Óscar López, un viejo rubalcabista y sanchista intermitente
El sustituto de Escrivá despuntaba en sus inicios por encima de Sánchez, ambos apadrinados por José Blanco
Óscar López sustituirá a Escrivá y dirigirá Transformación Digital
Sánchez asegura que Escrivá es «uno de los mejores» y que con él «la economía española sale prestigiada a nivel mundial»
Óscar López Águeda (Madrid, 1973) culmina con su nombramiento como nuevo ministro para la Transformación Digital y de Función Pública, en sustitución de José Luis Escrivá (el próximo presidente del Banco de España) una carrera política de largo recorrido en el seno del ... PSOE, al que se afilió siendo un veinteañero a mediados de los años noventa y en el que ha ostentado varios cargos orgánicos de relevancia, como también en la administración, hasta formar parte por primera vez en su vida del Consejo de Ministros. López, licenciado en Ciencias Políticas por la Complutense de Madrid, ejercía desde 2021 como jefe de gabinete de la Presidencia del Gobierno, cargo en el que sustituyó hace tres años al ínclito Iván Redondo, cuando éste perdió la confianza hasta entonces ciega que le profesaba Sánchez.
La elección del jefe del Ejecutivo no fue casual, ni carente de significado. Recuperándole, al mismo tiempo a que su segundo en esa jefatura de gabinete, Antonio Hernando, Sánchez reunía a un trío de amigos que cuando hacían sus primeros pinitios en la política institucional, como miembros del Grupo Socialista en el Congreso, eran conocidos como «los chicos de Blanco». Y es que fue José Blanco, a la sazón mano derecha de José Luis Rodríguez Zapatero en el PSOE, y andado el tiempo ministro de Fomento, quien apadrinó a los tres, cuando apenas eran unos jóvenes diputados rasos. Pero de los tres era, ironías de la historia, Sánchez el que menos destacaba, cosa que según las malas lenguas llegó a provocar sus celos con respecto a sus dos amigos, que con mayor precocidad empezaron a ascender en el partido.
Singularmente López, madrileño pero con vínculos familiares con Segovia, que llegó incluso a liderar a los socialistas de Castilla y León entre 2008 y 2012. Fue justo antes de convertirse en una de las personas de la máxima confianza (la otra era Elena Valenciano) de Alfredo Pérez Rubalcaba, en los dos años escasos en los que el exvicepresidente, ya fallecido, ocupó la secretaría general en Ferraz. A él le confió la siempre delicada secretaría de Organización, o lo que es lo mismo: el control del aparato del partido.
Y es que López es, entre otras cosas, un hombre de aparato, que conoce los entresijos del partido y con vara alta en todas las federaciones socialistas, donde siempre tiene buenas antenas para saber lo que ocurre. Su elevada estatura (es de los pocos en el entorno del presidente que es más alto incluso que él) no le hace pasar desapercibido. Fumador empedernido, es fácil verle pegar la hebra en el patio del Congreso o en otros lugares con periodistas y adversarios políticos que comparten idéntico vicio. Nunca rehúye el diálogo entre bambalinas, ni siquiera sobre los aspectos más espinosos de la actualidad.
Con Sánchez ya líder del PSOE desde 2014 López fue portavoz en el Senado. Sus caminos empezaron a separarse al compás de la histórica guerra fratricida vivida por el partido entre 2016 y 2017, con la caída y resurrección del hoy presidente del Gobierno. En las primarias de hace siete años, López no apoyó a su viejo amigo, sino a Patxi López, hoy portavoz parlamentario del partido, que quedo el tercero por detrás de Sánchez y de Susana Díaz. Luego, tras la moción de censura de 2018 que aupó a su compañero a La Moncloa, recaló en la presidencia de Paradores, un puesto de nulo perfil político pero que junto a otros nombramientos del primer gobierno Sánchez permitió a la oposición acusarle de colocar en grandes empresas del Estado a amigos o colaboradores.
A nadie se le escaba que era un premio de consolación para un viejo compañero de correrías. Tres años después llegó a Moncloa para trabajar directamente con el presidente en un puesto entre bambalinas, donde hasta ahora mejor se ha movido. Durante esta etapa ha vivido la gestión de la coalición, primero con Unidas Podemos y luego con Sumar, y el largo acercamiento a los independentistas catalanes, con todos los pasos (indultos, amnistía, concierto económico…) que primero se negó que fueran a darse.
También la recuperación de una relación fluida con la administración de Joe Biden, que culminó en la exitosa cumbre de la OTAN de Madrid en 2022. Y, claro, la victoria contra pronóstico en las elecciones generales de julio de 2023, o para ser más precisos, la dulce derrota ante el PP que permitió a Sánchez seguir en Moncloa, al precio de conceder la amnistía a Carles Puigdemont y encomendar al prófugo de Waterloo el futuro aún incierto de la presente legislatura. Y por último, pero no desde luego menos importante, los cinco días del pasado abril en los que Sánchez puso en vilo a su partido y al país entero con su amago de dimisión tras abrirse la investigación judicial por corrupción contra su mujer, Begoña Gómez. El episodio demostró el hermetismo en el que se había recluido el inquilino de La Moncloa para la toma de decisiones, y la falta de influencia de su entorno más estrecho, en el que él ocupaba un lugar muy destacado.
«Aquí duermes poco, porque cuando estás saliendo de una te metes en otra», confesaba López en el testimonio de la no nata serie de televisión sobre Sánchez de la que se publicó hace dos años un trailer con ese testimonio. Ahora sólo tendrá que ir a Moncloa una vez por semana, para la reunión ordinaria del Consejo de Ministros los martes, y puede que la cantidad y calidad de su sueño mejore. Pero su condición de 'yonqui de la política' que le atribuyen quienes mejor le conocen podría descartar lo anterior. Y la cartera que le ha tocado en suerte, aunque de escaso peso político y no excesiva relevancia mediática, es una de las que mayor presupuesto maneja. Cumplidos el año pasado los cincuenta, divorciado y con dos hijos, López ya puede añadir el puesto de ministro a su muy nutrido currículum político.
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