Gil fundó el Grupo Independiente Liberal (G.I.L.) (Foto: EFE)
ÉRIKA MONTAÑÉS
Cuando él desembarcó en Marbella, solo había “prostitutas, mendigos y drogadictos”. Era una frase que Gregorio Jesús Gil y Gil (El Burgo de Osma, Soria 12 de marzo de 1933-Madrid 14 de mayo de 2004), a base de repetir una y otra vez, creía a ciegas. La escuchábamos en aquel programa “Las noches de tal y tal” de los noventa, o en las mil y una entrevistas en las que aparecía fotografiado junto a su fiel Imperioso o en una gran bañera gestionando trámites por teléfono y rodeado de esbeltas mujeres. Un canto a la estética más rancia, todo lo contrario de lo que él presumía había llevado a Marbella. La jet set, las noches de vino y rosas, los veranos de la villa de Marbella con príncipes, herederos árabes y aristócratas aparecían en todos los medios de comunicación, ofreciendo una imagen fastuosa que poco se acercaba a lo que intramuros ocurría.
Y lo que en realidad sucedía es lo que el ex asesor de Urbanismo de Marbella, Juan Antonio Roca -«cerebro» del «caso Malaya» que se enfrenta a una petición de 30 años de cárcel por la Fiscalía-, alegará ahora en su defensa en el juicio: que aquellos polvos barrieron los lodos actuales, que no son otros que los 300 millones de euros de deuda hasta el cuello que arrastra el Consistorio de Marbella, sometido a un expolio de bienes públicos que se remonta a 1991.
Fue en ese año cuando Gil irrumpió como un elefante en una cacharrería en la vida política. Hastiados de la clase dirigente en la Costa del Sol (un guiño a la reflexión a día de hoy, cuando nuestros mandatarios no recaban buena valoración en los sondeos de opinión ciudadana), el Grupo Independiente Liberal (G.I.L.), de nuevo cuño por parte de este empresario que comenzó su vida laboral en una tienda de repuestos de automóviles, acabó de un plumazo con la hegemonía socialista que había copado la Alcaldía de la ciudad malagueña desde 1979. El socialista Francisco Parra, incapaz de revalidar su triunfo, dejaba paso a una nueva era: el gilismo.
La vara de mando que empuñaba Gil y Gil en política fue la misma con la que presidía el Atlético de Madrid o con la que aparecía en televisión. A golpe de imagen, y como se demostró posteriormente, con la corrupción por bandera. Lejos de quedarse en Marbella, las aspiraciones del GIL fueron sumando conquistas. Primero, en «casa», en territorio cercano: su hijo, Jesús Gil Marín, a quien todos vinculamos también con su gestión al frente del Atlético, se hizo con el Ayuntamiento de Estepona. Casares tampoco se resistió. Le siguieron Ronda, Manilva y La Línea. Con esta última llegó la ambición por copar el triángulo con las dos Ciudades Autónomas como vértices, y es ahí, al hacerse realidad el GIL en Ceuta y Melilla, cuando activó todas las alarmas en Madrid sobre su liderazgo en la zona sureña.
Numerosas causas pendientes con los jueces
Gil «vendía» las ganas por hacer otro tipo de política, más próxima a la realidad de la gente, plasmada en un lema -«Me presento para vender pisos»- que, es obvio, cumplió a pies juntillas. Sus dos ingresos en la cárcel y la acumulación de causas pendientes con la Justicia comenzó a propagar la idea de que «robar, se roba en Marbella, pero se hacen muchas cosas», como transformar la proyección exterior de la ciudad.
Gil y Gil fue condenado a 28 años de inhabilitación en cargo público y a seis meses de arresto por el «caso Camisetas», el famoso desvío de dinero de las arcas municipales marbellíes con destino directo al club rojiblanco de sus amores. Por el «caso Saqueo», tras el desvío de 26,7 millones de euros del mismo sacrificado Consistorio a empresas privadas, Gil pasó en prisión preventiva algunas horas, de las que salió tras abonar una abultada fianza de 700.000 euros.
Inabarcable como él, Gil se enfrentó al «caso Atlético», al «caso Sermosa» y a las llamadas al orden que procedían del Tribunal de Cuentas, entre otras causas, durante sus once años de mandato hasta que, inhabilitado por prevaricación en 2002, presentó su dimisión como regidor local.
Pero no pensaba dejar la Marbella de los Hohenlohe o los Von Bismark en manos de nadie. «Labró» el futuro del «gilismo» en la ciudad costasoleña con el moldeamiento de una figura, la de Julián Muñoz. Su ahijado político accedió al sillón de alcalde sólo durante quince meses (mayo de 2002 a agosto de 2003), tiempo más que suficiente para los casos «Banana Beach, Proinsa, Malaya y la separata del caso Malaya por blanqueo de capitales» y un largo etcétera que hoy, productoras y platós de televisión mediante, se resume en una imagen: la de aquel Rocío cuando pregonó al mundo el amor por «su» gitana, la tonadillera Isabel Pantoja. Dinamitaba un matrimonio, comenzaba una relación nueva de exhibición perentoria ante el gran público y deshilachaba los algodones de una historia que ha acabado en el banquillo.
El discípulo que se comió al mesías
Con él, la macrooperación Malaya ha cobrado tintes rosas, mediáticos y hasta novelescos, si apuramos. Este hombre a la sombra de Gil se reveló contra su padrino y tras ganar las elecciones por cuenta propia en 2003, quiso terminar con la gerencia de Urbanismo de Roca y trabajar solo. Tránsfugas del gilismo, como la socialista Isabel García Marcos, firmaron la moción de censura que lo expulsaría del cetro municipal y sentaría a Marisol Yagüe, conocida como «la Chanel» y que ha pasado un tiempo entre rejas también imputada en la «Malaya». Hasta 2007, con la victoria de la popular Ángeles Muñoz, no culmina el «vaivén» de «productos» salto y seña del empresario soriano. Muchas de las acusaciones que hoy se sientan en la Audiencia Provincial de Málaga y protagonizan un proceso que, en tiempo material, fuentes judiciales traducen en al menos un año, rememorarán esta forma de hacer política del GIL y su máximo escudero, y cargarán las presuntas irregularidades heredadas a lomos del fallecido en 2004. Se espera que echen el muerto al finado y respondan de sus propias imputaciones cobijándose en el paraguas del ilegítimo y corrupto modelo de gestión implementado por Gil que, en un tiempo pareció traer luz a Marbella, y que bajado el telón, se adivina totalmente renegrido.