Un silencio atronador: «Tras 23 años de servicio en la Ertzaintza durante los años de plomo, quise matarme»
El cuidado de la salud mental cobra especial importancia para los cuerpos de seguridad del Estado acostumbrados a «ver los peores minutos de cada persona», y sin embargo se mantiene un inusitado mutismo sobre ello
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Alberto Martín
Suena el teléfono y al otro lado alguien te dice: «Me acabo de tomar una dosis de pastillas que creo que es letal. Estoy perdiendo el conocimiento. Y nada, llamaba para despedirme porque me habéis atendido muy bien». Es un caso real 'in extremis' que el Equipo de Intervención Psicosocial del Área de Prevención de Riesgos Laborales de la Policía Nacional liderado por Javier Jiménez Pietropaolo consiguió salvar. Pero la realidad es clara, de lo que no se habla no existe. Y abordar el suicidio sin cortapisas, pero con criterio, es la mejor forma de ponerle remedio al dolor. Es la opción entre el silencio o dar voz.
Alberto Martín, antiguo ertzaina, fue el encargado de proteger a la familia de Miguel Ángel Blanco y se convirtió en objetivo de ETA. Vivió los peores años de plomo. Se quedó en silla de ruedas por su labor y un día con 41 años quiso matarse. También está el caso de Yolanda Trancho, que fue una pionera atendiendo, desde los 21 años, casos de maltrato o violaciones cuando todo estaba en pañales. Era miembro de la Policía Nacional y recibió varias medallas. Le han quedado grabados en la memoria casos como el de una niña de 8 años que relataba cómo su tío la estuvo violando durante años. «O el de una mujer; habían detenido a su marido por 15 violaciones y vino con su hija para saber cómo podía explicárselo cuando fuera mayor. Todos esos momentos, que eran su rutina, un día le pasaron factura y le rondó por la cabeza pegarse un tiro.
«A veces basta con pararse a escuchar»
Alberto Martín
Al igual que ella, está la voz de Antonio, un nombre a secas porque prefiere quedar en el anonimato. Es un guardia civil que denuncia estar sufriendo un acoso laboral brutal hasta el punto de que en 2019 fue a un notario e hizo testamento. «Veía que el día menos pensado me suicidaba», nos relata.
Y en ese repaso de nombres con historia no podemos olvidar a los policías jubilados, como Koldo, que pueden quedar fuera de las cifras a la hora de enumerar los suicidios policiales. Una vez retirado tenía demasiado tiempo para pensar en sus fantasmas. Una tarde entró en una comisaría de la Ertzaintza de Bilbao. Venía a presentar una denuncia contra sí mismo. «Pero, qué ha hecho», le preguntaron. «Todavía nada, pero estoy pensando en quitarme la vida y necesito que alguien lo evite», confesó. Consiguieron que cambiara de opinión.
Equipos para la prevención del suicidio como el fundado por el propio Alberto Martín o el de Pietropaolo están ahí. Siempre están ahí, el mayor reto es conseguir que hablen con ellos y hacer saber que existen este tipo de ayudas. Hay luz al final del túnel, «a veces basta con pararse a escuchar», comenta Martín.
Cuando se escucha un tiro en el cuartel
Martín, con su larga experiencia a sus espaldas, creó la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial (AAPSP). Comenta a ABC que «hay que tener claro que la persona que se suicida realmente no quiere morir, lo que desea es dejar de sufrir. Cada dos horas y media una persona nos abandona sin tener una mano amiga a la que acudir. Y en los últimos 20 años más de 520 agentes se han quitado la vida. Os voy a dar un dato, en España tenemos seis psicólogos públicos por cada 100.000 habitantes». Y añade: «El ratio de atención es ínfimo. En la policía pasa exactamente lo mismo; así, en la Guardia Civil, por ejemplo, hay un psicólogo por cada 1.970 agentes. Así están las cosas», afirma Martín.
