Gaspar Viana (92 años). Republicano y de la quinta columna

Gaspar Viana

(Foto: Israel Viana)

«Cogieron al cura, le pegaron cuatro tiros y le cortaron las orejas, después de haberle paseado desnudo con una cuerda atada a sus partes»

ISRAEL VIANA

Cuando comenzó la guerra, Gaspar Viana vivía en un pequeño pueblo de agricultores de Guadalajara, Peralveche, «donde no había ni fascistas ni rojos». «Allí no sabíamos nada de lo que estaba pasando en Madrid, donde ya habían matado al ministro de Hacienda, quemado conventos y donde ya se había producido la sublevación del cuartel de la Montaña. Pero en Peralveche solo nos enterábamos de lo que pasaba en Peralveche, porque no había ni prensa ni nada», recuerda este alcarreño de 92 años, sobre la tensión en España los meses previos al estallido de la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936. Prueba de ello es cómo se enteró de la instauración de la Segunda República cinco años antes: «Yo tenía 13 años y venía de sembrar la avena con mi padre, que le preguntó a una vecina: “Irene, ¿qué son esos trapos que has puesto ahí?”. Y ella contestó: “Cirilo, es la bandera de la República, que se ha implantado en España”».

Muchachos, la guerra ha empezado, quedan en activo los de la quinta del 36

Aquella desconexión de los que pasaba en la capital, muy propia de los pueblos de España, no impidió que nada más estallar la guerra comenzaran a llegar milicianos de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) por Peralveche, «requisándonos una yegua y varias cabezas de ganado» y recogiendo voluntarios para llevárselos al frente. Según cuenta Viana, que hace gala de una memoria prodigiosa, el secretario del pueblo llamó a todos los jóvenes y les anunció: «Muchachos, la guerra ha empezado. Quedan en activo los de la quinta del 36, pero dentro de cuatro días habrá más movilizaciones. Más vale que os hagáis voluntarios, porque así tendréis más ventajas y podréis ascender pronto».

Partieron unos 20 jovenes, de los 150 habitantes que aproximadamente tenía el pequeño municipio. Viana no estaba ellos. Aún tenía 17 años. Su hermano Roque sí fue uno de ellos, que fue enviado al frente de Pozuelo de Alarcón. Él se quedó en hasta enero del 38, viendo algunas de las barbaridades que se cometieron en el bando republicano. Recuerda como el cura de Peralveche tuvo que huir disfrazado de segador. Y nunca olvidará al párroco de Salmerón, un municipio cercano: «Estaba en un molino escondido. Allí lo encontraron y se lo llevaron de nuevo a Salmerón, donde le pasearon desnudo, con una cuerda atada a sus partes, mientras la banda municipal tocaba. Después lo subieron a mi pueblo y, en la entrada, le pegaron cuatro tiros y le cortaron las orejas. Y para terminar recorrieron Peralveche mostrando sus orejas y gritando: “¿Tenéis a algún fascista que os moleste? Porque mirad lo que hemos hecho con este cuervo”».

«Yo sólo quería salvar la “pellica”»

Viana fue movilizado en el bando republicano en enero de 1938 y enviado al frente de Teruel. No se avergüenza en reconocer que se pasó la guerra corriendo de un lado para otro evitando entrar en batalla: «Sólo pensaba en salvarme, nada más. Ni política ni nada. Sólo salvar la “pellica”. Y vivo de casualidad».

Recuerdo que tuve que saltar por encima del cadáver de un cabo valenciano

Para él, la guerra con los republicanos fue un «desastre». «Nos mandaban hacer asaltos por sorpresa para tomar posiciones. Siempre nos perdíamo. Recuerdo una vez en Cublas de Teruel cuando un teniente nos hizo brincar a 20 soldados a una zona llena de nacionales desde la que veían todos nuestros movimientos. Él se quedó atrás y murieron la mitad de nosotros. Recuerdo que tuve que saltar por encima del cadáver de un cabo valenciano al que un tiro le entró por el ojo y le salió por detrás, justo delante de mí. Y todo ello sin sanitarios, ni camillas, ni nada. El que caía allí, allí se quedaba».

Anécdotas como esta tiene varias. En otra ocasión, un caza les bombardeó mientras estaban escondidos en un pequeño parapeto de piedras y un trozo de metralla le dio «en el culo». Y cuando se les acabó la munición, les tiraron hasta las cajas. En Cerro de la Herradura, por ejemplo, mientras ponían una alambrada, los nacionales les gritaron desde su trinchera: «Rojillos, no la pongáis por delante, ponerla por detrás, que os va a hacer falta». Y, efectivamente, al día siguiente, otra gran ofensiva. También las «descubiertas» que les obligaban a hacer para recoger los fusiles de los muertos: «Una noche, quería dar un asalto por sorpresa. ¡Pero menuda sorpresa! ¡Siempre hay locos! Cuando estábamos cortando la alambrada escuchamos a los nacionales darnos el alto y comenzar a tirarnos bombas. No cogimos la posición y tuvimos que retroceder». O en Sarrión (Teruel), donde después de haber sufrido los cañonazos de un tren en el Puerto Escaldón y quedar aislados en una bolsa, vino la misma aviación «roja» y les bombardeó pensando que eran nacionales. «¡Si es que era un desastre!».

Entre escabechinas y huidas

Entre todas estas escabechinas y peripecias, hubo deserciones, regresos al pueblo sin permiso, ayudas de médicos amigos para conseguir una baja o caminatas a través del monte entre Teruel y Valencia huyendo de la batalla («con piojos y comiendo lo que encontrábamos»).

Había por la calle tantos muertos que las mismas familias los recogían con carritos de mano

Todo esto hasta octubre de 1938, cuando, después de ocho días de permiso, él y su cuñado no quisieron volver la frente y se fueron para Madrid, donde un conocido, Mariano Lerín, también escapado del frente del Jarama por ser de las Camisas Viejas de Falange y enrolado en la «quinta columna», les acogió en un piso de la calle Núñez de Balboa. Lerín llamó a un amigo conocido médico para les pusiera una inyección que les subió la fiebre a 40º. Fueron entonces evacuados al hospital de Niños Huérfanos y Raquíticos de Chamartín de la Rosa, donde estuvieron hasta Nochebuena. . «Cuando ya no teníamos fiebre, escuché al director del hospital decirle al médico: “Palacios, estos dos chicos son malas personas”. Luego se nos acercó, nos dio unas palmaditas en la espalda y nos dijo: “Cuando os pase visita, me contestáis a lo que os pregunte y a vivir”. Lo de que “éramos malas personas” era una forma de decir que éramos de la “quinta columna”». Lerín había intercedido por ellos para que no les mandaran al frente.

A primeros de 1939 la quinta Columna estaba preparada para sublevarse si los mandos franquistas lo pedían. «Pero nos dijeron que nos estuviéramos quietos». La Junta de Defensa se había organizado y el coronel Casado se había puesto en contacto con Franco. Los comunistas no se quisieron entregar y hubo duros enfrentamientos en Madrid entre unos y otros. El 28 de marzo ya se había acabado todo el tiroteo entre los comunistas y la Junta de Defensa, y había por la calle tantos muertos que las mismas familias los recogían con carritos de mano».

Fue entonces cuando a Gaspar, en la «quinta columna», le ordenaron armarse y salir a tomar el control del almacén de comida de la calle Abascal número 49 y desarmar a los carabineros. La guerra había acabado. A Gaspar sólo le quedó cubrir el desfile de la Victoria y continuar vivo. «Para eso me metí en la quinta columna, para salvarme, para continuar vivo», concluye.