El último traspié de Ignacio Aguado: deja Ciudadanos tirando a dar
Con la solicitud de su baja en la formación naranja, a cuya dirección acusa de una huida hacia adelante, el exvicepresidente madrileño pone fin a una desatinada vida política
Ignacio Aguado rompió ayer su carné de Ciudadanos, el partido al que llegó en 2013, cuando la militancia y la dirección en Madrid eran apenas un puñado de idealistas. En estos nueve años ha sido afiliado de base, dirigente regional y nacional, candidato a varias ... elecciones en la Comunidad, llave de gobierno y vicepresidente del Ejecutivo regional. Una carrera que se frenó en seco –en buena parte, por lo que en deporte se conocen como errores no forzados– el 10 de marzo de 2020, cuando la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso lanzó una sola frase: «Voy a adelantar las elecciones».
Decía Marx (Groucho) que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Se puede acomodar también a las estrategias políticas. Y la de Ignacio Aguado ha estado plagada de errores de cálculo. Hasta ayer, que decidió finiquitarla denunciando que su partido estaba sumido en una «huida hacia adelante» tras los «nefastos» resultados electorales en Andalucía, pero también en Cataluña, Madrid y Castilla y León.
Encadenar fracasos
Él pidió a la actual dirección que dimitieran y convocaran un congreso extraordinario porque no se puede mantener la misma «ejecutiva que lleva tres años encadenando» fracasos. Cs ignoró su petición y ha optado por una «refundación en la que no creo». Y lanza sus dardos directamente contra Arrimadas, al enumerar entre los problemas de la formación naranja «la ausencia total de estrategia, el desgaste de la marca y la falta de un liderazgo capaz de volver a ilusionar a los votantes».
De este modo, con bastante ruido de por medio, Ignacio Aguado se despide de la política a la que llegó muy joven –30 años–, con un currículum epatante –tres carreras y un puestazo en la compañía energética Unión Fenosa Gas– y en la que tuvo un ascenso rápido, pero no tanto como su caída. Aguado tuvo el don de la oportunidad: se presentó como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid en mayo de 2015 y consiguió 385.836 votos y 17 escaños, que le dieron la llave del Gobierno regional. Su apoyo fue clave para que Cristina Cifuentes fuera presidenta madrileña, aunque en un gobierno débil al que el líder naranja hizo sudar sangre cada vez que quería sacar adelante una propuesta.
La táctica pareció funcionarle: en las siguientes elecciones, las de 2019 –en las que incluso le birló al PP al que había sido su último presidente autonómico, Ángel Garrido–, los resultados del cartel naranja encabezado por Aguado mejoraron: logró 625.039 votos y 26 escaños. Y, ahora sí, quiso entrar en el Ejecutivo.
Con ello, Cs ganó en visibilidad. Pero nunca supo –ni quiso– ser un socio cómodo para el PP; desde el principio tomó decisiones que soliviantaron a Díaz Ayuso y abrieron una enorme brecha de desconfianza entre ambas formaciones. Su postura en asuntos como el funcionamiento de Telemadrid, su apoyo a una comisión de investigación sobre Avalmadrid, o la gestión del Covid –especialmente en las residencias– certificó el divorcio entre ambas formaciones. Aguado no sólo no evitó, sino que fomentó ese distanciamiento con los populares, empeñado en que el huracán Ayuso no le engullera políticamente.
En este clima viciado, el miércoles 10 de marzo de 2021 llegó la noticia bomba: Cs ultimaba una moción de censura en Murcia junto al PSOE para desbancar al PP, que gobernaba con el apoyo naranja. Ayuso actuó rápido: ese día se reunía su Consejo de Gobierno, y a mediodía, antes de levantar la sesión, la presidenta anunció que adelantaba las elecciones. Cuatro horas después, Ignacio Aguado era historia: había sido cesado, al igual que sus consejeros.
El PP se lanzó a por su ya ex socio sin cortapisas; incluso le acusó de haber amagado con su propia moción en Madrid, una versión negada por Aguado y ratificada por diputados de su lista que pocas semanas después se pasaron al PP. La moción murciana quedó desactivada en tres días, pero el maremoto que provocó se llevó por delante al Gobierno autonómico madrileño y también al propio Aguado: su partido no quiso ni presentarle a las elecciones de mayo de 2021, y lo sustituyó por Edmundo Bal.
Ayer acabó su tiempo político, con una durísima carta de despedida. Aguado se va con una mochila cargada de desaciertos y, tal vez, comprendiendo al fin que, como dijo Antonio Machado, «en política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela».
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