dÍA MUNDIAL DE LA SALUD MENTAL
«Nunca pensé que mis padres me iban a internar pero fue lo mejor que pudieron hacer para salvarme»
Diferenciar los comportamientos propios de la adolescencia del trastorno es fundamental, advierten los expertos
La salud mental de niños y adolescentes, en urgencias

Siete meses en régimen de internamiento en un centro mental es el precio que Juli tuvo que pagar a los 15 años por una desregulación que estaba acabando con su familia. Una historia que cobra sentido hoy, Día Mundial de la Salud Mental, y ... que sus padres comparten para concienciar a otros progenitores de la importancia de «no normalizar ciertos comportamientos o actitudes, pedir ayuda y ponerse en manos de profesionales si se ven sobrepasados».
En su casa se vivieron agresiones, tanto verbales como físicas, autolesiones, menudeo de drogas, consumo, visita de los Mossos, rotura de puertas, expulsión del colegio, escapadas de cinco días sin dar noticias… Los padres de este chico no se explican cómo, tras un confinamiento aparentemente tranquilo, donde hicieron un montón de cosas juntos, llegó el verano y de pronto «ya no era la misma persona», aseguran. Entró en una espiral de autodestrucción que, si no llegan a tratar, arrasa con el menor y con toda la familia.
Fue diagnosticado por la clínica Ita de Trastorno Explosivo Intermitente (TEI), «que hacía que perdiese los papeles y se cegase, arremetiendo con todo para luego darse cuenta y pedir perdón», relata Eugenia su madre (41 años). Cómo llegaron hasta ahí, su familia no es capaz de explicarlo. «Antes de que brotara, tuvo una infancia feliz, era un niño tranquilo, nada hacía presagiar lo que vino después. Decían que no había sabido gestionar el desapego y reaccionó odiándonos a lo bestia», reflexiona.
En el caso de Julián, tras el episodio más gordo que sufrió, acabó en un hospital psiquiátrico de la zona de Girona. «Aquello fue muy duro, no sabíamos qué hacer», reconoce Moisés, el padre (46 años). «Los psicólogos que habían atendido a nuestro hijo hasta entonces tampoco coincidían: unos decían que no pasaba nada, y otros, que la culpa era mía. Esto último lo dijeron delante suyo y yo perdí toda autoridad y veracidad como madre. No sabíamos a dónde acudir», añade esta mujer.
De hecho, ella misma llegó a pensar en la muerte. «Ya ni siquiera podía esconder el daño, ni el de él, ni el mío, tenía ganas de suicidarme… Tenía al enemigo en casa». Hasta que la familia dio con Ita donde, tras solo hora y media con Ana Rodríguez, adjunta de la dirección clínica de esta organización y posteriormente psicoterapeuta del menor, se llegó al siguiente diagnóstico: «'Está para encerrar, para hospitalización inmediata', nos dijeron. Fue lo mejor que nos pudo pasar», afirma esta madre, pese a que en su entorno no recibió mucho apoyo. «Hay quien lo normaliza, quien lo esconde… me vi desamparada. Es triste. La salud mental siguen siendo un tabú, la gente no se quiere meter en jaleos o no lo quiere ver y los casos se van haciendo cada vez más graves. Yo misma acabé normalizando todo».
Al final, el coraje de esta madre pudo con todo. «La que lo sufría era yo. Así que empecé a informarme, a llamar, vi que existían becas y empecé a moverme». Pero cuando pronunció la palabra 'ingreso' Moisés dijo: «'ni hablar. El amor de una madre no se suple con nada'. Pero era yo la que sufría los episodios, vivía esperando a que me llamaran del instituto, de la policía, tenía un tono diferente en el móvil para él y solo con oírlo temblaba».
El ingreso
Moisés, por fin, accedió a visitar el centro pero es verdad, admite, «que iba con la idea de que metía a mi hijo en una cárcel, pero cuando vi aquello me cambió la percepción». Fue un gélido 16 de diciembre. «Nos presentamos ya con todos los papeles. Sabíamos que era la única forma de que nuestro hijo entrara». «Fui engañado, no sabía dónde iba», señala Julián.
En Ita todo sucedió, cuenta Moisés, «cómo los terapeutas nos habían anunciado, incluidas las escapadas. Los primeros quince días, que coincidieron con Nochebuena, estuvimos sin verlo». «Fueron las peores navidades de mi vida, no se las deseo ni a la peor persona del mundo. Pensé que me habían abandonado, un monitor me tuvo que reducir en el suelo… quería matar a todo el mundo, pero de pronto reflexioné y me pregunté: ¿De verdad me merece la pena comportarme o ser así? Ana fue la que me hizo ver todo esto», dice serio este menor.
El régimen de visitas fue 'in crescendo', pero solo se ampliaba siempre y cuándo el niño fuese respondiendo al tratamiento. «Hasta que llegó un día que pudimos salir con él a un pueblo cercano», relata Moisés. Al final nos dieron muy buenas herramientas, tanto a nosotros como al chico. «Juli peleó como un jabato, estamos súper orgullosos de él, ha encontrado algo que le gusta para estudiar y está muy motivado», señala Eugenia, feliz de haber recuperado a su hijo.
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Estos progenitores, sin duda, fueron parte crucial en el tratamiento de su hijo. «Su actitud y su colaboración fueron fundamentales para trabajar con él. Siguieron todas las indicaciones del equipo terapéutico. Muchos otros tiran la toalla, pero ellos depositaron su confianza en mí y en el equipo y además lograron aprender muchos recursos. A mi juicio, hicieron algo clave, que es revisarse ellos mismos, de qué podrían mejorar, y le dieron un ejemplo a su propio hijo», concluye Rodríguez.
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