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Sean Connery y Jordi Rebellón, los amores platónicos de Concha Velasco

Concha Velasco, presumió de piernas aunque su fuerza era su mirada. Con el actor británico coqueteo y con el catalán compartió escenario hasta en su última obra de teatro 'El funeral'

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Concha Velasco junto a Jordi Rebellón en 'El funeral' GTRES

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«Soy guapa, socialista y española«, así se definía Concha Velasco, que añadía una coletilla a su confesión: «Y católica». De hecho, llenaba su camerino con estampas de los santos y vírgenes de los que era devota y siempre se santiguaba antes de salir al escenario: «ahora es de rebeldes, lo más revolucionario que se puede hacer, y siempre me ha gustado ir a contracorriente». Más que una chica yeyé, fue una mujer rebelde que llegó a liderar la huelga de actores de 1975.

Aunque siempre habló de Paco Marsó como el amor de su vida, la actriz lo hubiera dejado todo por una llamada de Sean Connery, su mito erótico, el hombre por el que suspiraba no ya en secreto, precisamente. Su otra fantasía sentimental era Jordi Rebellón. Con el catalán tuvo más suerte, pues llegó a trabajar tanto en el cine, en la comedia 'Enloquecidas', como en el teatro, en la función 'El funeral', firmada por su hijo Manuel, e incluso en la televisión, en un episodio de 'Hospital Central' en el que se enfrentaba al doctor Vilches. Concha bromeaba con la idea de una escena que le permitiera robar un beso al actor; lo hacía mientras compartía una mirada cargada de complicidad.

Ay, su mirada. Durante años, Concha pensó que su fuerte eran las piernas, que lucía siempre que podía: pasaban las décadas, pero sus piernas se mantenían como patrimonio nacional. Sin embargo, su verdadera fuerza se hallaba en la mirada, en esos ojos brillantes de los que emanaba una energía contagiosa. Ojos vivaces, alegres, que reflejaban su inteligencia emocional, su empatía. 'Mamá, quiero ser artista, ay, mamá, ser protagonista.' Fue una de las frases más célebres del espectáculo de Juan José de Arteche, que Concha Velasco estrenó en 1986.

Concha en uno de los anuncios de Indasec

La vallisoletana lo consiguió sin perder jamás la cercanía con el público, para lo que contó con el apoyo de la prensa, con la que tuvo un trato excelente, con una excepción: Jesús Mariñas, al que llegó a amenazar con usar la pistola de su padre para defender a su hijo. Concha dio miles de entrevistas y acudió a todos los programas de televisión donde habló sin tapujos de sus problemas, que fueron muchos, abriéndose en canal y haciendo confesiones que otras estrellas jamás se habrían atrevido a realizar: de su relación tóxica con Paco Marsó llegó a explicar que la llevó «a tomar las botellas de whiskey de dos en dos y a fumar sin parar».

La situación llegó a un límite insoportable cuando Marsó acudió a un 'Deluxe': «estaba contando cosas tan tristes y duras que yo lo pasé fatal. Estaba con mi perrita viendo la tele, me fui a la nevera, me bebí todo y me tomé una caja de lexatín«. Ese fallido intento de suicidio fue un momento de debilidad, porque Concha fue una mujer resiliente y valiente que remontó mil crisis de todo tipo. Se atrevió incluso a protagonizar una campaña contra las pérdidas leves de orina que, lejos de provocar burla, tuvo un brutal efecto pedagógico y normalizador de una realidad que afecta a mujeres de cierta edad. Otras se hubieran negado a que su sombre se asociara a algo así, pero a Concha le trajo al fresco.

Hubo un tiempo en el que, marcada por las maldades de todo tipo que se producen en el mundo del artisteo, Concha apuntaba todas las faenas que le habían hecho a lo largo de la vida, con nombres y apellidos. Cuando descubrió que ese cuaderno era un pozo de rencor, decidió deshacerse de él. Para olvidar, prefería ponerse el delantal y cocinar, tanto que llegó a publicar sus recetas caseras bautizadas con nombres de compañeros de profesión.

Según ella, su mejor virtud era la disciplina y su grandes defectos, los celos y la impaciencia. La música de Verdi, Chopin y Mozart la ayudaban a calmarse. Coqueta hasta el último día, a Concha le gustaba ir siempre arreglada, peinada y maquillada, algo que ella misma hacía en el teatro, para andar por casa o irse a dormir. Siempre guapa, por fuera y por dentro.

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