La advertencia de un psiquiatra para que los padres dejen de pensar que tienen hijos inútiles
Asegura que muchas veces teledirigimos a los niños, «y educar en libertad es dejar que se equivoquen»
«Si tus hijos dicen estas diez frases estás educando bien»
Luis Gutiérrez Rojas, médico psiquiatra y profesor en la Universidad de Granada, acaba de publicar su último libro 'Vivir más libre. Elige una vida feliz'. Asegura que si se le preguntara a la gente qué considera que es la libertad, la mayoría respondería que ... es la capacidad de hacer lo que le da la gana, lo que le apetece, lo que le gusta, como viajar, darse placeres...
«Sin embargo, es una definición un poco absurda -matiza-. Si fuéramos capaces de hacer todo eso, si nos tocara la lotería y tuviéramos posibilidades infinitas, seguro que nos atrofiaríamos. Le daríamos al cuerpo todo lo que pide. Uno tiene que ser capaz de poder limitar esa libertad si quiere ser más libre. La razón es que tenemos que ir a un concepto de libertad antropológicamente más humano, bastante más sano. Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que la libertad es la capacidad que uno tiene de hacer las cosas bien, de elegir la verdad, la belleza, lo correcto; porque eso es lo que nos hace mejores. Cuando una persona, por ejemplo, tiene que ponerse a estudiar o come un poco de lo que menos le gusta, curiosamente se hace más libre porque al final acaba superando la adversidad y, además, el que estudia mejora su conocimiento. Es decir, la libertad es la capacidad para hacer las cosas que me hacen mejor».
Si la libertad es la capacidad para elegir para ser mejores, ¿por qué cuesta tanto elegir el bien si nos hace libres?
Lo primero, es imposible hacer todas las cosas bien. Hay que huir de ese perfeccionismo. Es más fácil hacer el bien que el mal. La gente cree que lo fácil es hacer el mal. No es del todo cierto. Tenemos una inclinación hacia al mal, pero el mal cansa mucho, es agotador. El desorden, mentir, que te acaben pillando por corrupción, por haber hecho algo malo, ilegal... crea una sensación de estar siempre agobiado y con miedo a ser descubierto. El mal es aburrido. Es verdad que cuando uno hace muchas veces una cosa equivocada, acaba desarrollando un cierto vicio, le cuesta un poco más hacer el bien. Pero, si lo pensamos, una persona madura es aquella que es capaz de hacer cosas buenas sin esfuerzo porque se ha preocupado tanto en hacer lo correcto que lo que le costaría es hacerlo mal. La virtud acaba llamando a otra virtud. El que hace las cosas bien muchas veces, las acaba haciendo con poco esfuerzo.
¿Y cuanto más libre se siente, más feliz se es?
La libertad es algo que se conquista y uno puede ir cogiendo determinados hábitos que le hacen más libre y también puede ir decreciendo porque hay circunstancias externas que nos hacen perder libertad. Hay una unión entre libertad y alegría. Pensemos en una persona que dice «mañana me voy a levantar temprano, tengo que ir al gimnasio, y voy; tengo que llamar a una persona, y llamo; que mandar unos papeles, y los envío... Al hacerlo, tengo una gran satisfacción porque están las cosas hechas. Las personas que viven con miedo a tomar decisiones, o tienen tantas cosas externas que coartan su vida, viven en una angustia muy grande. El que no es capaz de dominarse así mismo acaba cayendo en la tristeza.
¿Es la búsqueda de esta felicidad la que hace que muchas personas se alejen del compromiso con la pareja, de que quieran tener hijos que les atan, que les quitan la libertad...?
