«No hay que ser un gran chef, pero sí cocinar para el bebé como si este fuera un adulto»

El método, asegura Melisa Gómez, nutricionista, «le interesa casi al noventa y cinco por ciento de las familias que se acercan a solicitar información» pero, a la vez, sigue despertando algunos miedos entre los padres. A algunas familias, reconocen ambos, «les parece demasiado pronto o sienten que les gustaría ir más despacio, pero es importante ofrecer alimentos sólidos entre los nueve y los doce meses, ya que se ha descrito una 'ventana de oportunidad' en esta etapa en la que la mayoría de los peques muestran buena actitud hacia las variaciones de textura y las aceptan con mayor facilidad que si esperamos hasta más allá del año de vida».

Precisamente este 'adelanto' en la introducción de los 'sólidos' despierta un miedo generalizado: el atragantamiento del menor. La otra gran duda que surge, admiten, es si el niño estará suficientemente alimentado. Sobre la seguridad del bebé, Llorca y Gómez son tajantes: «Es más frecuente que este tipo de situaciones ocurra en un momento de descuido o cojan algo de la mesa de los mayores sin darse cuenta. Por otro lado, para hacer BLW hay que estar informados y saber que, entre otras cosas, no se deben ofrecer alimentos esféricos y sí otros más acordes, que se puedan aplastar con la lengua en el paladar».

El sabor y la textura, opina este cocinero, fundador del movimiento #PorUnaEscuelaBienNutrida, y ganador del Basque Culinary World Prize por su aportación a la sociedad española durante la pandemia, tampoco son asuntos baladíes. «No hay que ser grandes chefs de la cocina, pero sí intentar hacerlo lo mejor posible y esmerarnos a la hora de cocinar para un bebé como si el plato fuera para un adulto, pensando en si le va a gustar, en si nos habremos pasado en el punto de cocción de la verdura o en si estará plano en cuanto al sabor...».

Respecto al mito de que el bebé 'no se alimenta igual', la dietista quiere tranquilizar a las familias y recordar que por seguir este método «no se produce una pérdida de nutrientes, ni un mal crecimiento, porque es un sistema de alimentación tan válido como cualquier otro». Lo que llevan peor los padres, reconoce Llorca, «es que el bebé haya perdido peso o no haya crecido. Los percentiles son algo que generan inquietud y pesan mucho en el bienestar de las familias pero las variaciones no significan que los niños estén mal».

De todas formas, puede que ayude, prosigue Gómez, pensar en la lactancia materna, «en la que no podemos ver cuántos mililitros de leche toma el bebé y se ha de ofrecer a demanda para que se pueda ir ajustando a sus necesidades. Pues bien, la alimentación complementaria debería ser una continuación de esta práctica, en la que poco a poco iremos ofreciendo distintos alimentos y el bebé decidirá si los prueba o no y cuánto come de cada cosa».

A medida que transcurren las semanas, aseguran ambos, «la habilidad de alimentarse va mejorando y pueden pasar de ingerir un bocadito o dos a comerse esa hamburguesa completa. Y todo esto mientras mantienen la lactancia (materna o de fórmula), que sigue siendo la principal fuente de nutrición hasta los doce meses». Si pasado un tiempo los padres no ven progreso, eso sí, «siempre recomendamos consultar con el equipo de salud correspondiente que el crecimiento se encuentra dentro de lo esperado», concluyen.