La sombra xenófoba de los socios de Sánchez
El catalanismo xenófobo viene de lejos. Los Pujol, Quim Torra... pero también el decimonónico Pompeu Gener, que exaltó la supremacía étnica catalana sobre otros pueblos peninsulares. La lista es interminable, pero al presidente su discurso no se le antoja tan pernicioso como el de Vox
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![Las Juventudes de Esquerra Republicana Estat Català (Jerec), en un desfile con sus 'escamots' uniformados hace casi un siglo](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/03/28/tema-doria-R9niewHcrfMRoX6lz9MXlmM-1200x840@diario_abc.jpg)
Pedro Sánchez conjuga el 'doblepensar'. Si la xenofobia la despacha Vox, levanta un muro antifascista del que será intratable cancerbero. Si el racismo lo evacúa Junts, mira a otro lado y subraya que Cataluña es la autonomía más solidaria de España: torticera identificación de ... la parte independentista con el todo de los catalanes. A Salvador Illa, líder del PSC que salvó la vida a Sánchez con los votos prestados de Ciudadanos, le incomodan los socios de un gobierno que solo deparó un ministerio (el moderado Jordi Hereu): reprocha a Junts, la derecha catalana a la que Patxi López pide ser progresista, «dejarse marcar la agenda por la ultraderecha catalana».
El catalanismo xenófobo viene de lejos. El decimonónico Pompeu Gener exaltó la supremacía étnica catalana sobre otros pueblos peninsulares. El doctor Bartomeu Robert distinguió razas superiores e inferiores por sus medidas encefálicas; la «raza catalana» era diferente, concluía. A Gener nadie lo recuerda; a Robert se le hizo un monumento.
El racismo tiñe el separatismo catalán años treinta. El veterinario Pere Màrtir Rossell, fanático de la eugenesia y próximo a Macià, identificaba delincuencia con inmigración. El demógrafo Josep Antoni Vandellós alertaba en 'Cataluña, pueblo decadente' de la natalidad menguante autóctona frente a los prolíficos emigrantes castellanos. Josep M. Batista i Roca firmó con Rossell el manifiesto 'Por la conservación de la raza catalana'. Postulaba un ejército catalán (tiene calle y monumento en Barcelona).
Los hermanos Miquel y Josep Badia, impulsores de las Juventudes de Esquerra Republicana Estat Català (Jerec), desfilaron con sus 'escamots' uniformados y torturaron anarquistas en la comisaría de Vía Layetana. Detestaban a los murcianos y andaluces que llegaron a Barcelona para trabajar en las obras de la Exposición de 1929. Sin esa fuerza de trabajo de otras partes de España, no habría sido posible la transformación de una Barcelona que pasó del medio millón de habitantes en 1900 al millón de 1930.
La frase «todos los murcianos eran de la FAI» maridaba la xenofobia con el terror a la revolución: un millón de anarcosindicalistas en su mayoría residentes en Barcelona. En 1933 Carlos Sentís publicó en el semanario 'Mirador' su 'Viaje en Transmiseriano', crónica sobre los murcianos y almerienses que arribaban en autobuses destartalados por carreteras secundarias para esquivar los controles de entrada a la Ciudad Condal. El cronista destacaba que muchos de aquellos inmigrantes padecían el tracoma, una enfermedad que provocaba ceguera. Bajo la «excusa» sanitaria subyacía la lucha de clases: aquella masa inmigrante acabaría enrolada en la CNT-FAI.
La vieja memoria de la burguesía catalanista que marcó la frontera entre Barcelona y el suburbio anarquista, que espetó al emigrante «habéis venido a comeros el pan de los catalanes» la destiló Jordi Pujol en 'La inmigración, problema y esperanza de Cataluña', libro de 1958 reeditado en 1976: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (...) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad».
En marzo de 2011 Pujol iba a presentar en el Ateneo '¿Qué piensa Heribert Barrera?' entrevistas del periodista Enric Vila con el exlíder de Esquerra Republicana (ERC): el acto fue boicoteado por manifestantes que denunciaban la xenofobia de Barrera, Pujol adujo que no había leído el libro -cosa rara en él- y pasó de puntillas sobre los exabruptos de Barrera. Por ejemplo, uno sobre la sequía: «Ahora tenemos escasez de agua, si en vez de seis millones fuéramos tres como antes de la guerra, no tendríamos este problema». O la asociación entre flujos migratorios y un contubernio franquista para españolizar Cataluña que también sostenía la actriz Montserrat Carulla: «Es evidente que cualquiera que quiera españolizar Cataluña tiene interés en que la migración venga aquí». No faltaban tópicos racistas como el coeficiente mental de la raza negra.
