Elsa Punset: «El problema no es la tecnología en sí, es cómo se abusa de ella»
La escritora saca nuevo cuento sobre un tema clave para las familias contemporáneas: el buen uso de las pantallas
«Hay dos motivos por los que la edad mínima para dar un móvil sea a los 14 años»
A Elsa Punset (Londres, 1964) no le ha causado sorpresa alguna que muchos padres y madres se hayan aliado para prohibir o retrasar la entrega de un móvil hasta, al menos, los 16 años. «Estábamos esperando este estallido social en torno al ... mal uso de la tecnología», reconoce en esta entrevista con ABC, justo en el momento en el saca 'Los Atrevidos en la isla de los Nimóviles' (Beascoa).
La escritora y divulgadora, que refleja a través de sus historias la importancia de educar con inteligencia emocional, regresa con un nuevo cuento de la colección 'Los atrevidos' en el que sus protagonistas -dos intrépidos hermanos (Alexia y Tasi), un perro (Rocky) y una gaviota (Florestán, experimentada entrenadora de emociones) que hablan- conciencian sobre la importancia del uso razonable de la tecnología y las pantallas.
La experta aboga por poner límites, entrenar a los menores en el uso equilibrado de la tecnología, en que los adultos sean buenos modelos o en informarse porque es fundamental «vivir una vida y unas relaciones humanas con los cinco sentidos, y no solo a través de una pantalla».
Elsa, el libro llega justo en un momento en el que ha surgido la iniciativa de padres y madres para aliarse y prohibir o retrasar la entrega del primer móvil hasta los 16. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Todos los educadores- padres, madres maestros, etc…- estábamos esperando este estallido social en torno al mal uso de la tecnología. Sabíamos intuitivamente que estábamos sobreprotegiendo a nuestros hijos en lo físico, pero abandonándolos en lo digital. Y es normal que haya sido así: la tecnología ha llegado de forma tan rápida e invasiva, que las generaciones que han nacido en plena revolución tecnológica se han convertido en un gran experimento social, en el conejillo de Indias de una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarse. Y esto tiene, por supuesto, un impacto sobre su salud mental.
Las escuelas son testigo de primera mano de ello: sabemos que en ellas los niños y niñas miran sus teléfonos a menudo, se envían mensajes entre ellos, pierden fácilmente la atención y la concentración, y sabemos también a ciencia cierta que los móviles alteran la calidad de sus relaciones sociales… ¿Cómo les ayudamos? Pues por una parte, poniendo los límites adecuados a cada edad, y también enseñándoles directamente hábitos tecnológicos sanos a lo largo de toda su infancia. ¿Por qué íbamos a educar en todo, menos en el uso de la tecnología? Así que ahora es el momento de que la comunidad educativa en su conjunto, sin prejuicios pero con datos objetivos en mano, se haga las preguntas oportunas: ¿deberíamos tener escuelas libres de móviles? ¿Mejoraría esto la maltrecha salud mental de nuestros jóvenes? ¿Mejoraría los resultados académicos y las habilidades sociales y emocionales de nuestros hijos e hijas? La respuesta, según apuntan grandes investigadores como el psicólogo social Jonathan Haidt, es que sí. Los datos son muy recientes, pero contundentes.
A las familias solo les llegan las noticias 'malas' sobre el mal uso de la tecnología, ven que sus hijos están 'todo el día con el móvil'... ¿Cómo funciona el cerebro para que, viendo solo ese escenario, entren en pánico? Mucho sabes tú de las emociones negativas y cómo nos impactan.
El problema no es la tecnología en si, es cómo se usa, o más bien, cómo se abusa de ella. Cuando se utiliza de forma equilibrada, hay estudios que encuentran un incremento de desarrollo cognitivo y social, pero esa asociación se da cuando el niño o niña no usa la tecnología más de 30 minutos al día. ¡Sin embargo, sabemos que los niños pasan mucho más tiempo en el mundo digital! ¡Es muy adictiva!
