David Delfín: «Somos un país acomplejado en moda y en todo lo demás»
Entre pasarela y pasarela, está impartiendo un curso de moda para jóvenes con problemas de adaptación: «También yo aprendo mucho de ellos»
Acaba de empezar como «profe» de un taller de moda para jóvenes en riesgo de exclusión social. ¿Cómo lidió esa primera sesión?
-¡Al final los hemos dividido en dos grupos de quince porque pensé que treinta de golpe eran demasiados si quieres atenderlos, todos juntos no podía ser! Enseguida te percatas de que los más complicados, los que intentan llamar la atención todo el rato, son los que están más faltos de afecto.
-¿Son chavales de barrios marginales?
-Tampoco te creas, hay un poco de todo. Hay chicos que no son de ese entorno, pero que se quedan un poco fuera, sin estudiar y sin hacer nada, y se ven abocados a esa situación. Lo terrorífico es que te das cuenta de que es una cosa muy cercana que le puede pasar a cualquiera.
-¿Y qué flauta les toca en ese peculiar Hamelin para que le sigan?
-Les enseñé un vídeo con mi colección de 2004, probablemente la más experimental que he hecho, y también del último desfile. La suerte es que a todos la moda les gusta y se preocupan por su imagen, con esos cortes de pelo y esos pendientazos...
-También es un aprendizaje para usted.
-¡Totalmente! Te paras a pensar y te dices: «Es tan poco esfuerzo para mí...». Y lo vives como un puñetazo en la cara porque sientes lo que significa para ellos un gesto tan sencillo como este taller. Y yo gano mucho también con todo esto, a nivel emocional y afectivo.
-Si lo que hacen se llama taller, en algo tangible estarán trabajando...
-Intercambiamos trozos de prendas para crear otras nuevas. Hay algunos que son manitas porque ya han estado trabajando con cuero, y el tema de la aguja y el hilo lo han currado, no es la primera vez. Para los que no saben coser tampoco hay problema. Usamos grapas y ya está.
-¿Abrir a estos jóvenes el flanco de la creatividad es más efectivo para su adaptación que otro tipo de formación profesional?
-Yo creo que sí. Una de mis artistas preferidas, Louise Bourgeois, decía que el arte es una garantía para la salud. Y a mí eso es lo que me salva. Si no, estaría atado en un manicomio.
-¿También le oxigena esta labor social?
-Sí, porque el mundo de la moda es tirano, cada seis meses tienes que sorprender, está todo el mundo pendiente de ti...
-Y ahora desfila, además de en Cibeles, en Nueva York. ¿Es otro mundo?
-Lo es. A nivel de infraestructura, Madrid no tiene nada que envidiar, pero la diferencia es que allí están toda la prensa y todos los compradores internacionales, y aquí no. Eso es lo que nos falta por un problema de fechas, porque Madrid acaba coincidiendo con Londres.
-¿Ya ha logrado sacudirse el sambenito de transgresor, desde su eclosión con las modelos encapuchadas?
-No sé... Ha habido colecciones más fuertes que aquella, al menos en el terreno emocional mío.
-Muchos creen que buscó la provocación...
-No, de verdad. El desfile giraba en torno al surrealismo, a Buñuel, a «Belle de Jour», a «Viridiana» y, sobre todo, a la imagen del beso de Magritte... Lo que ocurrió no se lo deseo a nadie, no lo pasé bien. Se interpretó de un modo retorcido y rebuscado. Pero la prensa especializada no debió escandalizarse, porque en moda no eran referencias nuevas, yo no estaba inventando nada. Ahí están el velo de las novias, los tules, las caras cubiertas...
-Ese «malditismo» no le fue tan mal, visto con perspectiva. ¿Bandea la crisis?
-Ahí vamos. Nos ha ido bien entrar en Nueva York porque solo aquí pasa que la industria va por un lado y la moda por otro. No ocurre únicamente con la moda, sino con todo. Con el vino, con el aceite, con el queso... Somos un país acomplejado.
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