Los sintecho que viven disfrazados de pasajeros en Barajas
Decenas de personas sin hogar pernoctan en invierno en el aeropuerto madrileño refugiándose del frío. Cuentan sus historias en víspera de Nochebuena: «Es el mejor refugio»
Más de 1.000 personas sin hogar se vuelven a reunir en la cena de Navidad de «Te invito a cenar»
Pasan desapercibidos entre las prisas y los vaivenes, deambulando con sus enseres por los prolongados pasillos de la T4. Seres errantes que acuden, al caer la noche, al cobijo que les ofrece la gran infraestructura aérea. Los hay que llevan incluso años pernoctando bajo ... el anaranjado techo de la terminal. Como Julio, un dicharachero argentino de 74 años que lleva viviendo en la calle desde 2002 y durmiendo en Barajas desde hace, aproximadamente, año y medio.
Se presenta en el aeropuerto sobre las ocho de la tarde. Hace tiempo hasta las doce en una de las bancadas que se encuentran entre la zona de facturación y la de restauración. Y entonces duerme, hasta las seis de la mañana. Se asea, desayuna por seis euros en una de las cafeterías próximas, ojea el periódico «como si estuviera en mi casa» y, sobre las diez, migra hacia un trastero en Ciudad Lineal, donde cientos de piezas de bisutería aguardan para ser vendidas. «Vendo una media de 25 diarias entre unos 12 supermercados. Así me gano la vida», cuenta en conversación con este diario.
Julio ha sido muchas cosas. Que «si no te mueves, te comen los albatros», dice. Estudió Psicología y Agronomía. Llegó a España a principios de los ochenta, huyendo de su Argentina natal: «Me querían matar». Aquí fue quiosquero, en Sevilla, Málaga y hasta en Vigo. Se separó e inició «una vida más bohemia». Alquiló una habitación y comenzó a trabajar el cuero. Viajaba por toda la península vendiendo bolsos, cinturones, felpas para el pelo... Y, más tarde, se pasó a la bisutería. Hasta fue voluntario de Cruz Roja.
«Trabajé dos años para poder obtener la nacionalidad española, pero tuve una pelea con un funcionario público que no dejaba de ponerme trabas y me desentendí en ese momento de conseguirla». «¿Dejadez, entonces?»: «Orgullo». El argentino se define como un animal político que conoció «a una España mucho más interesante que la de hoy día». Que si la inflación, que si la cena de Nochebuena es este año casi un 7 por ciento más cara que en 2023... «Me despierto, me entero de esto por las noticias, me rio y me digo 'hay que seguir remando. Prefiero estar del lado de los pobres'».
Hablando del encarecimiento de las comidas navideñas, Julio tiene una «semicena», a la una de la tarde, que organizan los voluntarios de la Orden de Malta. Así es como pasará Navidad. Echa de menos a sus hijos –uno vive en México, el otro en Perpiñán (Francia)–, pero se comunica con ellos: «Saben que yo soy así, que dejé todo atrás».
Son casi las diez de la noche, víspera de Nochebuena. Acuden, poco a poco, los primeros residentes nocturnos de Barajas para resguardarse del frío. La bancada en la que espera Julio se llena de pasajeros con billete a ninguna parte. Fernando, Óscar y Beverly conversan a unos escasos metros. Educados, joviales, bien vestidos y obligados a vivir a la intemperie. Llegaron a España desde Argentina, Perú y el Caribe, respectivamente; Óscar y Beverly hace un año, Fernando hace dos. En Barajas apenas una semana. Cruzaron el charco en busca del «sueño europeo». Un sueño que, más pronto que tarde, comenzó a desmoronarse.
«Estamos acá por una sencilla razón: nos han abandonado», expresa Óscar. «La situación es complicada, nos venden algo que no es. Sin documentación es imposible encontrar trabajo, y existen muchas trabas burocráticas para conseguirla. En mi caso personal, yo tengo la posibilidad de trabajar, tengo un amigo que me ofrece un contrato, pero para ello necesito obtener el NIE. Es la pescadilla que se muerde la cola», cuenta Fernando. Beverly, en su caso, consiguió en Holanda el pasaporte europeo, pero «en España me obligan a presentar el NIE en cada puesto de trabajo al que intento acceder». «No venimos a España a robar, sino a trabajar», asienten.
