Puigdemont no sabe qué hacer ni con quién
El forajido pretende presentar como novedad al alza a Antoni Castellà, que lleva en política la mitad de los 54 años que tiene y que ha cambiado de partido y de discurso según ha fluctuado el poder en Cataluña: ha sido diputado autonómico por CiU, por ERC y ahora por Junts
El independentismo no logra renovarse. Ni republicanos ni postconvergentes tienen idea de cómo devolver la ilusión a sus votantes, que no han dejado de creer en la independencia pero sí en los actuales partidos políticos para realizarla y se han instalado en una suerte ... de «oposición militante» como signo de rechazo hacia ellos.
Puigdemont está cada vez más aislado por los críticos de Junts, su recelo y desconfianza con los suyos y su falta de 'punch' electoral, pese a ser aún la mejor baza de su partido. El forajido, que además no tiene un proyecto político claro más allá de su épica personal ni aliados para llevarlo a cabo, pretende asentarse como presidente de Junts, condenando a Laura Borràs al olvido, y presentar como novedad al alza a Antoni Castellà, que lleva en política 27 años de los 54 que tiene y que ha cambiado de partido y de discurso según ha fluctuado el poder en Cataluña. Ha sido diputado en el Parlament por CiU, por Esquerra y por Junts. Fue el único líder de las juventudes de un partido (Unió) que estuvo en el cargo más allá de los 30 años. Castellà ha pasado por los jóvenes de Unió, por los seniors del mismo partido, por Esquerra, luego fundó Demócratas y ahora la gran operación de Puigdemont va a ser absorber este último partido y elevar a Castellà a símbolo del reencuentro de Junts con la vieja Convergència.
Castellà ha sido irrelevante en cualquiera de los proyectos políticos en los que haya participado y es considerado por propios y ajenos un político mediocre y oportunista, sin ningún atractivo electoral ni particular interés en su discurso. No es que Puigdemont no lo sepa, sino que precisamente por ello lo ha elegido. El expresidente sólo confía en personas de obediencia ciega y perfil político insignificante que no tengan otro modo de asegurarse el puesto que el del fervor al líder. Da credibilidad al futuro emergente que le espera a Castellá sus recientes y múltiples almuerzos con el director del periódico digital 'El Nacional'. «Para saber quién es a cada momento el preferido de Puigdemont hay que ver con quién come José Antich», explica una de las personas que mejor entiende la política catalana.
Otro exponente de este extremo es la portavoz de Junts en Madrid, Míriam Nogueras, que habla en catalán a los periodistas en los corrillos del Congreso y presiona a los diputados de su grupo para que no acudan a actos ni tengan vida social en la capital. Como sucede siempre en las organizaciones cuando pierden la centralidad y la pluralidad, y se basan sólo en el personalismo de un cabecilla normalmente arrinconado, Puigdemont exige devoción y disciplina militar en sus irreductibles y, pese a que se la conceden, le cuesta confiar en ellos.
Albert Batet, presidente del grupo parlamentario de Junts en el Parlament, cotiza a la baja. Jaume Giró ha caído totalmente en desgracia tanto en el círculo de Puigdemont como en el de los críticos. Hasta Antich le ha sustituido en sus afectos por Toni Castellà.
Pero, tal como sucede en Esquerra, los críticos con Puigdemont tampoco es que estén muy renovados. Como casi siempre en la sombra, sin un cargo definido, David Madí es la voz más violenta contra el liderazgo del fugitivo. Madí fue el cerebro del procés con los planteamientos más duros y expeditivos para conseguir la independencia y se erige ahora como estratega de la retirada, planteando que Junts recupere el espacio de centro derecha que ocupaba CiU y que conserve el independentismo como formulación teórica, pero sin ninguna intención de llevarlo a cabo, por lo menos en los próximos años.
En la extrema soledad del expresidente está también el resentimiento de la familia Pujol: «Mientras él esté, nunca mi padre va a hacerse militante de Junts», dice uno de sus hijos. Y el de Artur Mas, que reprocha a su sucesor poner a la persona por delante del país y del partido.
Puigdemont es consciente de todo, pero sólo le preocupa su devenir. En este sentido hay que interpretar que haya renunciado a nombrar un jefe de la oposición en el Parlament. No porque no quiera hacer oposición al presidente de la Generalitat, Salvador Illa, sino porque no quiere que ninguno de los suyos le haga oposición a él.
No quiere dar poder a nadie de su entorno de cuya servitud no tenga irrefutables pruebas y sobradas demostraciones. Pero también en clave de su salvación personal, para no quedarse definitivamente sin opciones de interlocución, hay que interpretar que todavía no tenga decidido si le votará a Sánchez los presupuestos. Siendo cierto que la última reunión con Santos Cerdán empezó muy mal, cuando el dirigente socialista se levantó para abandonarla, el procesado rebelde le pidió que se dieran una última oportunidad y así el Gobierno ha cambiado su criterio sobre la senda del déficit, se ha comprometido a desclasificar la documentación sobre el atentado islamista de las Ramblas de Barcelona en 2017 y el ministro Albares ha insistido en el Parlamento Europeo sobre la oficialidad del catalán. La bofetada que Sánchez quiere darle a Feijóo con la aprobación presupuestaria es muy difícil, pero no del todo imposible.
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