Resaca de la Fiesta Nacional
bajo cielo
Un doce de octubre lejano salíamos al alba de los bajos de Orense y nuestra sospecha de que entrábamos en la Tercera Guerra Mundial se confirmaba
Las mil vidas de los objetos
![Varios guardias reales, ayer en el desfile militar](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/13/guardia-real-Rd7bnTGTqdHD1PbvPFxDqqI-1200x840@diario_abc.jpg)
Amanece Madrid de un gris perla que cubre el cielo. Llueve, poco, pero parece que hoy caerá una buena para que no se abuchee tanto al número uno. Un 'jet lag' por la distancia que ha recorrido alejándose del número dos. Un barullo que es ... casi un runrún empieza a llenar todo el paisaje como banda sonora. Un día que celebra el mestizaje, esa España que se hizo gigante y que sonroja a algunos individuos que han crecido bajo el generoso afecto de nacionalismos burgueses. Vaya lección la del Juli la otra tarde. Una mano temblorosa y torpe que saluda a doble tiempo porque en el fondo es un cobarde. El otro delante. Premio Nacional de Tauromaquia y con más tardes a vida o muerte que un soldado de trincheras. Madrid tiene estas cosas.
Un doce de octubre, ya lejano, salíamos al alba de una discoteca de los bajos de Orense. Ahí sigue con su mala buena gente y unos emparedados que, a medida que avanza la noche, elevan sus esquinas de miga como puentes levadizos. Tratábamos de encontrar un taxi. Llegamos andando hasta la Castellana y nuestra sospecha de que habíamos entrado en una Tercera Guerra Mundial se confirmaba. Nos cruzábamos con batallones enteros, carros de combate, con escuadrones de la Guardia Real, joder, de la Legión. Fer y yo llevábamos una buena colección de copas, pero a medida que nos topábamos con más banderas distintas, uniformes de los Regulares de África, de la nieve, de Aire, de la Marina, de Tierra; parecía que todo el Ejército español estaba preparando la salida al frente, al último frente. Mientras tanto, Fer y yo dudábamos si alistarnos en la primera ocasión que se presentara. Parecía algo inminente. Hoy mismo habría disparos, quizá bombas. Menos mal, pensé, que mis padres estaban en Norteña. Seguro que ahí estaría más a salvo. Y mis hermanos. Dónde les habrá cogido este nuevo orden, este nuevo día que amanece distinto porque entramos en guerra. En guerra. Me alegro, me decía Fer, que esta última noche la hayamos quemado juntos. Yo también, Fer.
Ya no nos preocupaba encontrar un taxi. Seguimos bajando Castellana dirección Colón, y yo recuerdo que llovía. Como ayer por la mañana cuando salí a primera hora a sacar a Saba, nuestra labradora. No eran ni las siete y media de la mañana. Y el cielo también estaba cubierto por este gris perla que Fer y yo tuvimos al caminar por el gris monumental de Nuevos Ministerios. Todavía ninguno de los éramos conscientes de lo que sucedía. Pero consideramos de vital importancia resguardarnos o en su casa o en la mía, para no tomar decisiones en caliente. Entramos en la calle García de Paredes dejando dos compañías enteras de legionarios tomando café y chupito en el bar Tormes. El que siempre estuvo ahí. Antes de abrir el portal, Fer se acercó a uno de ellos. Tenía el pecho más grande que mi espalda. Llovía en Madrid, pero ese legionario era de otra raza. Le dijo a Fer que el desfile empezaba temprano, a las diez, y que feliz día del doce de octubre. La Fiesta Nacional.
Una cascada de imágenes reveladoras fue aclarando en mi cabeza todo lo que sucedía. No entrábamos en guerra. Tampoco hacía falta alistarse ni esconderse en García de Paredes. El desfile, Fer, hombre… Nos dimos un abrazo porque ninguno de los dos teníamos que ir al frente. Después le invitamos a un chupito al legionario y a cinco más que se apuntaron de la misma compañía. Venían de Ronda. Fer invitó a un segundo chupito. Y una inmensa alegría nos inundó mientras el cabo se cuadraba al despedirse en nuestro portal. Nos tomamos dos cafés y salimos a mojarnos para ver el desfile. Por eso esta mañana, mientras veía algunas luces sospechosas, de antidisturbios, las de una fila de jeeps militares que subían por el paseo de Reina de Cristina a las siete y media, me he acordado que era el desfile, de Fer, del legionario, del Tormes, de la Nuit de Orense, de sus emparedados, de Norteña, de mis padres, y de los felices que fuimos cuando todo estaba por hacer. Pero no sé si volvería a entonces, con todo lo de ahora. Pudo haber sido de otra forma, pero ha sido así. Y me gusta mucho pensar que el día de la Fiesta Nacional me recuerde de dónde vengo, mientras la lluvia y el desfile de fondo sean lo único que no ha cambiado desde entonces.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete