El ballenero que plantó a Ava Gardner

La conciencia y la obligación moral eran la bandera de Manuel Fraga, émulo de las gestas de Don Quijote

Antonio AstorgaAntonio Astorga

El hombre que vio cazar ballenas y le dijo «¡No!» al animal más bello del mundo rezaba a todos los Santos y, sobre todo, a la Santísima Virgen. Firme, serio, dulce, tierno, cazador y pescador, soñaba con días dorados de treinta y seis horas, dormía siete de ellas, leía a Cervantes, Galdós, Cunqueiro y escuchaba a Beethoven, Wagner y Joaquín Rodrigo. Una tarde, a Manuel Fraga le invitó a tomar copas la pantera de Carolina del Norte, Ava Gardner, el animal más bello del mundo, y él, con gran sorpresa para la diosa, se excusó porque estaba muy ocupado.

—Usted me perdonará, pero tengo cosas muy importantes que atender…

A los pocos días, en casa de otro amigo, Ava vio llegar a la misma mesa a Don Manuel, y se fue. La carne era débil. Precisamente, a Manuel Fraga las faltas que le inspiraban más indulgencia eran las de la carne, mortal y rosa. En otras veladas con Elke Sommer, Anita Ekberg o Audrey Hepburn, el intelectual y político tuvo tentaciones inconfesables; en un caso —reveló— probablemente hubiera tenido éxito, pero jamás se le pasó por su prodigiosa mente intentarlo porque rezaba a todos los Santos y, sobre todo, a la Santísima Virgen.

La conciencia y la obligación moral eran su bandera carnal. Soñaba al aire libre emulando las gestas de Don Quijote, la toma de Granada, y regaba el cocido gallego con un suculento Rioja. El hombre que plantó a Ava Gardner detestaba la cobardía, y murió con el habitual estado de su espíritu, tranquilo, aunque le hubiera gustado disfrutar de la eterna juventud.

La conciencia y la obligación moral eran su bandera carnal

Buceando en el mejor archivo fotográfico de la Prensa de España, el de ABC, encontramos a un Fraga clerical y laico, jovial y tonante, coñón y tajante, atropellado y autoritario, divertido y enternecedor, familiar y padrazo, tanto de sus hijos carnales como de los constitucionales. En aquellos ejercicios en pleno ferragosto del tardofranquismo previos al parto de la Constitución, don Manuel les alegraba las tardes y noches a sus compadres y copadres constitucionales contando batallitas. Como la discusión entre George Washington y Thomas Jefferson en la Convención de Filadelfia sobre la idoneidad o no del Senado. Mientras tomaban café —enfatizaría don Manuel Fraga—, Jefferson, que era el gran adversario del Senado, se quemó al beberlo. Washington volcó la infusión estimulante en otra taza para enfriarla, y Jefferson pudo beber café sin abrasarse los labios.

—Para eso sirve la cámara, fue la moraleja de Fraga.

Cazando bombas atómicas

Los labios de Manuel Fraga han besado las manos de dos Papas, Pablo VI y Juan Pablo II, de varias Reinas y Reyes [cuando le presentó las Cartas a Isabel II de Inglaterra obsequió, como un torero a su cuadrilla, con tabaco -un cigarro típicamente inglés-, al chófer que le trasladó al Palacio de Buckingham en carroza], Príncipes y Princesa, Condes y Condesas; estrechó las de Premios Nobel y Príncipes y Princesa de Asturias, compartió fabes y lagar con Woody Allen en Oviedo, le llevó marisco al sátrapa Fidel en La Habana donde el pueblo se pelea por un plato de arroz a la cubana…

El ballenero que se calzó el bañador en Palomares pudo «haber sido Fidel Castro»

El ballenero que se calzó el bañador de cazar bombas atómicas en las aguas saladas de Palomares pudo «haber sido Fidel Castro»:

—Pero mi pobre madre decidió que el trópico no era lugar para educar a los hijos, confesaba a José Luis López-Linares en el reciente documental «Últimos testigos».

El hombre que salió con balleneros y vio cazar ballenas y cachalotes se fotografió con dinosaurios a siniestra y a diestra, desde Fidel Castro, que fue a recibirle a pie de avión en el aeropuerto habanero, a Santiago Carrillo, a quien Fraga le presentó su libro, «Eurocomunismo y Estado», en un gran hotel de Madrid lleno hasta la bandera. Aquella foto, obra de nuestro compañero José García, fue galardonada con el premio Mingote en 1977. En ella, Fraga y Carrillo están juntos, pero no revueltos, en primera línea; el primero sonríe, traje exquisito de raya diplomática, piernas cruzadas y manos enlazadas encima de las extremidades inferiores; el segundo, codo derecho junto al izquierdo de Fraga, ríe a carcajada tendida sosteniendo un maletín sobre las piernas, y las manos separadas.

Pero la intención de don Manuel, contaba el animal literario Francisco Umbral, no era otra que meter goles al comunismo en la propia portería.

Manuel Fraga obedecía a quien tuviera la obligación de obedecer, y no se inventó obediencias debidas por conveniencia. Con sus padres y sus superiores, sobre cualquier terreno, militar o civil, derrochaba lealtad. Otra cosa es que esa franqueza no gustase en algunos casos.

—Pero el que manda, manda, y cartuchera al cañón. Lo mismo he exigido yo a los muchos subordinados que he tenido, y ninguno se ha quejado.