Cuando se usa excesivamente, a edades tempranas, los estudios muestran que el uso de pantallas puede tener un impacto inesperado en los niños pequeños: menos apertura a experiencias nuevas, mayor inestabilidad emocional, comportamientos impulsivos y dificultad de concentración. En general, una infancia basada en mucho tiempo centrada en las pantallas le roba al niño tiempo fundamental para dormir, jugar y socializar en persona. Además, cuando empiezan a usar las redes sociales, los niños- y sobre todo las niñas- sufren por comparaciones sociales en las que siempre salen perdiendo. Así que ¡son muchos peligros acechando a nuestros hijos! Hacemos bien de preocuparnos. Y lo siguiente es ponerse manos a la obra y reclamar que el gran pacto social que acabamos de firmar en torno al uso de la tecnología en la infancia no se quede solo en palabras.
«Una infancia basada en las pantallas le roba al niño tiempo fundamental para dormir, jugar y socializar en persona»
¿Y es posible revertir esa visión? Es decir, ¿transformar esas emociones en, quizás, positivas?
¡Desde luego! Es fundamental no demonizar la tecnología. Está aquí para quedarse, y en muchos sentidos cambia nuestras vidas a mejor. Simplemente, no podemos poner algo tan potente en manos de los niños sin protegerlos de los inevitables peligros y efectos secundarios.
¿Qué les pasa a los menores, cómo funciona su cerebro, para que los móviles les enganchen tanto? Como sucede al principio del libro a Alexia y Tasi, que ni escuchan ni nada.
Hablamos de una tecnología que no solo es divertida y atractiva, sino también adictiva: nos engancha porque nos entretiene y altera la química del cerebro. Te predispone a querer más tecnología, más validación social, más recompensas, más estímulos… lo que sea. Está ahí, es gratis e inagotable. El cerebro humano es muy sensible a las descargas de dopamina y eso nos produce a todos una sensación pasajera y adictiva de bienestar.
Un niño pequeño no está fisiológicamente preparado para resistir la tentación de sacar su móvil y entretenerse. No tiene un corteza frontal madura que le ayude a gestionar esas tentaciones. Pero el uso excesivo de la tecnología- por ejemplo, recurrir siempre a la pantalla cuando está enfadado o triste- significa que no va a aprender otras formas de gestionar sus emociones difíciles o negativas.
En los adultos, sucede lo mismo: nos ensimismamos con el móvil. Pero ¿nuestro cerebro maduro funciona igual que el de los menores cuando estamos a ante la pantalla?
Si tienes más de 25 años, tienes una corteza cerebral capaz de ayudarte a resistir las tentaciones y concentrarte. Así todo, ¡te costará hacerlo! Los adultos sufrimos también los efectos secundarios de un mal uso de la tecnología. Pero al menos tenemos más recursos cognitivos y sociales para gestionarnos y ponernos nuestros propios limites.
«La tecnología es adictiva: nos engancha porque nos entretiene y altera la química del cerebro»
Por tanto, hay que hablar, hay que educar… y hay que batallar mucho con los hijos, ¿no?
Sí porque los humanos somos seres muy sociales y tenemos un sesgo innato que nos lleva a imitar a los demás y hacer lo que la mayoría hace. Así que si todos usan tecnología, te vas a enfrentar al consabido '¡pero si todos lo hacen!'. Es algo que todos los padres y madres escuchamos a diario.
No hay una fórmula secreta para superar esa resistencia humana a no hacer lo que hace todo el mundo, excepto informarse y ser racional. Si el abuso de la tecnología puede dañar a tus hijos, como es el caso, entonces, aunque sea incómodo hacerlo, aunque se molesten contigo, pon límites a ese uso. Pero hazlo con mano izquierda: infórmate bien, evita prejuicios sobre la tecnología, habla con el resto de la comunidad educativa para intentar lograr consensos, propón y pacta con tu hija o hijo límites razonables, y ofrece a cambio tiempo de calidad sin tecnología: tiempo para cocinar juntos, para pasar tiempo en la naturaleza, para pintar, hacer música, conversar, organizar reuniones en casa, ocuparse de la mascota… Tiempo para aprender lo que requiere una vida y unas relaciones humanas vividas con los cinco sentidos, y no solo a través de una pantalla.
