La vida en comunidad de cientos de exdrogadictos: «Me recogieron cuando era un zombi que sólo pesaba 40 kilos»
Viven en comunidad en grandes fincas, donde luchan día a día para superar sus problemas
Entre otras acciones, viajan al centro de la Cañada Real para repartir alimentos y medicinas
![Un voluntario, exadicto, reparte alimento en la Cañada Real](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/19/canada-real1-R8QJqaPyrK3xIsyxaR3beaO-1200x840@diario_abc.jpg)
Rafael Berbén conoció la heroína con sólo catorce años. Su primer encuentro con el blanco polvo tuvo lugar a mediados de los años ochenta. Tiempos difíciles. Cuenta, durante una conversación plagada de realismo y crudeza, que hasta se convirtió en prófugo del servicio militar ... por culpa de su adicción. Al parecer, estuvo citado a filas y nunca se presentó. «Sólo pensaba en drogarme», asegura sereno, arrellanado en el sofá, azul, de su casa.
Con 19 años, ya consumido por el caballo, le quedaban dos opciones. Dejarse ayudar o morir. En aquel entonces ya había perdido a dos hermanos por sobredosis y él sólo era pellejo endeble. Se debatía el gijonés entre la vida y la muerte cuando conoció, por sugerencia de un pastor evangélico, Remar, una organización internacional -con presencia en 70 países- que nació en 1986 en el País Vasco y que tiene como propósito ayudar a familias desestructuradas por causas de la exclusión social, crisis económica, adicciones y/o delincuencia para su rehabilitación y reinserción. Desde entonces, y de esto hace ya 35 años, Berbén no ha vuelto a tener contacto alguno con las drogas, «ni un cigarrillo siquiera». Nada.
Ahora tiene 55 años. Y un compromiso consigo mismo, «con el Señor y con la obra». Por ello ha recorrido gran parte de Centroamérica -El Salvador, Guatemala, Belice, Honduras y Costa Rica, entre otros países-, para amparar a las personas que se encuentran como él una vez se halló. El individuo perdido que alguna vez fue: «No hay mejor ayuda que la experiencia propia». Se toma un respiro. Porta una mirada fidedigna. Prosigue: «Eres consciente de que no vas a cambiar o a transformar el mundo, pero sí de que vas a ser parte de algo. Tal vez tu historia, mi historia, pueda servir de inspiración para algunas personas».
Berbén regresó a España hace dos años y medio junto a su mujer. Ahora viven en comunidad, en una de las casas de acogida que la asociación ofrece, y que este diario visita. Madrid cuenta con unas 20. Algunas ubicadas en Torres de la Alameda -60 plazas-, Cobeña -16 plazas- y un par en Usera -con 12 y 10 plazas, para familias y mujeres en situación de exclusión social-. El ahora pastor convive junto a otros voluntarios -más de 3.500 en todo el mundo- y exadictos. En total son 100 personas, 30 de ellos niños y jóvenes. Habitan una finca, cerca del parque de Los Cerros, en Alcalá de Henares.
![Rafael Berbén, exadicto a la heroína y pastor](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/19/remar2-U71225855132jvm-760x427@diario_abc.jpg)
La ONG no sólo acoge a drogodependientes. También da cobijo a personas que, por circunstancias diversas, se quedan sin hogar, desamparadas. Sin nada a lo que agarrarse. Es el caso de Tula Maldonado, abandonada por su sobrina el mismo día que llegó a España desde Perú. Y de Eusebio Valladolid, a quien echaron de una residencia de ancianos por llamar «maricón de mierda» a uno de los residentes, entre otros incidentes y faltas graves.
«¿Por qué decidió vivir en comunidad?», preguntamos. «Porque esta es nuestra casa. Nuestra familia. Si no fuera por ellos yo no estaría vivo. Prácticamente, en el sentido moral y espiritual, mi vida es prestada. Entonces, ¿qué puedo hacer con ella? Ayudar, dentro de mis posibilidades, de mis márgenes de error, a los demás».
En estos momentos el sol incide pertinaz sobre el terreno. Los niños corretean por una pequeña plazuela, alrededor de una fuente de azulejos. Recorremos el solar, conformado a su vez por varias viviendas. En la más próxima a la entrada se encuentra Sara Martín tendiendo ropa blanca. Su padre, Valeriano, ingresó en Remar en 1986. En aquel año ya comenzaba, sobre las barras de bar, a pensar asiduamente en el suicidio. «Estaba inmerso en el mundo de las drogas. No me quedaba nada. Ni hogar ni familia. Tampoco trabajo. Sólo principio de cirrosis. Había fracasado», asegura a este periódico. Entonces tenía 25 años y tres condenas a sus espaldas por delitos de robo y tráfico de estupefacientes. Años después de ingresar en la mencionada ONG, le notificaron que una de sus condenas había sido triplicada: doce años, cuatro meses y un día. Fue absuelto por Belloch, entonces juez de instancia en Bilbao y futuro ministro de Justicia. «Nunca supe si fue un indulto. Lo que sí sé es que fue un milagro».