«Sabemos que el riesgo de suicidio en policías es dos a tres veces más alto que en el resto de la población»
Fernando Pérez Pacho
Psicólogo y autor de la tesis 'El suicidio en el ámbito policial'
Vanesa Oulego es policía y presidenta de la Asociación Ángeles de Azul y Verde, que ofrece asistencia psicológica y asesoramiento a policías y guardias civiles desde 2014. «A veces te enteras de que un compañero se ha suicidado porque alguien por WhatsApp escribe haber oído un tiro en las dependencias policiales y buscan en el cuartel quien falta», detalla.
«A nosotros acuden agentes con problemas de pareja, adicciones, conflictos laborales dentro del cuartel, algunos son los líos que tienen todo el mundo. Pero se agudizan por un componente que no tiene el resto de la población, una pistola pegada a mi cadera», afirma Oulego. Pietropaolo detalla que «entre el 85% y el 90% de los policías se suicidan con su arma de fuego». Por ejemplo, la Dirección General de la Guardia Civil indicó en 2023 que anualmente retira unas 1.100 armas de fuego a sus agentes por problemas psicológicos.
«Sabemos que, por estudios realizados, el riesgo de suicidio en policías es dos a tres veces más alto que en el resto de la población», dice a ABC Fernando Pérez Pacho, que tiene más de 30 años de experiencia como psicólogo, está realizando la tesis 'El suicidio en el ámbito policial' y trabaja mano a mano con Martín. Añade que el suicidio es solo la punta del iceberg de determinados problemas emocionales y psicológicos que no quedan debidamente resueltos ni atendidos.
Y ViveCNP y SUP (Sindicato Unificado de Policía) acotan que el estigma de la salud mental está arraigado en nuestra sociedad, «y se incrementa en las fuerzas y cuerpos de seguridad al ser instituciones fuertemente jerarquizadas y masculinizadas». Oulego también indica que el hermetismo es un problema, «llevo 22 años en la policía y eso no ha cambiado, y la sociedad está cada vez más crispada», señala.
«Se lo comen y se callan»
«Somos muy duros con nosotros mismos. Va con el uniforme. No nos damos margen para la debilidad. Corremos en dirección contraria al resto de la población cuando ocurre alguna emergencia», afirma Yolanda Trancho. «Una vez a una compañera que hacía de cebo sin su arma para que la atacara un violador le dio una crisis de ansiedad. A mí cuando sacaba la pistola no me temblaban las piernas. Estás en la calle y la adrenalina no te hace tener miedo, es después cuando viene el bajón ¿Pero si te pasa algo a quién se lo cuentas? Los agentes tienen miedo de pedir ayuda a los psicólogos de la policía, porque creen que podría interferir en un ascenso o hacer pensar que son unos vagos si piden una baja», dice.
Yolanda Trancho
«Este año llegué a casa y abrí la caja fuerte. Mi marido al oír el pin de la caja fuerte, fue detrás y me vio con el revólver»
Yolanda Trancho
Explica que en ocasiones es difícil entenderlo y detectarlo para los más cercanos. «Cuando peor estás es cuando más me maquillo para que nadie vea mi sufrimiento. Un depresivo es el mejor actor». La cuestión es que puedes tener días o meses buenos, y luego volver a caer. «Este año a finales de enero no sé por qué llegué a casa y abrí la caja fuerte. Mi marido, que también es policía, al oír el pin de la caja fuerte, fue detrás y me vio con el revólver. Por suerte, no estaba cargado», señala Trancho.
Trancho nació en Cantabria en 1969. Con veinte años ingresó en la Academia de Policía Nacional y trabajó toda su vida en la Unidad de Delitos Violentos y Sexuales. Ha escrito numerosos libros, uno de ellos sobre las esposas de los policías en tiempos de ETA y es vicepresidenta de la Asociación de Jubilados de la Policía Nacional. «Nosotras inauguramos el servicio de atención a la mujer que se formó en 1988 en Barcelona». El punto de inflexión le llegó tras estar un tiempo cansada. «Un día lo único que pensé es que me iba a dar un infarto porque me dolía mucho el pecho. El médico me dijo que tenía depresión. Me derrumbé, pensaba que era una enfermedad de débiles. Te quitan el arma, comienzas una terapia y empiezas a sacarlo todo. Y cuando me jubilaron me hundí más», describe.