«La situación es complicada, nos venden algo que no es. El sueño europeo no existe»
La familia de Óscar no sabe que, en estos momentos, se encuentra en esta situación de calle. Asegura el peruano que hoy ha comido con la pena. «Arrinconado, se me saltaban las lágrimas». Aunque no hay datos oficiales sobre el número de indigentes que pernoctan en Barajas, tanto trabajadores del aeropuerto y Guardia Civil, como los mismos sintecho, creen que este año la situación ha empeorado. «Yo, personalmente, he observado una gran diferencia entre 2023 y 2024. Me fui unos meses a Polonia y cuando volví, percibí una realidad mucho más compleja que la que había dejado poco tiempo atrás. Lo veo en la calle, caminando. Personas durmiendo en las veredas, los comedores sociales abarrotados...», indica Fernando.
Este año, desde que Madrid desplegó el pasado 23 de noviembre la Campaña del Frío 2024-2025, el ayuntamiento ha atendido a 531 personas sin hogar –456 hombres y 75 mujeres– en las primeras dos semanas de funcionamiento, hasta el pasado 7 de diciembre. En 2023, esta misma campaña, que se extiende durante 129 días, hasta el 31 de marzo, proporcionó atención social a 1.890 personas en situación de exclusión socio-residencial. El Consistorio sigue priorizando el acceso de mujeres, así como de jóvenes y de personas con patologías graves por su especial vulnerabilidad. «Nos roban y acosan, abusan de nosotras. Debemos estar en alerta constante», apunta Beverly.
A medida que anochece, el bullicio parece disiparse. El traqueteo de las maletas se desvanece. Barajas se presenta como un remanso de paz. Al fondo de la terminal, a mano derecha, Fernando, un zaragozano de 73 años afincado en Cuba desde 2017, ansía que su historia aparezca en los medios de comunicación: se ha convertido en indigente de la noche a la mañana. Llegó a Madrid el pasado 14 de noviembre. Aprovechó que está obligado a salir de vez en cuando del país caribeño para pasar unos días en España. Ahora se encuentra sin dinero, billete de vuelta y atrapado en el aeropuerto desde el pasado 20 de diciembre.
Líos burocráticos
Todo comenzó con la idea de conocer Argentina. Allí coincidió con una «muchachita cubana» –mujer de compañía– que le insistió en que tenía que visitar el país. Accedió y, una vez en el país insular, conoció a la que sería su futura mujer, con quien se casó en 2018 y quien desde hace tres años partió a Estados Unidos. Ahora sólo mantiene contacto con su suegra. «Poco a poco, me fui llevando el dinero que tenía, hasta vender mi casa en Zaragoza. En su día, mi pensión la transferí a un banco cubano, donde ahora me obligan a presentarme personalmente si quiero sacar dinero. Necesito unos 453 euros, según entendí a la trabajadora de World2Fly, entre billete y visado para volver a Cuba, pero ¿cómo hago para sacar dinero?», cuenta el zaragozano, quien rompió lazos familiares con sus dos hermanos cuando su madre falleció.
Sea como fuere, entre líos burocráticos que ni él mismo parece comprender, Fernando se siente abandonado. Es Navidad, y lo que menos esperaba era encontrarse en esta encrucijada. El Samur Social está pendiente de su estado, que, en colaboración con el aeropuerto y el equipo de trabajo de calle del Ayuntamiento de Madrid, ofrecen soluciones alternativas de habitación y estancia. Pero ni Fernando, ni Julio, ni Óscar ni Beverly están dispuestos a acudir a un albergue: «No son seguros». Como tampoco lo está Víctor, un checo de 48 años que ha hecho de Barajas su hogar perfecto: calefacción, servicios públicos, restaurantes, bases para enchufe... «Aquí tengo todo». «¡Barajas es el sitio más mejor!», arroja un indigente atento a la conversación.
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