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Antonio Canales: «No quiero depender nunca más de ningún amor»

El artista, que estos días baila «Cuatro lunas en Madrid», se confiesa feliz y renacido

Antonio Canales: «No quiero depender nunca más de ningún amor» IGNACIO GIL

JULIO BRAVO

Tiene Antonio Canales mucho de niño grande. Cuando sonríe, inclina la cabeza y sus ojos se achinan, como pidiendo mimos. Su mezzavoce rocosa es también bailarina, y repite un estribillo a lo largo de la conversación. «Estoy feliz». Quiere dejar atrás un pasado enturbiado por sus propios errores, producto, confiesa, del exceso de amor. Y se muestra arrepentido, pero no quiere olvidar los malos momentos. «Para no repetirlos», dice seguro. Cuando llega la hora de las fotos, surge de nuevo el artista. Se viste un gorro de piel -«me lo regaló Nureyev después de una gala»- y un llamativo abrigo, también de piel. «Es maravilloso, de ardillas de Indonesia».

-Está renacido...

-La verdad es que sí. Estoy feliz, y otra vez me he vuelto a enamorar de la danza. Yo no sé vivir sin el baile. Estos cuatro años de sequía y de desastre los he tenido porque dejé de bailar. Por desánimo, por mi poca autoestima, porque creí que ya no había que hacer más... Y qué va, eso fue lo peor que pude hacer. Se me han muerto seres queridos, se me ha ido un amor, pero con la danza lo he podido superar. Es lo que me llena, lo que me da cada día ganas de vivir. De la otra forma no superas las dificultades. Así estaba yo... Dormía con las botas, lloraba con ellas. Las abrazaba... Le decía a mi hijo que me las dejara, que esas todavía no las había roto. Ahora las estoy rompiendo... Bailando. No pienso volver a pararme.

-¿Y qué ha ocurrido para que vuelva a enamorarse de la danza?

-Lucho Ferruzzo, mi agente muchos años, me ayudó mucho. Me dijo que tenía que cambiar de ambiente, que era malsano, para encontrarme conmigo mismo. Me llevó al mar, me hacía caminar... Yo había perdido las ganas de todo; me había puesto como Marlon Brando, con catorce kilos más... Y me decía que al menos muriera de pie, que tenía una escuela en Madrid con 250 niños, y no podía dejarlo. Tenía que estar, y me llevó a una escuela. Cuando vi las clases de ballet volví a sentir ganas de bailar. Quiero subirme al escenario, aunque tenga 51 años, aquello que pueda interpretar con gallardía. Nureyev, Alicia Alonso, Maya Plisetskaya... Ellos lo hicieron. Yo no puedo vivir sin bailar. Y con los años, disfruto más del escenario.

-¿Querer volver a bailar tiene que ver con volver a quererse? Daba la sensación de que se había perdido el respeto a sí mismo.

-La verdad es que sí. Cuando uno deposita todo en alguien, y ese alguien te falla, te quedas como en el aire, como si te fueras a caer en un precipicio. Y creo que es lo que me pasó. Yo he aprendido que lo primero es quererse a uno mismo; si no, no puedes querer a los demás, es mentira, estás viviendo una vida ficticia. Cuando te quieres a ti mismo, tienes el corazón lleno, y no tienes que depender de otra persona. En el amor, quiero decir. Yo no quiero depender nunca más de otro. Querría tener la fuerza suficiente para amar con todo el corazón pero sin dependencia.

-¿Cuánto ha influído el apoyo de su familia?

-Me ha dado mucho. Mi hijo Antonio, con veintiséis años, ha sido fundamental. Además de mi hijo, es un amigo... En los momentos duros, cuando me avergonzaba de mí mismo, de mis actos, fue el primero que me dijo que levantara la cabeza. «Yo te conozco -me dijo-, sé que tipo de hombre y de artista eres, y por encima de todo eres mi padre». Eso fue una de las cosas que más me ayudaron. Y ahora, además, me está llevando las cosas de la oficina, y me siento muy arropado. Como también lo estoy con Carlos y Ángel, del Nuevo Ballet Español, que están siendo muy generosos.

-¿Borraría muchas cosas del pasado? ¿Aquel episodio de la playa?

-Aquello fue una traición... Pero noto que la gente me quiere de verdad, y eso fue también un revulsivo. Cuando pasó aquello, yo quería que me tragara la tierra. Pero la gente ha comprendido lo que me ocurrió, vivimos en el 2013, y hasta el del butano me dice: «Estamos contigo, ¡machote!». Mire que piropo... Yo, claro, no he seguido alimentándolo, porque ese no es mi mundo. Fui a los programas de televisión a decir lo que tenía que decir, y paso atrás. Porque lo mío es el escenario. No soy un personaje rosa. Sigo siendo el Antonio, el bailaor. Todo el mundo conoce mi historia, y lo que quiero decir es que no hay que dar el alma, ni depender de nadie, porque eso te puede llevar a la ruina. Eso es lo que he aprendido.

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