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El drama de Farah Diba, segunda parte

La tragedia golpea una vez más a la Familia Real iraní en el exilio, con el suicidio de Alireza Pahlevi

REUTERS

FRANCISCO DE ANDRÉS

La muerte de Alireza Pahlevi, de 44 años, el menor de los hijos varones del matrimonio del Sha Mohamed Reza Pahlevi y Farah Diba, ha vuelto a cubrir de tragedia a la Familia Real persa en el exilio. Según el comunicado colgado en internet por el primogénito, Reza Pahlevi, su hermano menor sufría desde hace años una profunda depresión, producida por la huella del desarraigo, la muerte prematura de su padre y el suicidio hace años de su hermana pequeña.

Leila, la cuarta hija del tercer matrimonio del Sha, tenía solo 9 años cuando la familia tuvo que abandonar precipitadamente Teherán con el triunfo de la revolución jomeinista. Fue hallada muerta en un hotel de París el 10 de junio de 2001. Sobredosis de barbitúricos. Leila padecía la misma enfermedad de su hermano Alireza: una depresión aún más severa, que la había conducido durante años de clínica en clínica a ambos lados del Atlántico.

La emperatriz persa, conocida en España por su nombre de soltera, Farah Diba (Teherán, 14 de octubre de 1938), vuelve a representar en su serena belleza el sufrimiento de la familia y del entero exilio iraní. Calificada en su día como la Jacqueline Kennedy de Oriente Próximo, por su cercanía al drama de una dinastía en su día todopoderosa, Farah Diba es no solo la sufragista ilustrada, la mujer que aseguró a las iraníes el derecho al voto que no han podido ya suprimir ni los ayatolás. Es la mujer fuerte de la Familia Real iraní, que aún sueña con volver un día a Teherán para instalar una monarquía a la europea.

Farah Diba es también el símbolo de centenares de miles de iraníes exiliados en Europa y en Norteamérica. Ni ella ni su hijo Reza tienen una influencia mayor en los asuntos y protestas de la oposición en Irán como a veces pretende dar a entender la propaganda del régimen. Pero en torno a ellos se mueve, tanto en el plano afectivo como en el de la aspiración del retorno a una patria libre, una galaxia de exiliados, que ven en la tragedia familiar de los Pahlevi sus propias tragedias personales.

Gigante con pies de barro

Pocos pensaban en la Navidad de 1978 que las protestas callejeras harían caer la monarquía prooccidental persa, megalómana y elitista en muchos proyectos pero en general modelo de libertades en Oriente Próximo. La presión de la Administración Carter fue decisiva para la precipitada decisión de la huida, el 16 de enero, del Rey de Reyes y Luz de los Arios. Pocas semanas más tarde el ayatolá Jomeini aterrizaba en Teherán y se tomaba el desquite con Washington. Sus seguidores más fanáticos tomaron al asalto la embajada de Estados Unidos. Durante 444 días, el personal diplomático se convertiría en rehén de los revolucionarios triunfantes. Comenzaba la etapa, que se prolonga hasta hoy, de archienemistad entre los dos regímenes.

El Sha, su esposa Farah y los cuatro hijos (Reza, Farahnaz, Alireza y Leila) emprendían en ese periodo un agitado recorrido por el exilio que les llevó en poco tiempo a Marruecos, Bahamas, México, Estados Unidos, Panamá y finalmente Egipto. La familia más rutilante del mundo se convertía súbitamente en paria. El trauma de la caída aceleró un tumor en el emperador destronado, que murió de cáncer en Egipto en 1980.

Hoy, la familia del Sha está repartida entre Estados Unidos y Europa. El primogénito vive en Washington, está casado y tiene tres hijas. La viuda Farah divide su tiempo entre París y Conneticut, para estar más cerca de sus nietas, las princesas Noor, Iman y Farah.

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