El psicólogo Pérez Pacho nos aclara que las particularidades del cuerpo policial están en que «la gente cuando llega a casa y está cabreada por el trabajo o porque les ha pasado algo, lo hablan y ya está en muchos casos. Pero el policía se encuentra con que no quiere hacer partícipe a su pareja de las cosas terribles que ha visto o que pueden ser secreto de sumario. Además, el familiar puede estar viviendo en otra comunidad autónoma porque te han destinado fuera de tu lugar de residencia y eso agrava la situación. Al final, se dicen cómo les voy a contar esto. Se lo comen y se callan», acota Pacho.
Trancho estuvo tratándose en el psiquiátrico, donde conoció a otros dos compañeros que se convirtieron en grandes amigos, un militar y un guardia urbano. «Por las noches nos reuníamos en un patio enorme con un vaso de leche para hablar de todo lo que no se dice. El militar que había sido el francotirador comentaba: «No puedo contar a todos lo que he matado, cada muerte está sobre mí».
Su trabajo con los agentes jubilados le ha ayudado. «El problema está en que una vez que te jubilas se olvidan de ti. Y es cuando realmente necesitas más cuidado», establece. Para Trancho la escritura ha sido su otra válvula de escape y el consejo que da es: «Intenta levantarte, siempre, siempre. Las piedras te las pones, pero tú tienes que hacer un puente».
«Ni uno más»
Martín nos relata que la acción que cambia su vida para siempre es cuando en la noble villa de Portugalete, en Jarrillera, «queman a una mujer en una casa del pueblo del PSOE. Era la madre de su mejor amigo, en ese momento iba paseando con él, y fueron testigos de la escena. «Fue entonces cuando decido cambiar mi mentalidad. Dejo el fútbol profesional y a los 19 años me convierto en policía». Martín pasó de ser el ídolo de sus amigos a una de las personas más odiadas y temidas por ser uno de los policías más condecorados en la época terrorista.
Alberto Martín
A los 24 años, estuvo con la familia de Miguel Ángel Blanco y fue el que les comunicó la muerte de su hijo. Y tras aparecer en todas las televisiones conduciendo el coche que los escoltaba, recibió una llamada. «Me informaba de que era un objetivo prioritario de ETA y que a buen entendedor, sobran las palabras. Al día siguiente, le dije una mentira piadosa a mi madre y me justifiqué con que quería irme del País Vasco a Cantabria para emanciparme. La verdad es que no quería seguir viviendo en la casa de mis padres y que fueran testigos de cómo ETA podía ejecutar a su hijo», comenta.
«Tras tres operaciones de columnas derivadas, según la Audiencia Nacional, de la enfermedad que me produce estar amenazado por ETA, me dejaron en silla de ruedas. Es lo que antes se llamaba 'el Síndrome del Norte' y hoy está reconocido como estrés postraumático»
Alberto Martín
«Estuve 23 años de servicio. En ese tiempo convives con los peores minutos de cada persona, pero nadie convive con los tuyos. En 2015, tras tres operaciones de columnas derivadas, según la Audiencia Nacional, de la enfermedad que me produce estar amenazado por ETA, me dejaron en silla de ruedas. Es lo que antes se llamaba 'el Síndrome del Norte' y hoy está reconocido como estrés postraumático», cuenta.
A raíz de esto pensó en suicidarse, pero su madre con 74 años le ayudó a seguir viviendo. Creó la AAPSP que ha sido un referente para otros países. Cuenta con un equipo de profesionales que han pasado por esa situación y que saben lo difícil que es salir de ella. Fueron los que atendieron el caso de Koldo, el ertzaina jubilado.
Tanto para Trancho como para Martín, lo que sigue sin entender la sociedad española es lo que pasó esta gente. Trancho escribió un libro en el que narra cómo a las familias de los ertzainas les escupían en el portal o les lanzaban lejía. «Una vez intentaron entrar en un cuartel de Vic para quemarlos vivos. Esto es lo que vivieron los agentes y familiares destinados en el norte». Pacho aclara que esos exertzainas siguen vigilantes. Se sientan en los restaurantes mirando hacia la puerta.