La vida está llena de paradojas y una de ellas es pensar que si yo me comprometo con algo -con un matrimonio, con una pareja, con un hijo, con una hipoteca, con un trabajo...-, pierdo libertad, de tal forma que queremos vivir eternamente libres. De vez en cuando aparecen algunas personas que nos plantean este modelo en redes sociales y exponen que se dedican a viajar, que no se atan a nada ni nadie y el que lo ve puede pensar que es estupendo porque piensa «yo tengo hijos, hipoteca y no voy a ningún lado». Pero el que elige vivir sin compromiso, en el fondo está haciendo una apuesta por sí mismo, por su propio egoísmo, por la satisfacción permanente de sus deseos. Sin embargo, no hay nada en la vida que nos aporte más satisfacción que sacar fruto de nuestros talentos y amar a una persona en el largo plazo. Los hijos, con toda la angustia y las coartaciones que nos traen, aportan mucho: no hay nada más bonito que envejecer con hijos, ser abuelo o tener a los seres queridos en casa. El que no se ata a nada ni a nadie, va hacia la soledad y no va a conseguir mejorar la sociedad porque solo está pensando en sí mismo. Lo veo en empresarios, en gente emprendedora e innovadora que destaca «esta empresa la he creado yo con mucho esfuerzo; esta familia la he hecho yo y me he sacrificado mucho, he tenido noches en blanco y que trabajar muchos fines de semana, pero mira los frutos». Es imposible conseguir cosas en la vida que merezcan la pena sin esforzarse.
En uno de los capítulos apuntas que hay que educar a los hijos en libertad desde la cuna, ¿pero cómo se hace?
Como padres tenemos miedo de que nuestros hijos hagan el mal porque el ser humano es el único ser vivo del planeta que es libre. Nadie condenará a un hámster por comerse a sus crías. Eso es un instinto que tiene el animal. Pero nosotros sí podemos ser condenados por hacer un mal uso de nuestra libertad y tenemos ese miedo a que los hijos hagan las cosas mal. Entonces, ¿qué hacemos? Coartarles: «¿A qué hora vienes? ¿Por qué no me llamas? ¿Qué estás haciendo?»... Eso no es educar a las personas en la libertad. Educar en la libertad es enseñarles a equivocarse:. Decide tú, llama tú, entérate tú, fracasa tú..., porque eso es maravilloso. Eso te va a dar un montón de conocimiento para enfrentarte a la vida. Es curioso, a veces teledirigimos a nuestros hijos, les decimos en todo momento lo que tienen que hacer, pero luego nos quejamos de lo inútiles que son, de la dificultad que tienen para enfrentarse a los problemas.
¿Por qué los padres dirigen tanto a los hijos? ¿Son cada vez más protectores? ¿Qué consecuencias tiene?
Les viene la idea de «yo soy tu padre», que es verdad; «soy más maduro que tú», que es verdad; «tengo más experiencia que tú», que es verdad y, por tanto, «tienes que hacer esto». Eso es ridículo. Nosotros tampoco aprendimos así. Si queremos decirle a un hijo cuál es la decisión correcta, primero es bastante soberbio por nuestra parte porque sabemos en todo momento lo que hay que hacer y, segundo, vamos a acabar generando sujetos muy débiles. Un ejemplo clásico: el típico niño bueno de provincias que lo hace todo bien, es servicial, que a sus padres dice a todo que sí. Un día se va a Madrid y empieza a tomar droga, trasnochar, deja embarazada a la novia... ¿Qué le ha pasado a este chaval? Pues que no ha sido educado en libertad. Ha sido educado en represión, en el miedo. Si ese hijo sólo hace las cosas bien para satisfacerme a mí, dejará de hacer pronto las cosas bien. Cuando un hijo mío me dice «papá he sacado muy buenas notas», yo le digo «tienes que estar contento tú» porque yo tengo mi vida hecha y las notas son tuyas, no mías. Que mi hijo saque buenas notas para satisfacerme, o porque le tengo que regalar algo, es la mejor manera de conseguir una persona bastante inútil porque el día de mañana sólo hará las cosas en función de los demás, no por sí mismo.
Una de las maneras de resolver ciertos conflictos en la familia es el castigo: «Te has quedado sin móvil», «ya no vas al cumpleaños de tu amigo»... Este tipo de sanciones son una forma de coartar la libertad ¿no? ¿También tiene un efecto negativo en ese sentido?
