El poli-mitin
Acotaciones de un oyente
La respuesta del presidente del Gobierno es un circunloquio difuso, copioso y retórico que no responde a la pregunta, sino que sirve para recopilar toda su propaganda
Pedro Sánchez calla ante la inclusión de 44 etarras en las listas de Bildu
Lee todas las 'Acotaciones de un oyente', por José F. Peláez

Yo me había despertado en otra comunidad autónoma y, aún así, fui capaz de dejar a mi hija en perfecto estado de revista, hacer una maleta atropellada, lograr mi mejor marca personal del año para llegar a un tren, atravesar cadenas montañosas de la era ... Terciaria, escuchar a un taxista de Chamartín decir eso de «estamos a treinta minutos, llegaré en veinte» y llegar en plena taquicardia a la tribuna del Congreso en el mismo tiempo que un diputado estándar invierte en cruzar del hotel al Congreso y sentarse en su escaño.
Qué paz la de la vida parlamentaria, señores. Qué manera de moverse la del diputado, qué magistral su forma de observar la nada, qué orden marcial en sus chakras alineados. Qué lentitud la del hemiciclo, qué abulia en mis lagrimales, qué pesados nuestros párpados. Que no les engañen: frente a la España real -frenética, atropellada, acelerada-, el Congreso aparece como un oasis de calma y de sosiego. Tanto que allí pude descansar de la vida real hundiendo mi cuerpo en esa butaca granate como de teatro de provincias para observar sus miradas contenidas, sus movimientos lentos y esas intervenciones-conjuros que llegan al sistema nervioso como una inyección de diazepam.
Porque una sesión de control sirve, fundamentalmente, para que la oposición haga preguntas cuya respuesta ya conoce a un gobierno que no quiere contestarlas. Es una especie de diálogo de besugos en el cual a ninguna de las partes le interesa lo que dice la otra. La mayor parte de las preguntas se podrían responder con un 'sí' o un 'no'. Ejemplo. Pregunta Gamarra: «¿Afronta el Gobierno los problemas de los españoles?». La respuesta podría ser un breve y quirúrgico: «Sí». Aplausos, risitas y a otra cosa. Pero no caerá esa breva. La respuesta del presidente del Gobierno es un circunloquio difuso, copioso y retórico que no responde a la pregunta, sino que sirve para recopilar toda su propaganda: que si el diálogo social, que si la subida del 10% de los salarios y que si los ERTES. Vamos, que se la dejan botando.
No hace una pegada de carteles en la cafetería de milagro. Y hace bien. Lo bueno es que a Cuca tampoco le importa absolutamente nada la respuesta y responde con su propia pegada de carteles para consumo interno. Pero se diluye en el orden. Quizá habría sido más inteligente ir de frente, qué sé yo: «¿Qué va a hacer exactamente el gobierno que preside para garantizar la seguridad de los ciudadanos que van a tener que aguantar que la policía de su pueblo la dirija uno de esos asesinos que se presentan a las municipales en las listas de su socio Bildu»? Pero claro, Cuca hace esa referencia en la respuesta a la respuesta, por lo que Sánchez no tiene ni que responder. Y vemos, así, en directo, cómo se lanza una campaña electoral.
Deja cuatro mensajitos, agita un poco el cotarro, da un mitin y se va. Se suma al mitin Arrimadas preguntando por la prosperidad, Espinosa de los Monteros interesándose por Bruselas y Aitor Esteban soltando su polvillo de nogal y de sospecha sobre la Guardia Civil. Calviño responde aprovechando ese look ambivalente, a medio camino entre Christina Rosenvinge y Margaret Thatcher, para cambiar de discurso según la pregunta. A uno le dice que ha bajado impuestos y a otro que ha aumentado la recaudación. Tenemos de todo, señora. Ventajas de ser socioliberal. Yolanda Díaz no se queda atrás en el tono mitinero, acordándose hasta de San José Obrero. Comenzó la sesión enseñando un pequeño librito rojo a Sánchez que, en un primer momento pensé que podría ser un ejemplar de Constitución.
Di un respingo y casi me despierto. Vaya usted a saber, a lo mejor la había descubierto por casualidad y le había parecido buena idea compartir el hallazgo con el jefe. Pero nada, pude ver en la portada una cara masculina que, desde mi lugar, parecía Rod Stewart. A lo mejor era una entrada para el WiZink. O a lo mejor una foto de Garamendi, que el 1 de mayo era facha y hoy ya es un sensible hombre de progreso. Nunca se sabe.
Completa el poli-mitin Rufián diciendo que «entre el apocalipsis de la oposición y el Eurodisney del gobierno se encuentra la verdad». Centro centrado, golpismo moderado. Interesante también ver cómo Llop pone el Grupo Parlamentario Socialista a disposición del PP para pactar la renovación del CGPJ. Que, a ver, yo no soy ministro de Justicia, pero si me lo dice a mí le preguntaría: «¿Qué opina de la separación de poderes? ¿Nos puede aclarar qué hace exactamente un ministro hablando en nombre de un grupo parlamentario?». En fin, detallines sin importancia.
Y, del resto, nada digno de reseñar: un hemiciclo con demasiadas ausencias, el anuncio de un Consejo de Ministros extraordinario para poder hacer electoralismo con la sequía con el traje azul de presidir en lugar de con la chupa marrón de los mítines y todos a preparar el engrudo para sacar la brocha gorda, hacerse fotos con jubilados y besar niños con globitos. Y yo, con la inmensa pena de tener que abandonar la vida a 33 revoluciones para diluirme, de nuevo, en la prisa real de una España que huye de todo. Especialmente, de los mítines. Posiblemente no nos de tiempo.
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