El Monaguillo: «Me dolió la separación, pero ahora soy feliz con mi nueva familia»
El cómico, que pone voz a un perro callejero en 'Vida perra', nos habla de su infancia, de su nuevo amor, de su hija y de sus secretos más personales
Su nueva ilusión: ¿Quién es la misteriosa novia del Monaguillo?
El Monaguillo se lo pasa pipa en el trabajo. Y ahora, con 'Vida perra', mucho más, porque pone voz a un perro callejero en una película de dibujos animados que además tiene mensaje: «Los perros pueden sentir, no se les debe tratar como objetos. Lo que me gusta es que es una aventura en la que comparten amor, fracaso, amistad». Lo dice alguien que tiene tatuado a su mascota en el brazo: «Es que formó parte de mi familia durante 14 años. Tengo su pata cogida a mi mano y su nombre, Xulo».
Por su perro sentía devoción: «Me entendía perfectamente. Siempre estaba ahí. Me lo daba todo. Imposible tener tanta bondad, tanta entrega, tanta lealtad». No es el único tatuaje que se ha hecho. Tiene a Gizmo (el gremlin bueno) con un pie de micro, un globo aerostático y, una frase: 'yes to all' (sí a todo): «Mi chica también lo tiene. Porque no hay que quedarse en el sofá a esperar. Hay que hacer cosas, enfrentarse a la vida, equivocarse, aprender, pero nunca amuermarse».
El Monaguillo no recuerda haber exclamado '¡vida perra!' muchas veces en su vida: «Cuando murió mi padre, que se fue muy joven y dejó un vacío enorme, y cuando me separé, que me dolió mucho, pero si no estás bien, lo mejor es buscar nuevas experiencias porque estás a tiempo. Ahora soy feliz con mi nueva familia. Una desapareció y otra se creó, todo en poco tiempo. Mi chica tiene una hija. Yo me siento orgulloso de cómo mi hija ha entendido esta situación, de cómo ha comprendido que su padre y su madre seríamos más felices por separado, porque era la única manera de seguir dándole la mejor versión de cada uno de nosotros sin estar amargados. Y en el proceso ha ganado una hermana».
Desde que pasó por los fogones de 'MasterChef Celebrity', su pasión por la cocina ha ido a más: «Me pongo una copa de vino, mi música y despliego el menú». La lista de platillos 'especialidad de la casa' va en aumento: su pollo con ciruelas, inspirado en la receta de su madre, es el plato estrella. «Ahora como a mis horas. Soy como un alemán en Mallorca. Yo me he dejado llevar por las locuras de mi mente creativa, pero eso es un caos. En el caos se crea, pero se vive en la distorsión. Si me acuesto tarde, todo se echa a perder. Necesito una rutina, un horario fijo para ser feliz. El orden, la tranquilidad, la vida familiar es lo que más me gusta», confiesa.
Aunque tiene poco tiempo para sus 'hobbies', intenta organizarse para practicar la batería y el bajo, instrumentos que espera dominar como la guitarra que toca desde hace ya 30 años, y para echar alguna partida de videojuego. Bueno, más que organizarse él, lo hace una aplicación que le vale como agenda personal y que le dice todo lo que debe hacer en cada momento. Incluso los tiempos del ayuno intermitente con el que ha propuesto recuperar la línea.
Al Monaguillo le da paz saber «que no hay nadie que pueda ponerme la cara colorá. Saber que no fallo, que lo he dejado todo bien hecho. No quiero que mi conciencia tenga ninguna duda. No quiero pasar ninguna vergüenza». Pero hay que le atormenta: «mi propio desorden».
La foto: El niño que quería ser protagonista
De pequeño, Sergio Fernández no era todavía El Monaguillo, pero ya apuntaba maneras de artista: «Era el centro de atención, quería ser tan protagonista que hasta soplaba la velas de los cumpleañeros. Veía 'Los payasos de la tele' y los imitaba. Era muy divertido«. A diferencia de otros famosos, no olvida a ese niño, lo tiene muy presente y cuelga muchas fotos en sus redes: «Tengo una relación cercana con él. Cuando paso por un momento duro, me aferro a su recuerdo, sé que está dentro de mí y eso me gusta. ¡Y mira que era tenía más problemas que yo!» Como el perro callejero de 'Vida perra', se curtió en las calles jugando al balón, a policías y ladrones: «Mi madre me llamaba, yo subía a por el bocadillo y me lo comía mientras seguía jugando.
No es como ahora, que todo es virtual y postureo, aquello era real«. Tanto como las borracheras que se pillaba por culpa de su abuelo, que decía 'dadle vino al niño, que se pone muy gracioso'. «Al final me servían quina, que me daba un zambombazo tremendo. De esa época tengo fotos con cigarrillos en la boca, porque jugábamos a ser mayores. Era muy divertido. Y eso que no teníamos un duro«. También era una infancia un poco salvaje, un poco bruta: «me pasaba el día firmando escayolas».
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