Pablo Carbonell: «Mis hijas son mis amores para toda la vida»
El actor, que estrena 'El crédito' en el Teatro Quique San Francisco de Madrid, nos habla de su infancia, de su familia, del amor y de sus rarezas
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«Subirse a un escenario es la mejor manera de escapar de este planeta», confiesa Pablo Carbonell, que aprovecha cada función para huir a otro mundo. 'El crédito' es una obra perfecta que conecta con el público porque habla del dinero, del egoísmo, de la codicia, del amor, del divorcio, de cosas que nos afectan, y lo hace de una manera tan salvaje que se vuelve verdad. No hay mayor espectáculo que una conversación, es un duelo que supera con creces las explosiones, las persecuciones o cualquier otro truco,» reconoce el actor, que tiene como pareja a Armando del Río: «somos vecinos, vive enfrente de mí. Nos hemos juntado un huevo con una castaña, por eso hacemos buena pareja, nos complementamos.»
Pablo es actor, cantante, presentador, escritor, pintor, conversador irónico. Es perfeccionista, «pero el exceso me aburre. Cuando domino algo, lo rompo, lo llevo a mi terreno, lo disfruto y arriesgo. Es lo que me hace feliz.» Como todo artista, tiene un lado soñador: «todo lo que hago se debe a que lo sueño. Le pongo a las cosas muchas más ilusión que talento. O le pongo corazón a las cosas o no hay nada que hacer. La clave está en la pasión, la ilusión, el deseo.» Las rutinas le aburren: «improviso sobre terrenos bien cimentados. Me gusta dejarme ir. Nunca hago lo mismo que el día anterior. Parece una patología, pero solo es hedonismo.»
Actualmente es un hombre diurno: «mi reloj biológico me despierta a las ocho de la mañana. Me gusta mucho vivir. Ya no disfruto la noche como antes, cuando cerraba los bares. Tampoco lo añoro. Tuve momentos gloriosos, pero también otros muy malos. Del 93 al 96 viví un proceso de destrucción neuronal superando cada día el pedo de la víspera. Me decía 'Pablo, recuerda que el mañana existe', porque me había separado y yo estaba como vaca sin cencerro. Me hice un Nicolas Cage en 'Leaving Las Vegas'. Muchos, por menos, están ya muertos.»
A Pablo le dan paz los sitios despoblados, donde no necesita dinero para salir adelante: «una cama, una luz y un libro me bastan. Yo sería feliz en una residencia o un monasterio. Eso sí, en una habitación individual. Mi trabajo es interacción con la gente, pero la paz está conmigo vaya donde vaya.» El dinero es algo en lo que no puede pensar cuando está entregado a su pasión, su trabajo: «si de pronto me viene a la cabeza la idea de que lo estoy haciendo por dinero y no porque me guste, me siento un desgraciado, un auténtico miserable. Yo estoy aquí por el aplauso del público, por sentir que le gusta lo que hago. Eso me produce una satisfacción enorme.» Y le saca de quicio la arrogancia de los estúpidos: «no soporto la gente que infravalora a los demás para ponerlos a su nivel. Lo peor es que en la sanidad pública no hay recursos para atajar esta patología tan extendida.»
Pablo tiene dos hijas, una de ellas, Mafalda, sigue sus pasos a pesar de sufrir una enfermedad que afecta su movilidad: «mi hermana también tenía una incapacidad. Al final, descubres que todo está en la gestión dentro de ti. Mi hija lo ha aprendido y no ha sido una barrera. Se ha hecho más dura, más inteligente, más sabia desde muy joven.» El actor está muy orgulloso: «me rompieron el corazón hace años y mis anhelos de poseer a otra persona me los guardo. La pasión romántica amorosa la siento más por mis hijas, porque sé que son mis amores para toda la vida.»

La foto: El niño que sabía lo que quería
Pablo desea compartir una reflexión al ver la foto: «es un niño que mira al horizonte buscando metas, que tiene el coraje y la ilusión de llegar a alguna parte. Tiene algo de luchador y adulto que me fascina.» Piensa en la importancia de dejar a los pequeños educarse «libres, lejos de las doctrinas.» El pequeño Pablo tenía hermanos que le tenían distraído peleando y jugando, y unos padres religiosos pero muy respetuosos. Tuvo que ser operado de la espalda, «una cruz que me hizo comprender que no serviría ni para cargar con una guitarra eléctrica.» La enfermedad marcó su personalidad: «ser un niño frágil me hizo desarrollar la capacidad dialogante. En los conflictos, evito la violencia porque uso la palabra y cuando la cosa se pone fea, reculo sin perder la dignidad, sin miedo, aunque sé que juego con fuego porque uso el sentido del humor.» Solo una vez recurrió a la violencia, cuando fue víctima de 'bullying': «fue mi madre quien me mandó defenderme. Yo no jugaba al fútbol, simulaba que filmaba los partidos. No hacía carreras, era un estudiante nefasto que se dedicaba a dibujar. Era un crío raro, y eso provoca a los que quieren meter a los demás en vereda. Hay que normalizar la rareza.»
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