Él, Jimmy
Le gustaba el Real Madrid, la pereza a destiempo y los chistes verdes, que incluso deslizaba en televisión, a rachas, donde manejó el desacato
Muere Jimmy Giménez-Arnau a los 80 años
La vida amorosa de Jimmy Giménez-Arnau, el hombre cuya boda con la nieta de Franco fue la primera por la que se pagó una exclusiva en la prensa del corazón
Me lo presentó Umbral, a la hora adúltera de la siesta, en el Hotel Palace, terciados los años ochenta, y Jimmy enseguida se pareció a lo que era, un infractor profesional, un pistolero con corbata: «El bar de este hotel no falla en nada, ... Herrera, pero en nada. Aquí ni siquiera existe la gente con piel de pobre». Jimmy era así, un tipo que disparaba el ingenio incluso contra él mismo, un atrevido que se desnucaba por poner en pie una frase criminal, o brillante. O ambas cosas a la vez.
Yo sabía de él, porque había publicado un poemario de vitola de creación verbal, titulado 'Cuya selva', donde levantaba una voz de imaginación y metáfora, en el mismo afán restaurador de una riqueza perdida en la poesía del momento que ejercieron Luis Rosales, o José Hierro, y más cercanamente Pere Gimferrer o Vázquez Montalbán. De modo que me llegó Jimmy como poeta, y desde ahí trabamos una amistad guadiana que llegó hasta hace cuatro tardes, aunque últimamente nos frecuentábamos poco. Tras aquel debut lírico, porque la poesía «es la energía del joven», según él, fue a emplearse mucho en la crónica o el articulismo, mayormente en el articulismo de aire irónico o satírico, que era su cuerda fuerte, primera y última.
Escribió en 'Hermano Lobo', en 'Interviú', y perpetró un libro envenenado, 'Yo, Jimmy', donde sacudía hasta las sábanas su época de polizón golferas en la familia de los Franco, tras casarse con Merry Martínez Bordiú. Fueron aquellas unas confesiones o memorias escritas en renglón de dinamita. Siempre tuvo algo de embajador loco, de exquisito que ama las broncas. Le gustaba el Real Madrid, la pereza a destiempo, y los chistes verdes, que incluso deslizaba en televisión, a rachas, donde nunca manejó la información, o el dato, sino el desacato y la diatriba. En general, se tomaba el humor muy en serio.
Me lo dijo algún día: «Yo estoy en la tele porque alguien tiene que hacer el trabajo sucio». Presumía de extranjería, porque nació en un barco, y algo de inglés de sastrería sí cargaba, aunque le brotaba rápido un español que alterna el gusto por el endecasílabo con el entusiasmo por el Marca. Trabajaba el estilo, en la escritura, y en la vida airada emparentó con los Franco, por amor –no al caudillo sino a la nieta–, comprendió pronto que esa gente le complicaba mucho su vida desabrochada y salió del paso como pudo. O sea, sin mujer, sin hija, sin un duro, con el firmamento arriba, el asfalto abajo y la vida salvaje por delante.
Fue entonces cuando dio tumbos varios que le llevaron por malos senderos, hasta rehacerse como dandy de los platós, y montar algún número inolvidable en el estudio de Luis del Olmo, donde Norma Duval le tiró un zapato a la cabeza. Luego se casó con Sandra Salgado, una chica del periodismo, que le trajo la paz. Siempre hubo en él un aire casi de aristócrata canalla o distinguido palabrón. Lo suyo fue el oficio de la palabra, y ya en ésta, el juego del ingenio, juego no necesariamente venial, en su caso.
Tras los versos, le dio manivela a la novela, donde tiene el título de finalista del Nadal. En la tele derrochó la rebeldía, donde hizo de todo, menos callarse. Se logró fama de arponero del humor, y practicó una acracia verbal, y de la otra, que sólo respeta la frase bien cortada. Podía perderse por una buena frase, que era un modo de no perderse nunca. Tuvo coña. Entrenó un estilo. Yo le vi, últimamente, como a la búsqueda de una segunda oportunidad, olvidando aquello del maestro: «Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra». Algo quiso de maldito porque sí de la feria de las vanidades. De epitafio, quería que se dijera «ahora vuelvo». A mí me lo dijo. Él, Jimmy.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete