La reina de la narcosala

Laura Borràs se creyó impune como todos los líderes del procés, y como todos ellos ha acabado teniendo que rendir cuentas ante la Justicia. La impunidad es el sentimiento que precede a la cárcel.

La traición del narco es la metáfora, el colofón del independentismo, y colorea un desvarío mental en que la corrupción ha sido la metadona de la falta de devoción. Todos se han traicionado entre ellos. La traca final del traficante faltón es icónica, sensacional para el relato. Pero su confesión es una versión azucarada de las puñaladas traperas entre Junts y Esquerra, en su pelea diaria por ver quién es el que más adultera la sustancia para venderla a un público dramáticamente narcotizado.

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Lo esencial de esta historia no es lo ideológico, ni siquiera lo político, sino lo muy sorprendidos que los independentistas quedan cuando tienen que asumir las consecuencias de sus actos. Realmente creían que podían intentar destruir un Estado sin que les pasara nada. Es esta existencia pueril, naíf, prepolítica, infundada. Hace unos días, el excandidato de la CUP al Parlament, Antonio Baños, acudió a la tertulia de las mañanas de Catalunya Ràdio. Coincidió en el hall con Jordi Évole, a quien fue a saludar afectuosamente, y ante la estupefacción general, el periodista de La Sexta casi le cruza la cara. Baños dijo no entender nada, cuando la verdad es que llevaba varios meses difundiendo el rumor de que Évole y la también exlíder de la CUP, Anna Gabriel, son amantes y quedan de escondidas en un hotel de Zaragoza.

El independentismo cree que los demás no tenemos familia, ni códigos, ni dignidad, y que íbamos a aplaudirles mientras nos atropellaban. Una reyerta con un narco era el final que merecía la reina de la narcosala.