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Carreras con salidas

Jorge Álvarez Palomino, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad CEU San Pablo, se pregunta en este artículo «¿cuánta gente que tenía una vocación humanística ha sido obligada a renunciar a ella porque no daba suficiente dinero, porque no tenía salidas?»

Elegir estudios: el gran dilema de muchas familias con hijos adolescentes

El autor asegura que muchos padres no quieren que sus hijos se matriculen en carreras de Humanidades

ABC Familia/ Ceu

Madrid

Uno de los aspectos graciosos de ser historiador es que todo el mundo se sorprende cuando me preguntan a qué me dedicó. Con mucha frecuencia me dicen de manera enfática lo bonito que es mi trabajo. Y, en efecto, he encontrado a muchísimos amantes de la Historia que consumen vorazmente libros y novelas históricas o que se apasionan hablando de grandes gestas del pasado. Pero, sin embargo, ninguno de ellos se atrevió siquiera a planteárselo profesionalmente.

Lo mismo ocurre a otros campos de las Humanidades. Como muchos objetos decorativos, a todo el mundo le parecen muy bonitos, pero nadie sabe muy bien para qué sirven ni los quieren en su casa. Porque, como es bien sabido, las Humanidades no dan de comer. Y por eso, muchas familias no quieren ni oír hablar de que sus hijos estudien una carrera de Humanidades. ¿Cuánta gente que tenía una vocación humanística ha sido obligada a renunciar a ella porque no daba suficiente dinero, porque no tenía salidas?

En mi casa, afortunadamente, nadie me puso mala cara cuando decidí que quería estudiar Historia. Mi hermano, luego, fue incluso más valiente y escogió la más antigua y elevada de todas las ramas de estudio: la Teología. Hoy los dos somos profesores; no solo nos dedicamos a lo que nos apasiona, sino que tenemos la suerte de poder contribuir, en la medida de nuestras fuerzas, a enseñar a las siguientes generaciones conocimientos tan esenciales como Religión e Historia, más importantes que nunca en la sociedad actual.

Ninguno tuvimos problema para encontrar trabajo, como sin duda habríamos tenido en el salvajemente competitivo mercado laboral si hubiésemos sido mediocres estudiantes de carreras con exceso de demanda.

Por eso quiero apelar a todas las familias. Es normal que queramos lo mejor para ellos, y que les demos nuestra guía y consejo. Pero no podemos dejar que el cálculo pragmático ahogue todo espacio para la vocación. Nunca sabremos cuántas carreras brillantes se han perdido por obligar a jóvenes a ser un desganado número más en otra profesión solo porque «tenía más salidas».

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