Un noche, los «rojillos» de Hermano Lobo le llevaron a cenar a «Picardías», y Fraga cortó tajantemente a José Luis Coll:

—¡No tolero chistes sobre mi madre ni sobre Franco!

Tras su primera actuación ante Franco, el Caudillo dijo:

—¡A este chico, que le hagan algo!

Y a Fraga le hicieron ministro.

Una vez le preguntaron a don Manuel en la Universidad cómo habido sido capaz de aceptar regir un Ministerio. Y Fraga espetó:

—¿Usted cree que yo podría haber aguantado cuarenta años de mi vida sin ser ministro? Yo hubiera sido ministro con Chindasvinto. (Amén del Estado, de las Leyes, de los tratados de Derecho Político, de Sociología, de Economía... que se los sabía de memoria, también recitaba la lista de los Reyes como si del mejor SuperDepor se tratara: Liaño; Voro, Donato, Djukic, Nando; Mauro Silva, Aldana, López Recarte; Fran, Claudio y Bebeto; un 4-3-3 de los de toda la vida, nada de autobuses frente a la portería; Fraga no era un «amarrategui»...)

Rezando o actuando

¿Cree que podría haber aguantado 40 años sin ser ministro? Lo hubiera sido con Chindasvinto

Antes, en el año 36, vio a los españoles divididos en dos bandos, y Fraga se dijo a sí mismo:

—Esto no puede volver a pasar. Toda mi vida he vivido pendiente de esa vocación, que sentí entonces; de si podía hacerlo mejor rezando o actuando. Y se decidió por la acción.
Cuando a Camilo José Cela le tacharon el texto completo de «La colmena» dos veces, la novela posteriormente la autorizó —todavía en vida de Franco— Fraga cuando llegó al Ministerio de Información y Turismo Sin embargo, en 1963, como consecuencia de diversos enfrentamientos con el ministro Fraga, Miguel Delibes dimitió como director de «El Norte de Castilla». Del franquismo a la democracia, hombre clave en la transición a la libertad, la figura de Manuel Fraga ha caminado por la jungla del asfalto de dos siglos con una pulsión dialéctica tajante y combativa, personal e intransferible, única e inimitable.

Carlos Robles Piquer recordaba en ABC una anécdota que muestra las señas de identidad del torbellino de Estado que fue Manuel Fraga. En 1964, el político gallego ofrecía un almuerzo a un exiliado español, Nicolás Furió. Era un alicantino que retornaba a España desde México tras la incivil guerra. El ciudadano le pidió a su anfitrión que se definiera políticamente. La contestación fue clara y breve: «Creo ser un hombre de centro».

Entraban campesinos oliendo a vaca, y los atendía con el mismo cariño que a cualquier otro

¿Qué había detrás de don Manuel Fraga? Lo retrata de maravilla el pintor Modesto Trigo, que pasó alguna época en Perbes estudiándolo al detalle: «Es uno de los grandes políticos de nuestra historia», definía. Mientras lo pintaba en Perbes, con el ABC encima de la mesa de su despacho, el artista vio en Fraga detalles de un humanismo descomunal. Entraban campesinos oliendo a vaca, y Fraga los atendía con el mismo cariño que a cualquier otra persona. Así era el ballenero que le dijo «No» a la pantera literaria Ava Gardner.

Marco Polo de la política

Don Manuel se centraba ora pelando el limón para la queimada ora visitando la comarca de Las Hurdes, que describiera Cela, e interesándose por los problemas de los jurdanos. Fraga fue como un Marco Polo de la política que dio varias veces la vuelta al mundo, desde las 500 millas de Indianápolis a los lomos de un dromedario en El Cairo; jugando al dominó en la tierra lucense que le vio nacer, Villalba, o bañándose en la playa de Palomares para desfacer cualquier entuerto, de cara al turista un millón novecientos noventa y nueve mil, sobre su radioactividad (la del agua, no la de don Manuel, que la gastaba por doquier). Ya como presidente de la Xunta de Galicia, chapapoteó en Muxía y recorrió el Camino de Santiago desde el principio del verbo, entre el Alto de la Ibañeta y la Colegiata de Roncesvalles. Este «galleguista popular» era el número «1», como se aprecia en la foto en la que se enfunda la zamarra azul y blanca a rayas del Real Club Deportivo de la Coruña, el de la clase a raudales de Fran y Valerón, el de la magia carioca de Mauro, Bebeto, Rivaldo y Djalminha, el del zorro sabio de Arteixo, Arsenio Iglesias.

Muchos quisieron «cazar» la piel, mortal y rosa, del «Oso de Villalba» —como le puso en la pila bautismal de su columna dórica el maestro de energía Jaime Campmany— antes de que muriera. Jamás obtendrán ese preciado trofeo. Ni las bombas de los criminales (en su casa de Perbes) pudieron con don Manuel.

  • Manuel Fraga, posa en su residencia veraniega de la localidad de Perbes en 2006 (EFE)

    Manuel Fraga, posa en su residencia veraniega de la localidad de Perbes en 2006 (EFE)

  • Fraga se despide del número dos del régimen cubano, Raúl Castro (EFE)

    Fraga se despide del número dos del régimen cubano, Raúl Castro (EFE)

  • Viñeta de Martín Morales de 2005

    Viñeta de Martín Morales de 2005