión de Toni Balam, que le dio la libertad a mi madre de hacer lo que quisiera, mientras él se ha encargado de toda la gestión. Son el tándem perfecto. He aprendido tanto de uno como de otro. Lo que pasa es que cada persona es distinta y que te digan que tu hijo es drogadicto y que esta en un centro ues a algunos padres se les hace grande. Lo pasaron mal los dos.
Mi madre decidió no subir a terapia, le podía escuchar las desgracias de otras familias. Solo acudió a una y me pidió al cabo de cinco años subir porque sí vio ese cambio que había hecho. Y empezó ella la terapia y lo hizo pidiendo perdón por el trato con mi terapeuta y dando las gracias por haber recuperado a un hijo que había perdido. En cambio mi padre, lo pasaba igual de mal, pero sí que subía cada viernes al piso tutelado, estaba cinco minutos y cuando le preguntaban se iba. Estaba pero no se metía mucho«, recuerda Raül.
Enfermedad mental
Cuando ingresó le asaltaron muchas dudas sobre porque había llegado a esa situación. «Pensaba que tomaba por la presión del trabajo, por la madre que me había tocado -que era muy dura- o porque yo era homosexual. Eran excusas, todo esta en el hipotálamo. Es esa parte del placer que tenemos justo detrás que cuando tu empiezas a beber, cuando el placer llega al máximo aquello conecta y tú paras de beber. A mí, eso no me conecta, y nunca hay fin, puedo seguir bebiendo o drogándome y no alcanzo el placer. Es una enfermedad mental, un fallo cerebral«, explica.
Y nos pone un ejemplo de cómo esta enfermedad no entiende de bien o mal. «Un día yo podía haber tenido el mejor servicio del mundo, la casa llena, todo el mundo había cumplido y los clientes estaban encantados. Y yo, me iba al bar a celebrarlo porque habíamos tenido un buen día. Entraba y no salía hasta las 7 o las 8 de la mañana. En cambio, si había sido un servicio malo, que algún cliente no estaba contento, que no habían salido las cosas bien, yo tenía que ir al bar a ahogar las penas. Eran excusas para acabar en el mismo sitio«. Aún así, consiguió ganar la segunda estrella Michelin en plena enfermedad. «Al final todos los adictos tenemos un ángel de la guarda de nos protege y nos guía. Y luego tener un gran equipo que apoya«.
Soltero con derecho a roce
Aunque cuando comenzó la terapia tenía pareja, esta asegura la eligió la droga. «Yo encontré a mi expareja porque necesitaba a alguien que me frenara, pero a los dos meses ya volví a las andadas. Y cuando estaba en tratamiento mi terapeuta me dijo 'ya verás que llegara un día que te darás cuenta de que no tienes nada en común'. Ahora estoy soltero, pero tengo amigos con derecho a roce. Me caigo muy bien y estoy muy bien solo«, confiesa.
Sí forma una extraña pareja con Murilo, al que dedica un capítulo del libro. Su alma gemela en la cocina y gracias al cual puede tener todos los negocios que tiene. «Es mis ojos, mi gusto, mi pelear, somos como una pareja pero sin sexo. Yo solo no podría (ríe)«. A lo que sí sigue enganchado es a la cocina que es lo que realmente le hace feliz. »Estamos a punto de estrenar nuestro menú temático número 10 dedicado a un libro de Salvador Dalí, que se llama 'Las cenas de Gala', que se editó primero en Estados Unidos y luego en Francia. Una obra de arte con muchas recetas y menús que ellos preparaban para sus invitados. La creación de ese menú es como una montaña rusa, pero cuando lo ves en el plato te llena es la mejor droga del mundo, las endorfinas de haber creado aquello«.
Y hay algo que tiene claro: «Voy a ser adicto toda la vida, no me voy a curar nunca, tengo que aprender a convivir con esta enfermedad, y saber que si bajo la guardia y recaigo voy acabar durmiendo en un cajero automático, como mucha gente de buena familia que ya no han podido con ellos«. Su entorno está orgulloso de él y considera que cuando uno no es consciente de que hacía una cosa, no tiene que pedir perdón pero lo que sí ha hecho es »hacer las paces conmigo mismo y aceptar que unos lo entenderán y otro no«. Para el chef será un triunfo si »en cada entrevista que se publique sobre el libro, me escriben tres familias que les ha hecho tilín y alguien se ingresa«.
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