No estoy en contra de los castigos. En el libro hablo mucho de máxima libertad y máxima responsabilidad. Si tú eres una persona que vas a hacer un uso de tu libertad, tienes que ser consecuente con lo que haces. Es decir, hay que tener mucho cuidado si haces un mal uso de tu libertad. Si nuestro hijo se ha equivocado, ha hecho algo que no está bien, debe tener una responsabilidad y consecuencias. Cada familia decidirá las suyas. Pero tiene que tenerlas. No hay nada más castrante, más frustrante, que permitir que una persona haga el mal sin que pase nada. Si quieres tener un hijo psicópata, entonces es una buena idea: que haga lo que quiera, que no va a pasar nunca nada. Más tarde, cuando sea adulto, hará muchas cosas mal sin prever que eso puede tener una consecuencia negativa.
«El hijo es más listo que tú. Sabe perfectamente que hay cosas que hace que no están bien»
Sin embargo, a todo el mundo suele molestarle que le digan lo que tienen que hacer.
Claro, esto tiene que ver con el concepto de educar en libertad, pero también lo pienso yo como psiquiatra, como médico.... Si a los pacientes les digo «a usted lo que le pasa es esto, esto y esto y si hace esto, esto y esto se le va a pasar», suena un poco tirano y no sirve para nada. ¿Qué es lo que tenemos que conseguir? Que las personas sean consecuentes de lo que hacen. ¿Cuándo deja una persona de fumar? Cuando le da el infarto, cuando empieza a subir la escalera y siente que le falta el aire. ¿Cuándo se da cuenta una persona de que tiene que cuidar mejor una relación? Cuando su pareja le dice que le va a dejar. Es decir, que uno tiene que caer en la cuenta de sus equivocaciones. Luego la cuestión no es tanto «haz esto», sino qué opinas, qué crees que te ha pasado, qué te ha sucedido. Es decir, hay que hacer reflexionar a las personas y para educar a los hijos es igual, hay que hacerles pensar y cuestionarles qué creen, qué piensan... El hijo es más listo que tú. Sabe perfectamente que hay cosas que hace que no están bien, pero a veces le cuesta. Hay que perdonar siempre y corregir siempre.
Dedicas también un espacio en tu libro al perdón. ¿Perdonar libera?
Sí, creo que el perdón libera. Hay personas que viven ancladas en un pensamiento obsesivo por los fallos del pasado, ya sea por fallos propios -fracasé en esta relación, en el trabajo, me equivoqué al educar a mis hijos, no le dediqué suficiente tiempo...-, o de los demás -me fallaron, me engañaron, me mintieron, me pusieron los cuernos, me estafaron...-. Hay que cortar esos pensamientos porque es como el barco que tiene el ancla en el puerto y no puede avanzar. Esas cosas pasaron hace años y hay que superarlo, pasar página, aprender la lección... Recuerdo que el otro día atendía a un adolescente que había suspendido y le dije «¿qué has aprendido? y dijo «que no merece la pena estudiar». Esa no puede ser la lección. La conclusión tiene que ser mucho más inteligente. Hay que plantearse qué papel has tenido tú para que haya ido mal y, a partir de ahí, seguro que eso te sirve para madurar.
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¿Cuáles son los consejos clave para que los padres eduquen en libertad a sus hijos y, por tanto, sean más felices?
Creo que es importante que, como padres, seamos conscientes de qué hijo tenemos; es decir, cómo es y qué forma de ser tiene. Es un poco ridículo ponerle unas metas que están muy por encima de sus posibilidades. Si es malo para el deporte, si le cuesta mucho los estudios, si tiene dificultades para hacer amigas..., pues no le forcemos todo el rato para que sea distinto a como es. Conozcámosle y hagamos que crezca en libertad. Hace falta ser muy creativo. ¿Por qué no somos capaces de generar un ambiente en el cual yo, como padre, hago que mi hijo crezca en libertad porque hace algo que le gusta? ¿Por qué no me voy a hacer con él deporte? ¿Por qué no juego con él a videojuegos? ¿Por qué no veo con él una serie de televisión o una película que a los dos nos sirva para debatir? ¿Por qué no estoy más pendiente de las cosas que le pueden hacer crecer? Educar en libertad no es que le digamos todo el rato que no, o todo el rato que sí. Supone dedicar un poquito de nuestro tiempo en pensar cómo puede mi hijo ser más libre. Y ahí van a surgir un montón de ideas y de posibilidades para que crezca en libertad. Y yo creo que eso un hijo no lo olvida nunca.