El clan Pujol
Opiniones que a Pujol no podían sonarle extrañas. Su esposa, Marta Ferrusola vaticinaba que las iglesias románicas acabarían reconvertidas en mezquitas: «Si todos los catalanes no nos preocupamos de Cataluña, los otros nos la destruirán. Todas las baterías apuntan en contra de Cataluña. Estamos retrocediendo no cinco, sino diecinueve o veinte años. Van en contra de nuestro país, en contra de lo mucho que hemos remontado», afirmó en una conferencia. Quien sería famosa por los 'misales' que enviaba a Andorra, evocaba con pesadumbre la infancia de sus retoños: «A veces en el parque se me acercaban y decían 'hoy no puedo jugar, mamá, todos son castellanos'». La Madre Superiora de la congregación nacionalista consideró una tragedia que José Montilla presidiera la Generalitat: «Es como si nos hubieran entrado a robar en casa», lamentaba en 2004.
Se cumplía la profecía de Gil de Biedma en 'Barcelona ja no és bona', poema inspirado en una montaña de Montjuïc con barracas de inmigrantes: «Sean ellos sin más preparación/que su instinto de vida/más fuertes al final que el patrón que les paga/y que el 'salta-taulells' que les desprecia:/que la ciudad les pertenezca un día./Como les pertenece esta montaña,/este despedazado anfiteatro/de las nostalgias de una burguesía».
La aversión al diferente reapareció en 2010 en Vic, conocida como «la ciudad de los santos» y por su integrismo nacionalcatólico. Para competir con la ultraderechista Plataforma por Cataluña, el alcalde Josep M. Vila i d'Abadal, entonces militante de Unió Democràtica, se negó a empadronar inmigrantes: «Vic no es xenófoba, es pionera en el modelo de inmigración», declaró al defender la medida que contravenía las leyes estatales.
Los hermanos Badia tienen sus fans en el Moviment Identitari Català, grupúsculo ultra que los homenajea cada 28 de abril, aniversario de su asesinato en 1936 por pistoleros de la FAI. También un manifiesto de 2011 para dar sus nombres a una calle (en 1936 tuvieron una plaza) en Barcelona o Torregrossa, su pueblo natal: «Es hora de que las ciudades, villas y pueblos de nuestro país comiencen a dedicar calles y plazas a nuestros héroes nacionales, tal como se hace en todos los países serios del mundo». Entre los firmantes: Quim Torra, Elisenda Paluzié (entonces presidenta de la ANC), Oriol Junqueras, Josep Rull, Jordi Turull, Quim Forn, Pere Aragonès…
Vicario de Puigdemont en la Generalitat, Quim Torra la armó con 'La lengua y las bestias', un desahogo estilo Goebbels: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua. Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos! Viven en un país del que lo desconocen todo: su cultura, sus tradiciones, su historia. Se pasean impermeables a cualquier evento que represente el hecho catalán. Les crea urticaria. Les rebota todo lo que no sea español y en castellano…».
El pavor a la 'descatalanización' afecta hogaño al inmigrante de fuera de España. Junts exige las competencias en inmigración so pretexto de atajar la delincuencia multirreincidente. El 'captatio benevolentiae' sería convincente si Junts, como señalaba Sergi Pàmies en 'La Vanguardia', abordara también «la llegada masiva de delincuentes con alto poder adquisitivo que acumula patrimonio inmobiliario y comercial como si Cataluña fuera un encubierto paraíso mafioso». Porque una 'república catalana' extramuros de la UE y con empresas en fuga sería eso: puerto franco de trapicheos delincuenciales.
Ordenar flujos migratorios sin caer en el izquierdismo 'woke' es demasiado complejo como para dejarlo al albur del localismo populista (sea Vox o Junts). El fracaso de una política obsesionada con priorizar la lengua sobre la meritocracia de los migrantes ('nouvinguts' en 'sermo' administrativo) brinda un documento aciago en los jóvenes yihadistas de Ripoll: bajo la férula del imán Es Satty, atentaron el 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils. Mientras preparan los explosivos advierten en catalán que «esto va a explotar sobre las cabezas de vuestras mujeres y vuestros hijos». Es el oneroso precio de privilegiar la inmigración magrebí sobre la latinoamericana, más reacia a aprender el catalán).
El trauma de 2017 en la catalanísima Ripoll explica la ascensión de Sílvia Orriols, alcaldesa gracias a Junts. A Puigdemont le preocupa la competencia de Aliança Catalana. Sus correveidiles retoman el discurso xenófobo de los antepasados. A Sánchez no se le antoja tan pernicioso como el de Vox. El as del 'doblepensar' busca votos bajo las piedras. Aunque del subsuelo asomen los hermanos Badia.
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