(AP)
Anna Grau
Teorías hay muchas: que si George W. Bush hizo la guerra de Irak para beneficiar a las petroleras de Texas, que si la hizo para vengar el intento de los iraquíes de atentar contra su padre, que si la hizo precisamente para "matar" él a su padre, llegando donde no llegó el primer presidente Bush, al derrocamiento de Sadam Hussein después de la Guerra del Golfo. Pero nadie sabe con absoluta seguridad por qué fue Bush a la guerra.
Las armas de destrucción masiva no han aparecido y los vínculos con Al Qaida tampoco. Peor aún: a día de hoy Al Qaida campa por Irak como nunca, aprovechando el vacío dejado por Estados Unidos cuando desbandaron el régimen y el ejército anterior, sin tener nada que ofrecer a cambio. Hasta ahí los agravios y las acusaciones de los enemigos del expresidente, cuya popularidad llegó a caer tan bajo que se vieron circular camisetas que decían: "Jamás Pensé Que Echaría De Menos A Nixon".
El caso es que si en Irak no había armas y no se puede precisamente decir que el precio del petróleo haya descendido desde la guerra, ¿cuál fue la razón? ¿Por qué un presidente que había ganado las elecciones con el firme propósito de dedicarse a la política doméstica se reviste de repente de la armadura de guerrero mundial?
Aunque resulte incómodo para muchos, puede resultar razonable, y defendible, sostener que el presidente Bush fue a la guerra de buena fe si se tienen en cuenta algunos hechos. Para empezar el 11-S pilló de sorpresa no sólo a la Casa Blanca sino a la totalidad de Estados Unidos. Nadie sabía qué pensar ni qué hacer justo cuando más urgía reaccionar y tener respuestas. A día de hoy sabemos que uno de los detonantes de la guerra fueron clamorosos fallos de inteligencia. Ni la CIA ni ninguna otra agencia de Estados Unidos tenía a nadie dentro de Irak. Para enterarse de lo que pasaba allí tuvieron que recurrir en ocasiones a medios rocambolescos, todo ello mientras crecían la presión militar y la política y se fraguaba en el seno de la ONU un monstruoso malentendido entre los que estaban seguros de ir a la guerra a cualquier precio y los que, también a cualquier precio, estaban seguros de poder pararla. Cuando Estados Unidos comprendió que no tendría el apoyo de la coalición internacional que le acompañó a la guerra en 1991, ya tenía sus tropas desplegadas frente a Saddam Hussein. Tenía que elegir entre la credibilidad militar y la política. Y eligió la militar.
Siete años después, pocos califican el resultado de positivo. Si a eso se le suma la desastrosa gestión de la catástrofe del Katrina en 2005 y la pavorosa crisis económica que estalló en 2007, se comprende que el segundo Bush haya salido de la Casa Blanca bajo una luz más bien ominosa. Paradójicamente fue este impulso el que ayudó a entronizar a un presidente como Barack Obama, algo que tampoco le perdonan varios miembros de la familia conservadora.
Sin embargo, hay quien llama a la prudencia y a dejar pasar el tiempo antes de hacer balance definitivo de la figura de George W. Bush. Los aspectos más ridiculizados y denostados de su personalidad -desde su condición de ex alcohólico hasta su dificultad para pronunciar palabras como "nuclear"- no le impidieron llegar a la presidencia de Estados Unidos, un empeño en el que ha fracasado mucha gente más aparentemente brillante. Es posible que con el paso de los años también surja una imagen más ajustada de sus méritos y de sus faltas, un retrato más ponderado de su responsabilidad.
Su presidencia será recordada como la del auge de los neocon, antiguos exaltados y actuales decepcionados de la izquierda que habrían trasladado su carga mística a la derecha y serían los responsables de la guerra preventiva y de que Bush rescatara el ideal del presidente Wilson de que América tiene que arreglar el mundo por las buenas o por las malas. Hay quien está muy contento de que tales ínfulas hayan quedado atrás. Pero también hay quien se pregunta si con la renuncia a promover la democracia por las armas no se estará renunciando también a promoverla de ninguna otra manera, dando pie a una América más indiferente y ensimismada. Para bien y para mal.