OPINIÓN
Un protocolo que es la envidia de todo el mundo
Isabel II ha sido un ejemplo para todas las monarquías. La presión popular por la extraña muerte de Lady Di fue de lo peor de su reinado
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Un ejemplo de una perfección está siendo el protocolo perfectamente marcado y reglado con motivo de la muerte de la Reina de Inglaterra. La presencia de todos los miembros de la Familia Real, la comunicación de su fallecimiento, la bajada de las banderas para dejarlas a media asta, la intervención de la Primera Ministra con su frase final de Dios salve al Rey, que se coronará en su día con el nombre de Carlos III.
Todo perfectamente organizado, planeado y aprobado por la propia Isabel II en vida. Esa gran señora que encarnó la representación de lo que debe de ser una reina, una líder, que imprimió prestigio, peso, categoría, autoridad con su vida intachable, con un imponente sentido de entrega a sus súbditos y una dignidad que no parecían cosa normal en las diferentes circunstancias de su reinado. Institucionalmente nunca defraudó, porque tuvo una admirable adaptación a las diferentes etapas de su vida. Ha sido un gran ejemplo para el mundo entero y para las actuales monarquias existentes en la actualidad. Se ha ido un personaje fascinante, que no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los setenta años de ocupación en el trono.
Supo sobreponerse a los problemas que le proporcionaron miembros de su familia. No hay que olvidar que llegó al mismo, después del fallecimiento de su padre, al que accedió por el divorcio de su hermano, loco de amor por Wallis Simpson. Luego llegarían los devaneos amorosos por Peter Townsend de su única y querida hermana la princesa Margarita y de su boda y divorcio con el fotógrafo Tony Armstrong-Jones, luego Lord Snowdon. Por si esto fuera poco para la época, le tocó lidiar con su hijo Carlos y Lady Diana Spencer, Príncipes de Gales, además de la respectiva novia de él y novios de ella, con el consiguiente divorcio de ambos. A esto se le suma la extraña muerte de Lady Di y de como tuvo que afrontar esa muerte por la presión popular, dada la popularidad de la Princesa, no ya Alteza Real, teniendo que hacerle un homenaje a las puertas de Buckingham, después de trasladarse a Londres desde Balmoral por exigencias de su pueblo. Ese fue uno de los peores momentos de su reinado.
Y por si esto no fuera poco, llegó el divorcio de los Duques de York y el de su hija la Princesa Real Ana, admitiendo una segunda boda de ella. También tuvo que asumir un escándalo de índole sexual de su hijo el Príncipe Andrés y hacerse cargo del pago de una indemnización, casi al mismo tiempo de la caprichosa decisión de su nieto Harry de salir de la Familia Real e irse con su manipuladora esposa Meghan Markle, una actriz mediocre, a vivir a los Estados Unidos, donde se han convertido en una comparsa de la industria del espectáculo.
La muerte del Duque de Edimburgo, su marido, fue para ella un duro golpe. Las tensiones de los Sussex queriendo asistir a sus funerales, la oposición del Príncipe Carlos para que su hermano el Duque de York no estuviese presente o al menos no tuviese protagonismo, fueron acallados por la Reina, cuando se hizo acompañar del brazo del propio Príncipe Andrés.
La Reina Isabel tuvo muy claro cómo iban a ser las cosas después de su muerte. Unos meses antes dijo abiertamente que le sucedería su hijo Carlos y que recomendaría al mismo que su mujer, Camila Parker-Bowles, fuera reina, cosa que no ocurrió con su marido el Príncipe Felipe, al que no se le consideró más que como Duque de Edimburgo consorte de la Reina.
Automáticamente el Príncipe de Gales pasa a ser el Rey Carlos III de Inglaterra. Viajará por el país, habrá unos días de duelo, habrá funerales con asistencia de personalidades del mundo y dentro de unos meses será coronado según el protocolo, ese protocolo que es la envidia del mundo civilizado. Es de esperar que los índices de popularidad del nuevo Rey y de la Reina Camila sean más altos que ahora. William y Kate, Duques de Cambridge, serán ahora también Duques de Cornualles. Ellos sí gozan de una gran popularidad.
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