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«Los niños tutelados no piden unas vacaciones en la playa, piden pasar el verano al calor de una familia»

Carmen Yeves es coordinadora de la unidad del área de acogimiento familiar y responsable del programa de «Vacaciones en Familia» que todos los años organiza la Comunidad de Madrid

Carlota Fominaya

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Nada más abrir el proceso de selección para el programa de «Vacaciones en Familia», de la Comunidad de Madrid, Carmen Yeves, coordinadora de la unidad del área de acogimiento familiar y responsable del programa de «Vacaciones en Familia» que todos los años organiza la Comunidad de Madrid, tenía la mesa llena de solicitudes de familias dispuestas a acoger a un niño en sus hogares para pasar el verano .

En esta ocasión se trata de 101 menores tutelados por la administración regional, muchos de ellos con situaciones dramáticas a sus espaldas, que compartirán todo con estos nuevos padres de acogida: ocio, amor, cariño, pero también normas y límites durante el tiempo que dure la convivencia estival. «Queremos que lo pasen bien todos. Tenemos que tener en cuenta que es el mes de vacaciones de estas personas que voluntariamente se han ofrecido, y queremos que voluntariamente también lo pasen muy bien», indica Yeves.

Esta mujer, que forma parte también del equipo especial de Acogimiento de la Comunidad (ya sea permanente, exprés, o de verano), lo tiene muy claro: «Nuestra obligación como profesionales es pensar en la sociedad del futuro y educar y formar, moralmente a los niños que tenemos bajo nuestro cuidado de una forma coherente, honesta, razonable, y este programa forma parte de ello».

«Las charlas que mantenemos con los voluntarios -explica esta profesional-, sirven para decirles en qué consiste esta medida: es un programa muy sencillo, y en las familias en realidad no se busca nada concreto. Creo que realmente una familia que se ofrece a esto ya para mi es una familia idónea. Por muchas razones pero, para empezar, porque es un programa no remunerado, en el que asumes el cuidado a una persona ajena a tu casa, que no conoces de nada y la incorporadas a pasar tu mes de vacaciones, que es único al año. Por tanto, la mayor parte de las familias son idóneas y no se les puede pedir más. Hay muy pocas familias que se declaren no aptas».

Selección de familias

A estas personas, prosigue, «solo les pedimos que tengan sentido común, apertura, flexibilidad y comprensión ante la persona menor , que va a vivir con ellas, que merece un respeto como todos los demás, y que ha vivido una historia familiar que no hemos vivido nosotros. Es un menor que lleva consigo una experiencia y un bagaje emocional en ocasiones dramáticos. Siempre digo que eso deja huella, pero no marca para siempre, se puede superar».

El resultado de estas familias en esos niños, prosigue Yeves, «es súper edificante y beneficioso, cuando lo único que hacen es vivir de una forma normalizada. Es decir: “pásame el pan”, “lávate los dientes”. “ahora nos vamos a dormir”, ese “no quiero”... Los límites y la negociación que conlleva la convivencia de un hogar les reporta muchísimo a estos pequeños». Porque son límites que van más allá de los límites que se les puedan poner en una residencia donde, afirma Yeves, «no les falta de nada. Tienen su vida organizada, en base a unas rutinas, unos hábitos y un horario laboral. Pero inevitablemente. en una casa no es lo mismo».

Una vida en familia, explica esta experta, «que es lo que les enriquece. La posibilidad de conocer la playa, o el pueblo, de irse todos juntos sin tener necesidad de tener supervisión permanente… Los niños vienen encantados, sin tener a un adulto encima permanentemente, pero con sensación de libertad».

Vuelta a la normalidad

¿Cómo es la vuelta a la normalidad de esos niños? Esa es la pregunta que se hacen todos aquellos que se acercan a conocer este sistema de protección infantil, reconoce Yeves. «A los niños más pequeños les cuesta más, y lo utilizan, qué duda cabe. Llegan presumiendo de sus vacaciones, contando cosas nuevas… Esto es precisamente muy enriquecedor. Supone darles un respiro. El menor suele pensar: “he vivido al margen de estos, que son mis amigos y mis compañeros y he visto miles de cosas diferentes”, pero no pierden el norte por muy pequeños que sean. Saben que aquí hay personas que les quieren, que les miman, pero esa experiencia luego se traduce en su comportamiento, y se nota que valoran las cosas de otra forma».

El aprendizaje es mutuo

La realidad, concluye Yeves, «es que estos programas sirven para darles un reflejo de lo que es una realidad normal que no han vivido con su familia de origen. A los más mayorcitos les ayuda a saber que hay otras formas de vida, de relación, y que las cosas se pueden arreglar hablando. Que si tienes un juguete, es mejor compartirlo que pelearse por él. De pronto ven que “este papá de acogida no se enfada tanto como el mío de verdad” . En el fondo, también se dan cuenta de que hay personas que les acogen sin conocerlos y les dan todo lo que no tienen, de que existe la generosidad… Y todo esto les gusta mucho. Estos niños son mucho más sensibles que nosotros para determinadas cosas, lo cazan todo al vuelo», afirma contundente.

«En los seis años que Yeves lleva implicada, muy pocas familias han dicho “devuelvo este niño a la residencia”, Es increíble como todas saben que después de un desplante, no pasa nada. Si mantienen la calma, transmiten calma. Y eso es lo que tendríamos que aprender todos. En general es una gran lección que no debemos olvidar nunca: mantener la calma para crecer en familia » .

De hecho la mayor parte de ellas, asegura esta profesional, «casi ninguno se queja de la vivencia con el niño y la recuerdan para siempre. En este sentido los años nos han enseñado que si las familias quieren seguir teniendo relación con el niño, adelante. Es maravilloso, porque para los niños se traduce en que son importantes para alguien ajeno a ese entorno cotidiano y ¿a quien no le gusta saber que tiene un amigo que todos los días le dice buenos días?».

Los menores, concluye Yeves, «salen muy fortalecidos y enriquecidos de este tipo de experiencias veraniegas de estar en familia. Y no tiene por qué ser una mamá y un papá. Se trata de que se les ofrezca un entorno de confianza, tranquilidad y disfrute, donde se incorpore al un niño como si fuera un hijo más durante las vacaciones. Que le compras un helado a tu hijo, bien, que no, también bien. Ellos no piden unas vacaciones en la playa, piden estar con una familia».

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