San Francisco de todos los madriles
BAJO CIELO
Callada durante décadas, ayer volvió a sonar, porque después de cincuenta años, el campanario rugía para dejar a la ciudad sorda de fe
Las mil vidas de los objetos

Y tanto que era «el Grande», este san Francisco que tiene en Madrid la cúpula descomunal, medalla de plata de los cielos cerrados de la Iglesia Católica. Callada durante décadas, ayer volvió a sonar, porque los san Franciscos celebran el 4 de octubre ... al patrón y porque después de cincuenta años, el campanario rugía para dejar a la ciudad sorda de fe.
A las siete y media, la Asociación de Campaneros de Madrid tomaba el control de las enormes cuerdas que tambalean las campanas de las dos torres que tiene la inmensa basílica. Ni siquiera las palomas se atrevían a volar sobre los tejados naranjas de los edificios cercanos. Esta mansión franciscana mira al oeste desde la parte de atrás y qué vistas, qué atardeceres tuvieron aquí los restos mortales de Calderón de la Barca, Quevedo, Garcilaso de la Vega o del mismísimo Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba. Al este La Latina, ese Palermo porteño que habita desde la plaza de los Carros hasta la puerta de Toledo.
Los pisos de la zona, de Bailén, de don Pedro, o las mismísimas galerías Piquer del Rastro y Cuchilleros, son propiedad de la Obra Pía, los banqueros de la Iglesia que no dudan en subir el alquiler a las tiendas que apoquinan la renta de su voto de pobreza. En ese momento, las campanas sonaron como quisieron, media hora que parecíamos Messina o Nápoles o cualquier cosa así de nuestra mejor época mariana y también huidiza. Para arreglar este campanario, la prisa no fue ni mucho menos una prioridad.
Se tuvo que fabricar un enorme andamio de madera: el andamio de tubo. Del abuelo al nieto, tres generaciones se comprometieron a terminar el andamio de tubo para acceder al campanario. Tardaron sesenta años, pero bien que lo acabaron. Una pena que no puedan escuchar esta música que acaricia el cielo mientras atardece en este oeste de Madrid que quiso ser santo y se quedó a medias. No supo que la viruta era tan jugosa. Y es que la Obra Pía no se anda con bromas. Son los dueños De los Santos Lugares de aquí a Roma, el brazo económico de la Iglesia y gestores de las finanzas de los bienes, por ejemplo, de Jerusalén. Parné celestial.
Qué vistas, qué atardeceres tuvieron aquí los restos mortales de Calderón de la Barca, Quevedo, Garcilaso de la Vega
Suena el final de las campanas mientras un perro ladra atemorizado. Van a tres voces mientras una cuarta interrumpe la colosal melodía principal. Suena como nunca y termina en unos gemidos secos y agudos, casi desproporcionados. Como si solo ellos supieran que volverán a estar callados 50 años más. El resto de los días volverá a sonar esa grabación comprimida que parece un Spotify de capillitas. No retumba ni molesta, porque con las leyes actuales, el nivel de decibelios que se alcanza cuando cantan las campanas es muy superior al permitido.
Mejor calladas, no vaya a ser que a los arrendadores de la Obra Pía les moleste el sonido de Dios cuando llama al orden. Es difícil de trasladar al papel el sonido que transmiten los campanarios a todo trapo. Se parece más a un rayo que cualquier sonido que tengan registrado en su memoria. Y suena una mientras la otra encaja su rugido en el compás, dejando paso a otra que baila entre las dos notas, y se repite en bucle, y se parte con otra campanada que ha venido para dejarlas mudas. Algunos turistas miran extrañados. El perro sigue ladrando.
Escapamos por la calle Bailén y el viaducto de Segovia se parece a una terminal de aeropuerto que te lleva al mismísimo cielo. Fue Calderón el que inauguró este paso cuando llevaron sus restos mortales desde San Francisco el Grande a la Sacramental de San Nicolás, cerca de Mayor. Llevaba doscientos años descansando, pero ya se sabe que lo de transportar momias es casi una obligación en esta ciudad que nunca se duerme del todo.
Que se lo digan a Luis, el maestro del estuco y la reforma santa que tiene su taller en Don Pedro y sabe más de Madrid que Pedro de Répide. Y ya se pone el sol dejando los dos lados del viaducto naranja de tejas y de sol con sueño. Las campanas ya han dejado de sonar y Madrid se enciende con una luz canalla, de plata que decía Umbral, y que alumbrará las fechorías de los que se acostarán mañana.
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