Cambio de poder en la Roca
Del irresistible ascenso de Charlene al ocaso de Carolina

El príncipe Alberto y su prometida, Charlene Wittstock, están acelerando una gran metamorfosis política, económica, cultural e incluso publicitaria de Mónaco, desplazando a las princesas Carolina y Estefanía (y a sus respectivas familias) a una posición de «figuración» de lujo.
En apenas cinco años, tras la muerte de su padre, el príncipe Rainiero, Alberto ha concluido una transición política y diplomática que tiene muchos prismas: desaparición de la vieja guardia que había controlado Mónaco durante largos años; irrupción de los amigos personales del príncipe reinante, controlando todos los resortes del poder; cambios significativos en el modelo económico nacional; implantación definitiva en la nueva geografía de las instituciones internacionales.
Lentamente, tras una larga década de amistad y noviazgo, Charlene Wittstock está asumiendo su nueva posición de futura princesa consorte. Es ella quien marca el ritmo de la vida en palacio, es ella quien ha impuesto la nueva organización doméstica, es ella quien ocupa el puesto que le corresponde en la jerarquía institucional y publicitaria de Mónaco.
Las princesas Carolina y Estefanía han quedado ligeramente apartadas, relegadas a un segundo plano excepcional, mientras que Charlene comienza a ser tratada con el rango de los grandes iconos. Su única rival es Grace Kelly, la princesa Gracia de Mónaco, cuyo matrimonio con Rainiero, en 1956, aún es recordado como uno de los grandes acontecimientos internacionales en la historia del lujo, el glamour y de los iconos más legendarios de su tiempo.
Los detalles de la boda
Los preparativos de la boda de Alberto y Charlene, religiosa (el 2 de julio próximo) y civil (un día antes), ya se han transformado en una bola de nieve que continuará creciendo de modo vertiginoso. El vestido de boda de Charlene, una creación de Armani, ya es objeto de incontables especulaciones. Y es que no era un secreto la pasión de la futura princesa por la obra del gran maestro italiano. Desde hace semanas, se suceden los viajes entre Mónaco, Milán, París y Roma, con el fin de matizar los incontables detalles prácticos que deberán acompañar al atuendo de la prometida.
El viaje de bodas de la pareja reinante ha caído en el piélago de las especulaciones y las maniobras publicitarias. Alberto y Charlene decidieron que viajarían a África del Sur, la patria de la prometida, tras la ceremonia nupcial. Pero la ruta de los desplazamientos sigue sujeta al estudio y embargo policiales. Los consejeros íntimos del príncipe trabajan en varias alternativas, que solo serán filtradas a dosis homeopáticas, cuando llegue la hora.
Nuevas costumbres
En Mónaco-Monte Carlo, la presencia visible e invisible de Charlene es una realidad. Sus gustos ya influyen en la carta de los restaurantes de los grandes palacios. Sus horarios de piscina y recreo forman parte esencial del trabajo diario de la eficaz policía local. Sus desplazamientos están cubiertos con el manto de armiño de un silencio sepulcral. Su imparable ascensión en la historia y la mitología del principado ha relegado definitivamente el papel de las princesas Carolina y Estefanía.
Carolina, quien hace unos días cumplió 54 años y que fue, durante tantos años, la figura emblemática de la juventud, el esplendor y la gracia de su patria, es hoy víctima de su propia leyenda. Su tercer esposo, el príncipe Ernesto Augusto de Hannover, sigue perseguido por las cacerolas de sus violencias y su gusto por la bebida: acaba de ser condenado por la justicia alemana. Carolina y Ernesto viven separados. Él tiene una existencia muy libre, mientras que ella sigue recluida entre Mónaco y las distintas residencias familiares en París, Fontainebleau y la Costa Azul. Pero ya no es lo que fue.
Nulo entendimiento
Los hijos de Carolina y su difunto segundo esposo, Stefano Casiraghi (fallecido en un accidente náutico en 1990), tienen su propia vida, aunque con cierta frecuencia recalan por Mónaco. Pierre se deja ver con su novia, Beatrice Borromeo. Mientras, sus hermanos Andrea y Carlota viajan con relativa libertad, forzosamente alejados del fasto del principado materno. Por su parte, la joven Alejandra de Hannover Grimaldi (la hija del principe Ernesto) resulta una figura muy atractiva, aunque víctima, cómo olvidarlo, del nulo entendimiento entre sus padres. Durante años, se especuló con las «ambiciones» sucesorias de Carolina sobre su hijo Andrea. Puro delirio especulativo de la prensa rosa ketchup.
En otro plano, la princesa Estefanía ha aceptado su nuevo puesto de figura «secundaria», ocupando, eso sí, un primer plano en acontecimientos de importancia relativamente menor, como el tradicional Festival Internacional de Circo de Monte Carlo, donde ha vuelto a estar muy presente. Sus hijos, Luis, Paulina y Camilla, nacidos de padres sucesivos tras un largo rosario de amantes de muy distinto perfil, ocupan un puesto por fuerza secundario en el nuevo Mónaco, donde Alberto y Charlene son las figuras evidentemente reales.
Eclipsadas Carolia y Estefanía, la futura primera dama de Mónaco solo tiene una temible rival: Gracia, la princesa fallecida en un trágico accidente de carretera en 1982. Su boda será comparada con los legendarios fastos de la unión entre Gracia Patricia y Rainiero, tan marcada por las viejas leyendas de una Europa de otro tiempo.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete