Así nació la leyenda de Bárbara Rey

De pequeña Bárbara soñaba con ser artista y su madre, al escucharla, decía que la iba a meter a monja, «pero de las que están encerradas». Al cumplir 18 años, su padre la llevó a Madrid, para intentar presentarla a Damián Rabal, representante de actores. Los comienzos fueron duros, sin un techo fijo donde cobijarse los primeros meses. Y comenzó a trabajar como gogó en discoteca JJ, de Juan y Junior: «Yo me movía y bailaba mucho para que me vieran y me contrataran».

En esos ambientes de fiesta, las tentaciones eran muchas: «Pero yo no he sido muy adelantada en el tema sentimental o el sexo«, señala Bárbara. »A mí me educaron para estar pendiente de la familia, del hombre, de los hijos. Es algo que llevo a rajatabla y no me sé quitar«. Aunque al final encontró el amor: »Conocí a Nicolás, el amor de mi vida, que me enseñó muchas cosas porque yo era un poco salvaje. También aprendí a llorar, porque le quise muchísimo«.

Pronto llegaron los primeros anuncios de publicidad. Y luego, la moda: «Empecé a trabajar como modelo de pasarela. A mi padre le hacía ilusión que me presentara al concurso Maja de Murcia, y fui«. Ganó y a punto estuvo de ser Maja de España: »Me quedé de primera dama de honor. ¡Yo siempre voy de segundo plato!«.

Hubo un momento en que Bárbara se quiso dejar el nombre real, María, aunque pensó en el segundo apellido de su padre, Valenzuela. También pensó en el segundo apellido de su madre, Molina. Pero Laura Valenzuela y Ángela Molina ya destacaban. Al final, eligió Bárbara en homenaje a la Streisand y Rey, por el actor Fernando Rey, que triunfaba en Hollywood: «Sonaba en plan, ¡ahí estoy yo!» Corría el año 72 y España seguía bajo el yugo de Franco: la monarquía era entonces una entelequia. Bárbara desmonta así la leyenda sobre la elección de su nombre.

Cuando comenzó en el cine, de nuevo la sombra del acoso marcó su destino: «Al final abandoné la película por culpa del productor y director. Es una persona muy importante y, como a mí no me creerían, prefiero reservarme el nombre».

Mientras la realidad se hacía insoportable, Bárbara Rey recuerda sus sueños más placenteros: «Me encantaba Alain Delon. Yo soñaba que estábamos en la playa de Mazarrón, haciendo picnic con mi mantel, mi filete empanado, mi tortilla, la morcilla de Totana… Nunca soñé con un beso ni nada de eso«. Y cuando un día, paseando por Madrid, se encuentra con un rodaje con el actor francés, que la invitó a tomar un té en su roulotte: «Me pidió todos lo teléfonos habidos y por haber. Que no fui yo, que fue él, yo estaba que no me lo podía creer».

Del té a una sala de fiestas, a bailar: «Tuvo el detalle de sacar a mi hermana». Con las técnicas de un perfecto galán, Alain Delon supo conquistarla: «Así fue como empezó la historia, de vernos, de salir«. La pareja atrajo la mirada de la prensa del corazón: »Estábamos en el Café de Chinitas y, de pronto, una nube de fotógrafos. Él se molestó y se fue sin cenar. Luego se comentó que había llamado yo a los periodistas«. Bárbara recoge el rumor, pero ni se toma la molestia de desmentirlo. «Era tan guapo que me quedaba embelesada mirándole», explica Bárbara, «pero nunca tuve esa pasión por él».

Uno de los que se fijó en ella fue Valerio Lazarov, que le ofreció trabajar como azafata en sus programas de televisión. A ella eso le sabía poco, así que lo rechazó. Entonces Valerio le propuso ser copresentadora de un especial Fin de Año en 1975: «Ves, al final me has tenido que buscar para hacer algo de protagonista», le dijo ella orgullosa. Fue el éxito que necesitaba para lanzar su carrera: «Al día siguiente nadie recordaba mi nombre, pero todo el mundo hablaba de 'la de las piernas largas'…»