Una reconciliación con el universo en el cabo de San Vicente
Sentado en aquella esquina del mundo, de espaldas a Europa, experimentando el misticismo evocado por el sol, el mar, las nubes, la vegetación y el olor a tierra húmeda
![Una reconciliación con el universo en el cabo de San Vicente](https://s3.abcstatics.com/Media/201508/18/Puesta%20de%20Sol--644x362.jpg)
Una hilera de mesas hace las veces de mercadillo improvisado. Sobre las tablas de madera roída reposan prendas y gorros de lana, con multitud de formas y colores. Son los parapetos que muchos turistas utilizan para defenderse del indomable viento que azota uno de los puntos más occidentales -el más emblemático, sin duda- de Europa: el cabo de San Vicente . La marabunta silenciosa de curiosos se acerca, en una inútil batalla por vencer al aire y sorteando la frondosa y variada vegetación que sale al paso, al lugar donde la tierra hunde sus raíces en el agua atlántica y le cede el testigo en su camino hacia América.
La carretera serpenteante de Sagres -por la que se accede al Cabo- se corta, abrupta, en las inmediaciones del faro, construido bajo un convento, y que guarda entre sus recuerdos años de historia, batallas y cultura desde el siglo XVI, cuando las huestes española y portuguesa comenzaron a explorar el «Nuevo Mundo». Testigo de enfrentamientos, como el del siglo XVIII entre España e Inglaterra en el marco de las Guerras revolucionarias francesas ; víctima de la furia de los intestinos de la tierra; anfitrión de los barcos que llegan a Europa desde el otro lado del Atlántico.
El verano pasado tuve la ocasión de visitar, junto a mi pareja, aquel privilegiado paraje, elegido por la National Geographic Traveller como uno de los diez enclaves de todo el mundo donde mejor se puede contemplar el mar. Fue una de las visitas planificadas en nuestro viaje por las espléndidas costas del Algarve , cuyas playas paradisíacas de aguas gélidas difícilmente hacen competencia a aquella punta de lanza natural. Nos sentamos en aquella esquina del mundo, de espaldas a Europa, junto a otras decenas de personas que compartían una suerte de misticismo evocado por el Sol, el mar, las nubes, las rocas, la vegetación, el olor a tierra húmeda. Siempre he creído que no hay nada más real y verdadero que la naturaleza, y allí todo está impregnado de sinceridad.
El sol se apaga en Europa
El ambiente bucólico en el cabo no tiene parangón. Una columna ocre se extiende por las calmadas aguas atlánticas mientras las gaviotas ofrecen una exhibición coral de vuelo y canto, teloneras del cambio de guardia entre en sol y la luna. El mar, tranquilo, de cuando en cuando ruge en su impacto espumoso contra las rocas, en un reducto de agresividad impostada. Mientras, la circunferencia brillante del fondo continúa su desfile , silencioso y pausado en su huida diaria, acompañada por la banda sonora de murmullos de asombro y fascinación, hasta dejar una línea fina de luz que se acurruca en el manto de agua del océano Atlántico.
El espectáculo de la jornada termina, la gente aplaude, el sol ya es historia durante un puñado de horas, hasta que vuelva a repetir el mismo ritual y se desnude ante otros ojos ajenos, otras vidas. Lo relató brillantemente Alfonso Armada en ABC: «Como si alguien hubiera dado un banderazo en la pista íntima de la voluntad, el desfile es instantáneo. Como un solo hombre. Se acabó la función. El adiestramiento de las emociones ha logrado grandes éxitos entre nosotros (…) Fin de la emoción. A otra cosa. Cita con un vaso que no apaga la sed. El diamante de espejos y cristal del faro ha empezado a dar vueltas lentamente, pero ya casi no quedan ojos para esa maravilla óptica y mecánica». A miles de kilómetros -o así me gusta imaginarlo- otro grupo de personas, mirando en la dirección opuesta a la nuestra, recibe el sol que nosotros despedimos.
Pero, ¿qué tiene aquel lugar? ¿Por qué contemplar el atardecer en la recóndita punta europea despierta una mezcla de sensaciones tan indescriptible? Un tiempo después, creo haber encontrado la solución. Aquel sol que se va, que se funde con el horizonte, con el infinito, es la luz de la vida misma, que se apaga lentamente hasta que la oscuridad lo llena todo. Es ver la vida a través de la propia vida . Pensarlo da vértigo, aunque resulta excitante: el final del cuento es un canto de gaviotas, un sol que se va, una luz que se apaga, un mar infinito en calma, una sinceridad eterna imperturbable. Quizás al final de todo, y en un mundo repleto de mentiras, la única verdad que nos quede sea esa.
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