Recoges en el libro las recomendaciones de Susan Bauerfeld y Chris Parrott de que la tecnología no es una amenaza sino un desafío. ¿Cómo llevarlo a la práctica?
El papel de los adultos es fundamental porque es en las dos primeras décadas de vida del niño cuando tenemos la oportunidad de enseñarle buenos hábitos de consumo digital, que les durarán toda la vida. ¿Y cómo aprenden los niños? Aprenden observando lo que les rodea, por tanto es fundamental que los educadores sean buenos modelos en el uso de la tecnología. Algunos ejemplos cotidianos: compartir momentos con tu hijo alejados del móvil, disfrutando de una atención plena sin distracciones o interrupciones; enseñar a tu hija el consentimiento en el uso de la tecnología -pide permiso para hacerles una foto y compartirla: '¿Puedo hacerle una foto a tu dibujo y enviárselo a la abuela?'-, no usar el móvil cuando estás con tu hijo, a menos que sea por algo relevante ('tengo que enviar un correo al trabajo', 'voy que asegurarme de que el abuelo se encuentra mejor')… ¡Estamos constantemente distraídos por la tecnología! Es importante generar espacios de atención plena sin estas interrupciones constantes.
«Si el abuso de la tecnología puede dañar a tus hijos, pon límites. Pero hazlo con mano izquierda»
Otra forma de entrenar a nuestros hijos en el uso equilibrado de la tecnología es usarla con ellos de forma sana, para conectarse con la familia, hacer música, aprender idiomas, usar Google Earth para 'viajar' por el mundo… Es importante educarles hablando con regularidad y naturalidad de lo que supone acceder a internet, es decir, que sepan que los dispositivos multimedia no son juguetes y deben manejarse con cuidado. Discutir los muchos beneficios de la tecnología, así como sus riesgos… y la importancia de respetar la privacidad y proteger la información personal de manera apropiada para su edad. Estas conversaciones deben ir evolucionando a medida que nuestras hijas e hijos crecen.
Está claro que las pantallas o las redes sociales han de convivir con jugar al escondite o hacer manualidades, como les pasa a los pequeños protagonistas. Pero Elsa, las familias se sienten muy perdidas. ¿Qué claves pueden poner en marcha los adultos en casa para cuidar la relación con sus hijos y no hacer constantemente del móvil la discusión por excelencia en casa?
Dicho así, suena muy aburrido lo de jugar al escondite o hacer manualidades, ¿verdad? ¡Pero no lo es! Solo lo parece en comparación con la tecnología, que es muy llamativa, rápida y apetecible: te sientas y te dejas encandilar, divertir, atrapar. Y a los padres, que andamos desbordados, nos cuesta a veces no recurrir a un recurso tan atractivo como eficaz.
Sólo que sabemos ya que esa cantidad de luz, movimiento y color producen una sobrestimulación que estresa a los niños. Sabemos que estar sentado recibiendo información les hace más pasivos. Sabemos que el abuso de las pantallas es un factor de riesgo importante en la epidemia de salud mental que sufren los jóvenes. Y sabemos que mantener un equilibrio entre vida física y digital es fundamental. Cuando eres muy pequeño, necesitas mucho contacto con otros humanos para aprender a relacionarte, para aburrirte y por tanto estimular tu imaginación, para conectar con el mundo que te rodea y practicar tus habilidades motoras y sociales… en definitiva, necesitas tiempo en el mundo físico, en una comunidad humana, para aprender a ser humano.
Al final, nuestros hijos aprenden de nosotros. Si nos ven vivir vidas equilibradas, dedicar tiempo a comer saludablemente, a dormir suficientes horas, si nos ven tratar con respeto a los demás, si nos ven capaces de conectar con la naturaleza, de ayudar a las personas que nos rodean, de sentir asombro por el mundo en el que vivimos, de ser persistentes para aprender un idioma o un instrumento… ese será su mejor aprendizaje.
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Pero si decimos una cosa pero hacemos otra, nos imitarán en lo que hacemos de verdad: en lo que hacemos, no en lo que decimos. ¡Es una enorme responsabilidad porque educar a un hijo empieza, a veces, por reeducarte a ti mismo!
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