La tormenta perfecta que inundó la M-30 y el Bernabéu en 1995
Historias capitales
Una sucesión de hasta tres tormentas consecutivas descargaron un diluvio y cientos de rayos y causaron la muerte de una mujer de 25 años
La piscina sobre el Manzanares que las bombas derribaron y la canalización del río echó abajo
La noche de San Juan de 1995, el cielo se cayó literalmente sobre Madrid. Una sucesión de hasta tres tormentas consecutivas descargaron cientos de rayo sobre la ciudad y causaron la muerte de una mujer de 25 años. Cortinas de agua caían sobre las calles y edificios, inundando a su paso sótanos, garajes y el Metro, y haciendo aumentar de tal manera y a tal velocidad el caudal del Manzanares que la tromba rompió las compuertas que lo represaban. La fuerza de la naturaleza desatada fue tal que obligó a suspender la final de la Copa del Rey, en el Bernabéu.
Entre las 22 horas de aquel 24 de junio hasta pasada la una de la madrugada del día 25, las tormentas se cebaron con la capital. En los anales de la meteorología se guarda memoria de esta noche por lo excepcional de lo que ocurrió. El día amaneció tranquilo, con cielos despejados: la imagen del canal infrarrojo del satélite Meteosat a las 11 de la mañana mostraba la Península con pocas nubes; únicamente algunos altocúmulos subían lentamente desde Andalucía. A mediodía, esas nubes siguen moviéndose hacia el norte-noreste, y comienzan a evolucionar hacia núcleos tormentosos que cada vez ocupan un área mayor.
A las 2, la temperatura ronda los 30 grados, y la humedad relativa del aire era del 42 por ciento: mucho bochorno. Empiezan a verse los primeros cúmulos. Pocas horas después, los madrileños se echaban la siesta ajenos a la catástrofe que se estaba gestando sobre sus cabezas. Nubes muy blancas siguen subiendo desde el sur, mientras la noche comienza a caer sobre la ciudad.
A las 9, comienza en el estadio Santiago Bernabéu el partido entre el Deportivo de la Coruña y el Valencia, en la Final de la copa del Rey. El campo está abarrotado de seguidores. Comienza a llover, y a las 22.30, lo hace con tal intensidad que pareciera que la bóveda celeste caía sobre sus cabezas. El árbitro decide suspender el encuentro, y corre, junto a los jugadores, a ponerse bajo protección, sorteando granizos como canicas. Se inundan túneles, vestuarios y otras zonas del estadio.
Los bomberos comienzan una noche de locura. Pero esta sólo era la primera de las tres tormentas consecutivas que descargaron sobre Madrid. Las otras dos lo hicieron entre las doce de la noche y la una y media de la madrugada. Y Madrid fue el caos: un torrente de agua procedente de Aravaca atravesó la Casa de Campo y terminó en la M-30, que se inundó. Decenas de coches quedaron atrapados, y sus conductores y ocupantes tuvieron que ser rescatados por los bomberos, por otros ciudadanos, o salir como pudieron, a nado en algunos casos.
Las centralitas de Bomberos, Policía, Samur (el 112 no funcionó hasta 1998) echaban humo: colapsaban como consecuencia del diluvio. El Manzanares se desbordó en la zona del Puente de los Franceses, y los sótanos, viviendas y comercios de la ribera quedaron anegados en la zona: hasta medio metro de agua se alcanzó en algunos locales. Todo por una compuerta que no había manera de bajar, porque el operario que se desplazó a hacerlo no llegaba: estaba atrapado con su coche.
Dibujan las crónicas de esa noche terrible una escena surrealista: las casetas de los patos flotando y los animales deambulando por las calles del barrio. El agua arrastraba troncos, ramas, papeleras y cuanto objeto menor encontraba a su paso. Y algunos medios recogían el contratiempo de muchos padres con sus niños, atrapados a la salida del Parque de Atracciones por la tromba de agua y sin saber cómo salir de allí.
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En las inmediaciones del Santiago Bernabéu, la cosa no era mucho mejor: hubo que desalojarlo de urgencia, y los miles de aficionados del Valencia y el Deportivo se encontraron de repente con el partido suspendido, en mitad de una noche de perros y en ciudad ajena.
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