Alberto Isla, un príncipe «nini» a las puertas de Cantora
Ni estudia, ni trabaja. Ni torea, ni canta pero le ha robado su niña a la Pantoja: Chabelita
«Anoche soñé que volvía a Cantora», dirá Alberto Isla (19) mientras desayuna su tostá. Pero lo tiene crudo. Cuando al principio le vimos abrir la puerta de la finca nos sentimos profanados. Años pixelando a Chabelita para que llegase este muchacho como Pedro por su casa. La familia reaccionó con un ejercicio contundente del derecho de admisión. Tú, Albertito, pelopó, a la puerta como un guarda rural. En «Todos a la cárcel», Saza y Amparo Soler Leal piden un niño bosnio y les mandan a Luis Ciges, pero José Fernando y Chabelita (18), las adopciones folclóricas, son borbotones nuevos para el cuore. Energía para un mundo cansado. A Chabelita, por ejemplo, la querían niña suiza de internado, pero se ha tirado al folclore como una posesa.
Alberto es un príncipe nini . Dentro del universo nini están los canis, pero Isla, que ni estudia, ni trabaja, ni ganas que parece tener, más que cani es un cofradi. Loco del Rocío, los caballos, Triana, el Sevilla, idolatra a José Manuel Soto como si fuera Springsteen. «¡Buenos días! Camino del colegio, ¡estoy que me como el viernes! ¡Esta noche concierto de Siempre Así!». Y así están, riñendo por twitter. Kiko convertido en Comendador junto a DJ Bellido y la Pantoja abrazada a Anabel Pantoja, que es el comodín de Cantora e igual hace de prima, de hija o de Raquel Bollo:
—Dile a @kiko_rivera que me pase la sal. Gracias.
—Dice @Chabelita que te levantes tú.
Chabelita, confinada en Cantora como una clarisa, se lo ha llevado al Rocío y allí ha descubierto su vena espiritual. Agarrado a la reja, miraba a la Virgen como un preso mira la libertad (¿No es eso la religión?). Antes de condenar hay que verle el derrote. Ha estudiado para torero, aunque no se le conoce tête à tête con astifino. Es remotamente taurino, vagamente músical, émulo sin guitarra de Juan Peña, y maniáticamente capillita y rociero («Para ser buen rociero hay que ser buen cristiano»). Y como en la sevillana, se quiere llevar a Chabelita en su jaca castaña. «Una niña marismeña me tiene loquito de atar. Es graciosa y es bonita, tiene la boca pequeña y la cara morenita».
El Sur aún ofrece al nini un mundo mítico al que agarrarse. Le asoman pujos de un preppy almonteño, jinete de peregrinajes tartésicos, romero de romerías profundas suyas y galán campero que puede acabar de torero, de palmero, de Pepe el Marismeño, de roadie del cuñado o de Fidel Albiac. ¿O es que acaso no sospechaban todos de Fidel? Y sin embargo condujo a Rociíto a las simas más profundas de la discreción (desliz ese peinado a lo Rihanna que parece de un neurocirujano). Tronista rural, a Isabelita le ofrece la maternidad, el amor, el tormento y el sentido de su redonda y anual espiritualidad rociera. Para mí que al final se la lleva en la grupa (su Seat León enjaezado) hacia un poniente eterno donde suenan sevillanas constantes. Que la copla y su madurez de claroscuros ya llegarán después.
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