Luisa Martín nos abre los ojos
El Festival de Almagro no podía llegar a su cuarta y última semana sin proponer otra oferta memorable; y ese acierto ha sido «Abre el ojo», una obra de Rojas Zorrilla que, curiosamente, fue la misma elegida por Marsillach para inaugurar el Centro Dramático Nacional en 1978, y que aquí se ha visto en una versión de Emilio del Valle (respetuoso pero implacable tanto en el uso de la tijera como en la limpieza del verso) dirigida por Francisco Plaza. Creo no haber visto ningún trabajo anterior de este director, y lo lamento, porque seguro que semejante sentido del ritmo, del diseño de caracteres y de solución del movimiento escénico (afortunado su duelo a espada como una sucesión de gags), no habrá salido de la nada.
«Abre el ojo» es una comedia de enredo centrada en una mantenida de varios hombres, entre los que se incluye su favorito, quien a su vez tiene veleidades de Casanova y su propio grupo de atendidas. Seguramente es excesivo considerar que esta dama liberada sea comparable a una mujer de hoy en cuanto a la capacidad de decidir sobre sí misma, pero en el mérito de Rojas Zorrilla está la equiparación a la baja de mujeres y hombres: todos, ellos y ellas, son dudosos e inmorales, todos son risibles e importa poco si ganan o pierden, porque, en cualquier caso, recibirían mucho más de lo que merecen. Luisa Martín interpreta a una especie de versión femenina del pícaro, y lo hace con tal desparpajo y gracia que recuerda a grandes comediantas como Julieta Serrano o Carmen Maura. No ha habido en todo el Festival otra actriz que haya ofrecido tal lección de comedia, y es que esta obra debería ser su consagración tras su logro anterior con «El verdugo».
A su lado, José Pedro Carrión borda su trabajo como figurón. Este magnífico actor, cuya larga carrera está llena de personajes dramáticos, descubre aquí una vis cómica de lo más eficaz y divertida tanto por el gesto y la voz como, sobre todo, la composición física entera: controla cada rincón de su cuerpo para que todo él parezca ridículo, excesivo y, por ello mismo, graciosísimo. Tanto ellos como el resto del reparto -con una pizpireta criada a cargo de Carolina Solas- sirven con talento y encanto el lenguaje de farsa, pero sería injusto no mencionar otros elementos que demuestran lo cuidado del conjunto: la elegante y sencilla escenografía de Francisco Leal, el vestuario farsesco pero no exagerado de Pedro Moreno, y la música recreada por Luis Delgado.
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