Del parque de El Retiro a Daganzo: el primer vuelo en globo de Madrid

HISTORIAS CAPITALES

El aeronauta, un diplomático italiano, estuvo a punto de recibir un disparo de un paisano aterrorizado ante el extraño objeto que caía del cielo

Suelta de globos para disputar una competición, en junio de 1923 en Madrid Julio Duque

Hace más de 230 años, el típico 'de Madrid al cielo' se convirtió en un 'de Madrid a Daganzo' para un joven aeronauta. Vinzenzo Lunardi, natural de la ciudad de Lucca, en la Toscana, realizó un vuelo de exhibición ante los monarcas y su ... corte a bordo de un globo aerostático. Una aventura que le elevó apenas 300 metros sobre el suelo, y le arrastró, llevado por el viento, hasta la cercana localidad de Daganzo, donde estuvo a punto de recibir un disparo de escopeta un paisano aterrorizado ante el espectáculo de aquel extraño objeto que caía del cielo.

Lunardi llegó a la corte madrileña en 1792, y se ofreció ante la Casa Real a realizar su exhibición. Un espectáculo poco usual que no quisieron perderse ni el rey Carlos IV ni su esposa, María Luisa de Parma, ni el valido, Godoy. Así fue como el vuelo se programó para el 12 de agosto de ese mismo año, en el Jardín del Buen Retiro. Ese día, entre las 5 y las 6 de la tarde -según relataba el Diario de Madrid-, y una vez preparado su globo, Lunardi se subió a la barquilla y se elevó sobre los presentes, entre la admiración general.

El viento lo fue arrastrando en dirección noreste, y mientras se alejaba, fueron muchos los espectadores que le siguieron a caballo, para ver dónde y cómo acababa aquella aventura. Una hora después, a unas cinco leguas de distancia, unos 30 kilómetros, Lunardi comenzó a soltar lastre y cayó sobre unos campos en la localidad madrileña de Daganzo.

El impacto de aquel tremendo globo con su barquillas y un hombre dentro cayendo desde el cielo dejó estupefactos a los vecinos de Daganzo, que no sabían si huir aterrorizados o vencer la irresistible curiosidad y acercarse al lugar del aterrizaje. Ganó la segunda opción, y el aeronauta tuvo que dar largas y cumplidas explicaciones sobre quién era, qué pretendía y cómo había podido trasladarse por el aire como las hojas secas.

En las crónicas oficiales del evento que se conservan en la localidad madrileña, afirman que para matar el susto, la cosa terminó en merienda con chocolate. Sobre el lugar donde cayó el artefacto se alza hoy el Polígono Industrial El Globo, bautizado en recuerdo de la histórica efeméride.

Hubo un segundo viaje de Lunardi por los cielos madrileños: esta vez, empujado por los gélidos aires invernales. Fue el 8 de enero de 1793, y el viaje pretendía recaudar fondos para los Reales Hospitales. Partió en esta ocasión de la plaza de la Armería, del Palacio Real. Y como hacía tanto frío, se heló el globo pese a estar tapado con tapices durante toda la noche. La gente llenaba los balcones de la zona y se arremolinaba en los paseos, para ver el vuelo. Tanta expectación había, que las guardias Real y Walona tuvieron que formar un cordón para evitar que la multitud se acercara demasiado.

El globo subió hasta sobrepasar la altura del Palacio, pero allí le alcanzó una corriente de aire contraria a la que indicaban las veletas, que lo desplazó en una dirección que impedía su vista desde la ubicación de los reyes. Esta vez, el recorrido fue más largo, duró unas dos horas y acabó en el monte de Pozuelo. Durante la ascensión, Lunardi disparó una pistola como señal de que todo iba bien, y así se recogen en las crónicas, que también cuentan que lanzó su sombrero al público cuando los sobrevolaba.

El globo, según relataba el Diario Madrid con todo lujo de detalles, tenía 31 pies de diámetro, y se componía de trozos de tela de tafetán de colores «carmesí y pajizo». Lo cubría una red de cordones de seda que aumentaban de número desde la cúspide hasta la mitad, donde volvían a recogerse en 26 cordones rectos que remataban atados a un aro de hierro vestido también de tafetán. La barquilla del viajero estaba hecha de caña, guarnecida de tafetán carmesí y blanco y llevaba dos banderas: una con las Armas Reales de España, y otra con las Armas de la Imperial Coronada Villa de Madrid. Llevaba una bocina «para hablar si se ofreciera desde el aire y pedir auxilio si lo necesitase», y 50 libras de lastre en talegos de arena.

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