Sin camas, agua escasa y huesos de pollo para desayunar: la cárcel de Samui donde Daniel Sancho cumple prisión preventiva

La vida en el centro penitenciario tailandés no será fácil para el hijo de Rodolfo Sancho, quien compartirá celda con decenas de reclusos

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La cárcel de Samui donde cumple prisión preventiva Daniel Sancho. En vídeo, cronología y claves del caso. ABC

Cuando uno piensa en una cárcel tailandesa se imagina celdas con decenas de presos hacinados, condiciones insalubres, régimen alimentario inmundo y una notable ausencia de higiene. Pues bien, la percepción de nuestra mente no va muy desencaminada y lo que le espera a Daniel Sancho en la prisión provincial de Samui no difiere mucho de esa imagen.

El hijo del actor Rodolfo Sancho cumple en este centro penitenciario prisión preventiva desde la tarde del lunes, después de haber confesado el asesinato y desmembramiento del doctor colombiano Edwin Arrieta.

Con una estancia por delante de duración indeterminada, el chef, de 29 años, no encontrará en las instalaciones del complejo ninguna de las comodidades de las que gozó en el Haad Salad Villa, el hotel de cabañas frente a la playa donde presuntamente acabó con la vida de Arrieta. Si bien es cierto que, por hallarse en una isla del Golfo de Tailandia, no es la peor cárcel en cuanto a masificación y se considera 'amable' dentro del sistema penitenciario del país.

La vida en la prisión de Samui arranca a las seis de la mañana donde a golpe de silbato los reclusos -alrededor de 800 que comparten celdas con hasta 45 personas- han de presentarse ante las autoridades para el primer recuento.

Las duchas, restringidas

Aún quedarán tres horas para poder acceder a una de las 16 duchas por las que luchan los reclusos y que están disponibles en dos franjas de sólo tres horas al día en total, lo que dificulta en exceso la higiene personal de cada uno.

Antes incluso de desayunar, el himno de Tailandia resuena por el patio mientras la tienda de la prisión -que vende algunos productos básicos de aseo- va abriendo sus puertas. Son las 8 de la mañana.

En el pequeño colmado y gracias al dinero que los familiares pueden añadir a la cuenta personal de cada preso en las visitas, los internor pueden adquirir lo necesario para afeitarse, requisito imprescindible para presentarse ante el juez en el caso de los presos en prisión preventiva, como ocurre con Sancho.

«A veces tienes suerte y encuentras algún trozo de pollo pegado al hueso»

Las visitas están permitidas de lunes a viernes y se puede comprar comida y agua , aunque el chef español no podrá ver a sus familiares hasta pasados los 10 días que establece el protocolo sanitario.

En el portal tailandés de noticias sobre Koh Phangan y alrededores se detalla la vida de los reclusos en Samui, donde dos exconvictos cuentan cómo con el tiempo ya ni siquiera tienen camas: «Ahora son mantas. Un máximo de tres mantas por persona y, con ellas, has de hacer el colchón, la almohada y taparte», explica uno de ellos, que quiso mantener su anonimato.

La ca´cel de Samui, vista desde el aire GOOGLE MAPS

El desayuno llega justo después del segundo recuento y consiste en arroz y huesos de pollo: «A veces tienes suerte y encuentras algún resto de pollo aún pegado a los huesos», relata otro de los presos consultados por el citado portal.

Comida del exterior y algo de lectura

Los platos se colocan sobre las mesas y el preso sólo debe escoger un sitio y comer el mismo alimento que se le servirá durante la cena. La 'buena' noticia llega a la hora del almuerzo y es que se permite a los reclusos pedir comida al exterior.

Por la tarde el tiempo se mata mediante la lectura o los bloques de cemento unidos a barras que hacen las veces de gimnasio.

La televisión común emite únicamente programas tailandeses previamente descargados en USB para no emitir nada indeseado y «de vez en cuando alguna película», detallan.

Una de las peores partes de la jornada llega por la noche, después de un nuevo plato de arroz con huesos de lo que alguna vez fue pollo. El momento en el que lo imposible de encontrar en una manta el confort de un colchón se agrava por el infinito resplandor de las bombillas. La luz en Samui -quién sabe si con intención de metáfora positivista- nunca se apaga. Y, al día siguiente, vuelta a empezar.

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