Absuelto o indultado, emigró a Perú, donde fundó una delegación de Remar. Fue allí, en la organización, donde Sara conoció a Piero Díaz, ahora su marido. Ambos viven con su hija y junto a otro matrimonio. «Todo esto antes eran naves que transformamos en viviendas, hace ya muchos años, con el fin de aprovechar cada espacio», explica Marcos Díez, coordinador de Remar Madrid y, por hoy, nuestro guía turístico.
«Aquí la mayoría de los que ingresamos hemos sido alguna vez o bien yonquis o atracadores, delincuentes», apunta uno de los residentes, de 61 años, que señala que lleva en la organización casi tres cuartas partes de su vida. «A mí me recogieron cuando yo era un zombi, un muerto viviente que apenas pesaba 40 kilos», cuenta mientras evoca aquellos años, los ochenta.
![Marcos Díez, coordinador de Remar Madrid, junto a su familia](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/19/remar3-U75801001320pyL-760x427@diario_abc.jpg)
Díez indica que la definición más aproximada de la entidad es la de un centro de carácter religioso, una comunidad cristiana: «Tiene una actividad social y eclesial con la Iglesia evangélica». Y es que, tal como cuenta el responsable, el primer pilar de la asociación es el evangelismo: «Nuestro motor es el evangelio, que es lo que se les aplica a las personas que acuden a Remar a rehabilitarse. No obstante, hay muchas que ingresan sin tener ningún interés en pertenecer a esta vida cristiana. Pero que respetan las normas».
Merodeamos por el solar. De fondo suenan los acordes de una de las canciones que Misión, una banda de música vinculada a la asociación, está ensayando. Nos acompañan Shirel y Cecilia, de 19 y 20 años respectivamente. Ambas nacieron dentro de Remar. Con 16 años Shirel decidió quedarse trabajando como voluntaria en la entidad a tiempo completo. Pero «eso no quiere decir que nos dejemos de formar en otros aspectos. Sino todo lo contrario: estamos constantemente aprendiendo de manera mucho más práctica», apunta la joven, quien cursó una FP de Enfermería dentro de la organización. «¿Y salir de fiesta?», dudamos. «Como ha dicho Marcos, se trata de una comunidad cristiana. Tenemos otro tipo de diversión, muy alejada del alcohol y las fiestas», señalan.
Esta conversación la mantenemos nada más llegar a una de las casas de acogida -18 plazas- que se encuentran en Arganda del Rey. O como ellos prefieren llamarla: «de primera fase». Sólo para hombres en situación de exclusión social. Allí, sentados frente a un pequeño huerto, se encuentran Marcos Canuto y Aitor García. Llegaron a Remar hace apenas cinco días, los mismos que llevan sin chutarse nada.
![Varias voluntarias organizan la comida que se va a repartir](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/19/remar1-U12603484821UgU-760x427@diario_abc.jpg)
Ambos rondan los 40. Empezaron a consumir y a beber alcohol con sólo quince años. Llegó un momento en el que los viajes al poblado de la Cañada Real, el mayor supermercado de la droga en España, se hacían frecuentes. Canuto llegó incluso a vender la moto de su jefa en uno de sus asiduos trayectos, por lo que tiene problemas judiciales: «Acabas vendiendo todo lo que tienes con tal de poder consumir y te andas buscando la vida para engañar a cualquiera». Con él coincide Gaspar Coracero, exadicto a la cocaína. Lleva en la asociación dos meses y medio. «Se empieza consumiendo esporádicamente y terminas haciéndolo todos los días. Hasta que sólo vives para eso. Si te descuidas pierdes hasta la familia», expresa.
Con Díez y su tropa acudimos, precisamente, al poblado. Viaje al centro de la Cañada Real. Por el suelo, jeringuillas. Aparcamos frente a la casa de Leonardo, residente desde 1983, años en los que la Cañada era «de buen estar, antes de que desmantelaran Las Barranquillas». Allí se encuentran más voluntarios, algunos exadictos, de la asociación repartiendo alimentos. Los más pequeños corretean hacia el reparto de fruta, yogures y tarta. Acuden también los toxicómanos. Algunos aún de buen ver, otros en los huesos. La imagen es devastadora, pero emotiva por la relación adicto-voluntario. «Gracias por la labor», arrojan, casi como último suspiro.
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