Martín destaca que está agradecido a sus jefes, y compañeros, pero no a la clase política que hace oídos sordos. «Nosotros seguiremos poniendo todas las herramientas al alcance para que ningún compañero se quede sin la ayuda necesaria. Y así no haya ni uno más», afirma.
Ponerse de perfil o involucrarse
Antonio viene de una familia de policías, pero su caso lo ha dejado aislado. Siempre le gustó el campo y patrullar por la zona. Un día se puso a pensar dónde podía encontrar un árbol con una rama lo bastante fuerte para colgarse de ella. La razón es el acoso que dice estar pasando, sus amigos en el cuartel no quieren que los vean hablando con él porque temen terminar enfilados ellos también. Para Antonio la cuestión es que el problema está en el lugar en el que trabajas y si lo cuentas crees que te juzgarán o que un compañero se lo contará al jefe.
«Cuando el policía se suicida ese dolor con el que quería acabar no desaparece, se reparte entre los más próximos»
Vanessa Oulego
Antonio explica que la psicóloga Helena Gómez, que conoció a través de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, es la que lo mantiene a flote. Y Jennifer Prata de la Asociación Ángeles de Azul y Verde fue la que lo sacó del pozo. Esta asociación de policías y guardias civiles independiente nació en 2014, y como nos explica su presidenta, Vanessa Oulego, son ya 80 voluntarios que hacen un seguimiento continuo.
En ocasiones son los familiares de un policía los que llaman. «En ese caso nos vemos en la necesidad de tener un plan B, un 'te ayudo a ayudar' para conseguir que el agente nos llame». Puede ser una situación muy angustiosa para las familias y Oulego sabe que «cuando el policía se suicida ese dolor con el que quería acabar no desaparece, se reparte entre su madre, hijos o compañeros que empiezan a preguntarse si podrían haber hecho algo». En ese sentido, Pacho detalla que «el 99% de los familiares de policías que he entrevistado tras un suceso de este tipo se sienten muy solos. Dicen que al final le dan el pésame, pero ya no vuelves a saber nada más. Y la necesidad de pasar debidamente el duelo es crucial».
Confianza
Hacer realmente una prevención de riesgos laborales, pasa por la base. La Dirección General de la Policía Nacional implementó a finales de 2020 un Plan de promoción de la salud mental y prevención de la conducta suicida. Y la Guardia Civil, en 2018, desarrolló un plan de respuesta ante 'conductas anómalas'. El equipo de Pietropaolo que se creó en 2021 y cuenta con 10 personas para 79.000 efectivos.
Javier Jiménez Pietropaolo
Un caso real: «Nos llama la mujer de un policía, está preocupada porque le ha dicho a su marido que ya no lo ama y quiere el divorcio. Y él ha empezado a decir que se va a matar porque no puede vivir sin ella. Los problemas de pareja son relativamente frecuentes, en ese caso lo único que siempre necesitamos es el número de teléfono del funcionario. Y en ese mismo momento lo llamamos. O puede contactarnos él sin tener que identificarse», aclara Pietropaolo. La confidencialidad está garantizada, y no informan a ningún superior.
Alfredo Pacheco, psicólogo clínico especializado en suicidio policial a la pregunta qué faltaría por hacer señala que faltan psicólogos. Además, añade que quedaría hacer unas pruebas psicotécnicas buenas para poder evaluar la personalidad correctamente cuando uno ingresa en la policía. Y después, hacer unas revisiones periódicas efectivas. Oulego explica que desde hace 4 años hacen reconocimientos médicos que incluyen un test psiquiátrico. «Pero luego hablando con los compañeros que se dedican a esto dentro de la policía me dicen que si un compañero está agobiado, lleva tres días sin dormir, y está fatal, no va a ser sincero en ese test», apunta.
Por eso Pacho y Martín insisten en que una formación continua en salud mental se hace necesaria en todo el cuerpo policial. Y a partir de ahí, también impera un buen seguimiento del arma de fuego. «Yo creo que todos podemos ser prescindibles, pero también somos necesarios porque sólo tenemos una vida», dice Martín. Todos estos expertos valoran la labor de la policía y quieren que los casos se reduzcan a cero. No hay una varita mágica, pero sí mucha voluntad para que cuando suene el teléfono siempre pueda salvarse uno más.
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