FOTOMATÓN
Raquel Mosquera, la peluquera superviviente
Se desabrocha a veces, en la tele, y antes se desabrochó en póster, cumpliendo un canto a la opulencia erótica, con aires de pin-up de barrio, y un peinado de adorno, a lo Marilyn de polígono
El arte de hacer exclusivas: la gran jugada de Raquel Mosquera en su segunda boda

Raquel Mosquera fue, antaño, la peluquera global, y ahora también un poco, sólo que de otra manera. Porque nunca deja de descubrir que el pasado tiene mucho porvenir, con lo que la curva, o el círculo, viene a ser su especialidad, así en general. ... Ahora ha regresado del concurso de isla de la tele, y viene como si hubiera estado en una clínica de adelgazamiento. A Mosquera, a veces, le ocurre lo mismo que a Rosa de España, que se han quedado delgadas pero no lo parecen. Mosquera es una colaboradora guadiana de la tele, con lo que a su negocio de estética, en Madrid, pues se dedica también según las épocas.
Fue amiga de Rocío Carrasco, cuando Rocío era Rociíto, y ahora ya no. Fue mujer de Pedro Carrasco, pero ahora ya no, porque es su viuda. En medio de esos trajines, saca un rato y va de pronto a animar el plató de Jorge Javier. Raquel se desabrocha a veces, en la tele, y antes se desabrochó en póster, cumpliendo un canto a la opulencia erótica, con aires de pin-up de barrio, y un peinado de adorno, a lo Marilyn de polígono. Mosquera venía de ser una chica con medio armario de señora antigua, de comensal sin complejos que asomaba en los retratos en plan musa de albornoces de balneario, todo a cambio de pegarse gratis una semanita de playa por el mundo, al costado del citado Pedro Carrasco, su primer marido, por poner la cosa en orden y en su sitio.
Hasta vimos a Raquel alguna vez posando, casi mar adentro, con los delfines de la zona, como una sirena bien criada, y a falta de la última dieta, o la penúltima. En una época, no fue mujer de cobrar exclusivas, sino de cobrar viajes, más bien. La veíamos contenta, eso sí, y el ánimo mejora mucho la lámina, naturalmente. Mosquera le pilló vicio a reportajes quizá sobrantes, con mucho palmeral de fondo, o bien a orillas de la piscina, como si luego esas fotos sólo las fuera a ver la familia escueta. Como si nos las fuera a ver ni siquiera la propia familia.
Luego, se nos readornó como «ex» señora de Anikpe, Don Tony, un nigeriano que estuvo un rato por aquí, tuvo con ella una hija, y levantó el vuelo, hasta nueva orden. Todo esto le ha ido dando a Raquel sitio y temario como cronista de su propia vida, con lo que enseguida nos cuenta lo de siempre: que el amor es muy bonito y que la vida continúa. Mosquera es que tiene un punto de poetisa, si se pone.
Con todo esto, vamos que Mosquera es, sobre todo, una chica alegremente charlatana y sostenidamente pasajera, que no pierde el hábito de inmortalizar el viaje con muchos y diversos cromos. Ni de echarse una bronquita en la tele. Durante un tiempo, Raquel vino a ser un cruce de vacación y pena, un cruce de Bahamas y la López Ibor. Luego, hasta se lo montó de maciza sexy, y se puso el pelo color Lady Gaga, pero de una Lady Gaga de extrarradio y que no le regaña a la báscula. A veces vuelve a la familia, pero desde un plató. Entre la viuda de púgil y la madrastra de Rociíto. O bien vuelve de concursanta que se deja unos kilos en el empeño.
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